CAPÍTULO #7

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Esta es una adaptación de la historia de Lynne Graham llamada "Dinastía Griega".

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-No podré ir a tu fiesta -

le dijo Camila a la mujer que estaba recostada sobre la cama mientras se ponía la chaqueta del traje con la fluida elegancia que caracterizaba todos sus movimientos.

-Por favor... te lo ruego... -

cubierta tan sólo por un albornoz de seda color turquesa, Hailee Steinfeld dio un salto y envolvió el cuello de Camila con sus brazos, usando su esbelto cuerpo de supermodelo como un arma letal de persuasión-.

-Quiero que estés allí.

-Nada de ataduras-

le recordó Camila, irritado por su insistencia. Su relación tenía una naturaleza muy simple. No era exclusiva, ya que frecuentemente pasaban meses sin verse. Sólo veía a Hailee cuando iba a París o Bruselas. Como complemento de Hailee, Camila disfrutaba también de la compañía de una castaña islandesa en Nueva York y una voluptuosa modelo rusa en Londres. 

-Ésta es la primera vez que te pido un favor -

protestó la pelirroja poniendo mala cara. Camila se encogió de hombros. La chica no tenía que habérselo pedido. Con lo que le daba, Camila ya era suficientemente generosa con ella. Por otro lado, Hailee sabía cómo estaban las cosas tan bien como ella.

-¡Tampoco pudiste venir el año pasado!

-Tengo otra cita -

su tono era frío y entrecortado. Camila entraba y salía de su vida según le venía en gana. Sin dar explicaciones ni excusas. Así había sido el acuerdo entre ambas. Camila no deseaba otra cosa. Y mucho menos la idea de que la exhibieran como un trofeo en alguna fiesta de celebridades. Sería una indiscreción, ya que su simple aparición en cualquier fiesta de postín era garantía de fotos y comentario en las columnas de cotilleo de las revistas del corazón. Camila admitió con nostalgia que no siempre le había importado tanto la atención pública que su vida atraía.

-Sé a qué cita te refieres... -

furiosa por la manera en que la habían rechazado, Hailee lo miró con el ceño fruncido.

-La limusina está esperando -

entrecerró sus oscuros ojos, sus hermosos rasgos quedaron, de repente, rígidos e impasibles.

-Es su cumpleaños, ¿no es así? El cumpleaños de tu esposa

-le espetó Hailee.

-Tengo que irme -

la brillante mirada de Camila guardaba una reservada frialdad. Se limpió con la mano su abrigo de cachemira y se dirigió hacia la puerta.

-Vi una foto suya en una revista. Llevaba puesto un gorro de lana y unas horribles botas de agua estampadas con flores. Tenía un conejo en los brazos... ¿Cómo es posible que la prefieras a ella? -

sollozó Hailee melodramáticamente. Pálida de furia bajo su broncínea piel, Camila se demoró el tiempo suficiente para advertirle de que su relación había acabado y que no la visitaría jamás. Con un destello tormentoso en su fría mirada, entró en la limusina. Las botas de flores habían sido uno de los pocos regalos con éxito que había conseguido hacer a su esposa. ¿Cómo se atrevía Hailee reírse de ella? Nunca hablaba de Pudding con nadie, ni siquiera con su familia.

Pero el estado de su matrimonio despertaba bastante curiosidad. Después de todo, llevaba casado casi ocho años y durante la mayor parte de ese período de tiempo había vivido lejos de ella. Sorprendentemente, el tiempo había hecho poco por borrar de su memoria el recuerdo de su desastrosa boda. Cuando recordaba el comportamiento que había tenido al final de la fiesta, se apoderaba de ella una sensación de culpabilidad totalmente ajena a su naturaleza. Raramente se permitía pensar en ello: no se arreglaba nada haciéndolo.

Había tenido que aceptar el que Pudding se negara a discutir el asunto. Nada más podía hacerse. Por un lado, ella se había negado a escuchar siquiera las explicaciones de Camila o a aceptar sus disculpas; por otro, ella era demasiado orgullosa como para admitir que no recordaba nada de lo que había ocurrido durante la noche de bodas. Naturalmente, su falta de memoria le había causado cierta preocupación. ¿Había caído tan bajo como para hacer pagar a Lauren en la cama por la injusticia de la que ella se sentía víctima? ¿Había tratado a Lauren con brusquedad? Dichas aprensiones violentas atormentaban todavía a Camila en sus momentos bajos y le hacían sentir la fría puñalada de un presentimiento, puesto que conocía sus defectos demasiado bien.

