Capítulo 29: El Secreto

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El apartamento de Mariana estaba bañado en la cálida luz del sol de la tarde. Leah, quien había decidido pasar el día limpiando y organizando el lugar mientras Mariana estaba en el entrenamiento, se movía con eficiencia por el pequeño espacio. Había algo reconfortante en la tarea manual que le permitía dejar de lado las preocupaciones del fútbol y concentrarse en algo más tangible.

Leah terminó de limpiar la cocina y se dirigió a la sala de estar. Al abrir uno de los muebles para reorganizar algunos libros y revistas, descubrió una caja de madera ornamentada, elegantemente tallada y decorada con motivos florales. Intrigada, Leah la sacó y se sentó en el sofá con la caja en su regazo.

Al abrirla, lo que encontró la dejó sin aliento: una colección de cartas. Algunas estaban cuidadosamente dobladas y otras más arrugadas, pero todas llevaban el inconfundible toque de haber sido leídas y guardadas con esmero. Leah sintió una punzada de curiosidad y nerviosismo mientras comenzaba a examinar las cartas. Al abrir la primera, reconoció de inmediato el tono romántico y apasionado de una admiradora. Al avanzar, se dio cuenta de que no todas eran de desconocidas; algunas cartas estaban firmadas con nombres de exnovias de Mariana.

El corazón de Leah empezó a latir con fuerza. Se sintió invadida por una mezcla de celos y dolor. ¿Por qué guardaría Mariana estas cartas? ¿Qué significaban para ella?

La puerta del apartamento se abrió y Mariana entró, sonriente y sudorosa, después de un duro entrenamiento. Su sonrisa se desvaneció al ver la expresión de Leah y la caja de cartas abierta en el sofá.

—Leah, ¿qué estás haciendo? —preguntó Mariana, su voz tensa y preocupada.

Leah levantó una carta, la mirada fija en Mariana.

—¿Por qué tienes esto, Mariana? —preguntó, su voz temblando ligeramente.

Mariana se quedó en silencio por un momento, luego suspiró y se acercó a Leah, sentándose a su lado.

—Son solo cartas, Leah. Las guardé porque forman parte de mi pasado, de quien soy. —respondió, tratando de sonar tranquila.

Leah no pudo evitar sentir una punzada de celos mientras miraba las cartas.

—¿Pero por qué las guardas? ¿Todavía significan algo para ti? —preguntó, la inseguridad evidente en su voz.

Mariana tomó las manos de Leah entre las suyas, mirándola a los ojos.

—Leah, estas cartas no significan nada comparado con lo que siento por ti. Son solo recuerdos, momentos de mi vida que ya pasaron. —dijo con firmeza.

Leah apartó la mirada, sus emociones en conflicto. Mariana continuó, con voz suave y reconfortante.

—Te quiero, Leah. Eres la persona con la que quiero estar ahora y siempre. Estas cartas no cambian eso. —dijo, acariciando suavemente la mejilla de Leah.

Leah finalmente levantó la mirada, encontrando los ojos sinceros de Mariana. Lentamente, comenzó a relajarse, sintiendo el amor y la honestidad en las palabras de su pareja.

—Lo siento, Mariana. Solo… —

Mariana no la dejo continuar porque la beso suavemente en los labios

—No tienes que disculparte, Leah. Es normal sentir, pero quiero que sepas que eres mi presente y mi futuro. —dijo, susurrando en su oído.

Se quedaron así, abrazadas, por unos momentos, dejando que el amor y la comprensión llenaran el espacio entre ellas. Leah suspiró, sintiéndose reconfortada y aliviada. Sabía que, aunque el pasado de Mariana era parte de quien era, su amor mutuo era lo más importante.

Mariana, con una sonrisa juguetona, tomó la caja y la guardó nuevamente en el mueble.

—Ahora, ¿qué tal si nos olvidamos de estas cartas y hacemos algo divertido juntas? —sugirió, guiñándole un ojo a Leah.

