CAPÍTULO #6

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Esta es una adaptación de la historia de Lynne Graham llamada "Dinastía Griega".

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Al fondo de la habitación, los abogados de la familia Cabello aún seguían litigando para obtener un buen acuerdo financiero. Contemplando el aire distraído de su madre y cómo su padre parecía ahogado por la culpa, a Camila no le pudo parecer más inocente la pregunta de Lauren. -

-Los amigos no se casan para tener hijos. Necesito saber qué esperas de mí como esposa.

La referencia a los niños le causó una cierta incomodidad a Lauren.

-Sé que no soy la esposa que tú hubieras elegido -dijo Lauren con su pequeño cuerpo en tensión-.

-Supongo que aprenderemos a arreglarnos sobre la marcha. -Eso es una invitación al desorden.

-Dices eso y, sin embargo, tampoco te gustaría que te impusiese ningún tipo de regla.

El instinto inquisidor de Camila dio una señal de alerta. «No, no tiene ni un pelo de tonta», advirtió, frunciendo el ceño con desconcierto.

-Tengo un anillo... perteneció a mi abuela -Camila le tomó la mano-.

-Por supuesto, si no te gusta, puedes...

-No... no, es precioso:, precioso, de verdad, de verdad... -un color rosa subió a sus mejillas y la envolvió un raro placer. El anillo de diamantes y rubíes se deslizó en su dedo como si hubiera sido forjado especialmente para ella. Aquel regalo de una reliquia familiar le sorprendió y, al tiempo, la conmovió-.

-No esperaba algo así... -

-Debo decir que la vida está llena de cosas inesperadas -

al negarse Camila en redondo a comprar un anillo de compromiso, su padre le había sugerido usar el de rubíes. Sin embargo, Alejandro había esperado que Lauren se sintiera ofendida por la ofrenda de una pieza de joyería pasada de moda, aunque valiosa, que había pertenecido antes a otra persona.

-Gracias... - la voz de Lauren estaba llena de emoción. Estudió el anillo desde todos los ángulos, admirando el profundo brillo escarlata de los rubíes y el resplandor de los diamantes. Que encajara tan perfectamente en su dedo le pareció un buen augurio. Incomodado por el entusiasmo de Lauren, Camila se encogió de hombros y permaneció en silencio. Cayó en la cuenta de que, aparte de un deteriorado reloj de plástico, nunca había visto que Lauren llevase ningún tipo de joya y que era perfectamente posible que no poseyera ninguna. De repente, deseó haberle comprado un anillo.

-Pudding... - suspiró con una torpeza poco característica en ella-.

-¿Te importa que te llame así?

-Por supuesto que no... Siempre he odiado el nombre que me pusieron al nacer -

el mote que tanto la había avergonzado, de pronto, cobró respetabilidad en sus labios y le pareció más que adecuado como un apodo cariñoso-.

-Intentaré ser la mejor esposa que pueda...

Camila casi bufó en voz alta. Sabía que ella se estaba muriendo por escuchar las mismas palabras de sus labios, pero no quería mentirle. Aún le quedaba mucho para alcanzar una cierta satisfacción, si es que alguna vez podía alcanzarla. No quería casarse con ella. Punto y final. Tampoco quería tener un hijo, admitió con amargura. Y no había nada que pudiese cambiar esos hechos irrefutables. Tres semanas después, casi perdida en un espumoso , mar de encaje hecho a mano y de cara seda, Lauren caminó hacia el altar del brazo de su abuelo.

Aunque daba pasos pequeños, era como si dentro de su mente estuviera flotando en el aire, henchida por la emoción de estar a punto de casarse con la mujer a la que amaba. Ni una sola duda hizo sombra sobre su espíritu optimista. En el transcurso del día, sin embargo, la cruda realidad le iba a destinar una serie de golpes que aplastarían sus dulces esperanzas de futuro. Al cabo de unas horas, su felicidad sería destruida y su confianza hecha añicos. Cuando su novia se emborrachó hasta caer inconsciente en el banquete de bodas y tuvo que ser arrastrada al lecho nupcial, sólo Fernando Jauregui careció del tacto necesario para echarse a reír. Herida y humillada más allá de lo que podía concebir, Lauren olvidó haber albergado alguna vez la esperanza de que ellas dos pudieran comportarse como un matrimonio de verdad, tal era la mortificación que sentía por su ingenuidad. A pesar de su sentido común, esa noche de bodas que nunca llegaría a consumarse iba a convertirse en la noche más larga de su vida...

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