Tenía un temperamento endiablado. Era demasiado duro y, recientemente, le habían llamado, con frecuencia, insensible y cruel. Para tratar con Fernando Jauregui era necesario ser esas dos cosas a la vez. De no haberse mostrado fuerte y despiadada, todavía estaría dependiendo de la buena voluntad del abuelo de su esposa. Muy al contrario, Camila había devuelto ya el dinero de las deudas de su padre, dejando a su familia en una posición financiera segura. Había comprado de vuelta su independencia. Había pocas personas que le importaran verdaderamente. Mientras que se mostraba totalmente dispuesto a hacer cualquier cosa por ayudar a esos pocos, permanecía indiferente hacia los problemas del resto. En cuanto a Lauren, intentaba hacer con ella un gran esfuerzo por ser una mujer más dulce, amable y compasiva de lo que en la vida real podía ser. El temperamento de Lauren era diametralmente opuesto al suyo. Lauren no era agresiva ni astuta.

Al contrario, la maldad humana siempre sorprendía a Lauren, que vivía ateniéndose a las más elementales reglas de convivencia. Altruista, generosa y simpática, había estudiado para obtener un título de enfermera veterinaria y ahora dedicaba su tiempo libre a cuidar de los animales en el refugio que dirigía. Entre bambalinas, ella intentaba protegerla de todos los que intentaran aprovecharse de su naturaleza confiada. Era natural que se preocupara por ella: al fin y al cabo, era su esposa. Quizá hubiera llegado la hora de poner fin a la separación entre ambos, admitió Camila con pereza.

Lauren se levantó a las seis de la mañana el día de su cumpleaños y, como siempre, dejó caer su mirada sobre la fotografía de Camila que ocupaba un lugar de honor en la mesilla de noche: sus oscuros cabellos alborotados por la lluvia, sus impresionantes ojos negros centelleando, su blanca y perfecta dentadura sonriendo mientras se secaba en la cocina. Le había sacado la foto el año anterior, durante una de sus visitas relámpago. Tenía álbumes enteros llenos de fotos, recortes de la prensa rosa y todo tipo de recuerdos de Camila.

Durante mucho tiempo se había comportado como una adolescente, asumiendo el cargo de presidenta de un club secreto de fans de un solo miembro. Aunque sólo lo veía unas pocas veces al año, Camila había sido todo ese tiempo el centro de su mundo. Su voz tranquila y parsimoniosa al teléfono, así como la enfermera que se había empeñado en contratar, habían animado a Lauren durante el largo y lento declive de su madre y su posterior muerte el año anterior. Había disfrutado de unos cuantos días en Londres, quedando con ella para comer y para visitar sus nuevos edificios de oficinas o sus más recientes adquisiciones comerciales.

Aunque nunca habían vivido juntas como esposas, Lauren se sentía orgullosa por haber tenido la madurez suficiente para haberse sobrepuesto a la desilusión de la noche de bodas y ganarse su confianza como amiga. Sólo después de la muerte de Clara, había empezado a pensar en sus propias necesidades y en lo que era mejor para ella. Inmediatamente había empaquetado los álbumes para apartarlos de su vista. Alimentar un mórbido interés por Camila y echar leña a ese fuego adolescente por un amor no compartido no le estaba haciendo ningún favor. Habiéndose hecho a esa idea, puso todas sus energías en su refugio de animales. Había superado su añoranza por Camila y ése era un logro del que se sentía bien orgullosa. Lentamente, pero a paso firme, se había dado cuenta de cuáles eran las cosas que la hacían feliz. Había decidido que para ser completamente dichosa necesitaba tener un hijo al que dedicar todo el amor que se sentía capaz de ofrecer. Y, muy afortunadamente para ella, la ciencia médica hacía posible que no tuviese que depender de Camila para cumplir sus deseos de maternidad.

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