Leah rió, sintiendo cómo la tensión se desvanecía. Sabía que el amor que compartían era fuerte y que podían superar cualquier obstáculo juntos.

Decidieron pasar el resto de la tarde en el parque cercano, disfrutando del buen tiempo y de la compañía mutua. Caminando de la mano, hablaron de todo y de nada, reforzando su conexión y dejando atrás cualquier rastro de inseguridad. Mariana sabía que tenía que demostrarle a Leah cuánto significaba para ella, así que planeó una pequeña sorpresa.

Después de una larga caminata, se dirigieron a una pequeña cafetería que ambas amaban. Sentadas en una mesa junto a la ventana, disfrutaron de un café y unos pasteles, riendo y compartiendo anécdotas del día.

Mariana tomó las manos de Leah y la miró con ternura.

—Quiero que sepas lo mucho que significas para mí. Eres mi hogar, Leah. —dijo con sinceridad.

Leah sonrió, sus ojos brillando de emoción.

—Y tú eres mi todo, Mariana. —respondió, besándola suavemente.

Se quedaron así, disfrutando del momento, sabiendo que su amor era lo suficientemente fuerte para superar cualquier obstáculo.

El siguiente entrenamiento fue diferente. Leah y Mariana llegaron juntas, sintiéndose más unidas que nunca. Al entrar al vestuario, las miradas cómplices de sus compañeras no pasaron desapercibidas.

Beth Mead fue la primera en hablar, con una sonrisa burlona en su rostro.

—¡Vaya, vaya! Si no son nuestras tortolitas favoritas. —dijo, riendo.

Vivianne Miedema se unió a la broma, con un tono juguetón.

—¿Y qué nos trae esta gran muestra de amor hoy? —preguntó, guiñándole un ojo a Leah.

Leah y Mariana se sonrojaron, pero rieron junto con sus amigas. La atmósfera se llenó de risas y bromas mientras las jugadoras se preparaban para el entrenamiento.

Jordan Nobbs se acercó, con una sonrisa cálida.

—Es genial verlas tan felices juntas. —dijo, abrazando a Leah y luego a Mariana.

Mariana se sintió abrumada por el apoyo de sus compañeras. Sabía que había tomado la decisión correcta al quedarse en el Arsenal.

—Gracias, chicas. Su apoyo significa mucho para nosotras. —dijo, sonriendo.

Esa noche, Leah decidió devolverle el gesto a Mariana con una sorpresa especial. Había estado planeando algo desde hacía tiempo y ahora era el momento perfecto para llevarlo a cabo.

Leah le pidió a Mariana que fuera a su apartamento después del entrenamiento. Mariana, intrigada, aceptó sin hacer preguntas. Cuando llegó, encontró la puerta entreabierta y una nota pegada en ella.

—"Entra y sigue las luces" —decía la nota, escrita con la caligrafía de Leah.

Mariana sonrió y entró al apartamento, encontrando un sendero de pequeñas luces LED que la guiaban por el pasillo. Al final del camino, la sala de estar estaba iluminada por velas y adornada con flores. En el centro de la habitación, Leah la esperaba con una sonrisa radiante.

—¿Qué es todo esto, Leah? —preguntó Mariana, emocionada.

Leah tomó sus manos y la miró con ternura.

—Quería hacer algo especial para ti. —dijo, su voz llena de amor.

Leah se había asegurado de que la velada fuera inolvidable, había organizado una cena especial, cocinada por ella misma. Sobre la mesa, una exquisita cena estaba dispuesta: suculento salmón al horno, acompañado de una ensalada fresca y un vino tinto de excelente calidad.

—¿Cocinaste todo esto tú? —preguntó Mariana, sorprendida y conmovida.

—Sí, quise hacer algo especial para ti. —respondió Leah, sonriendo.

Durante la cena, compartieron risas, anécdotas y miradas llenas de amor. El ambiente estaba cargado de romance y gratitud, y ambas sabían que este momento sería uno de esos recuerdos que atesorarían para siempre.

Más que Fútbol - Leah Williamson Donde viven las historias. Descúbrelo ahora