Capítulo 11: Mi pasado

56 13 7
                                    

―Ya ha cumplido tres, creo... Deberíamos inscribirlo en el jardín de infantes. El pequeño Nam-joon ya lee muy bien, más de lo que habla, y así también nos lo sacaremos un poco de encima.

―¿Jardín de infantes dices? ¡¿Cómo voy a saberlo?! Además, ¿con qué mierda vamos a pagarlo? Tú eres la madre, tú debes ocuparte.

―Oye, no me eches toda la carga a mí. ¡La responsabilidad es de los dos! ¡Yo no pedí ser madre tampoco!

―Lo hubieras pensado mejor antes de abrir las piernas.

Mientras los adultos discutían en ese monoambiente austero, de paredes descascaradas y colores tristes, el niño acurrucado en un rincón los observaba sin dar un solo pestañeo, cubriendo sus orejas con sus pequeñas manos temblorosas.

―¡Tú también pudiste haber usado protección, cerdo asqueroso!

―¡¿Cómo me llamaste?!

El hombre zarandeó a la mujer y la envió al piso de un duro bofetón. Aquello causó un sobresalto en el niño, quien se quedó mirándola con ojos tiesos.

―¡¿Qué carajos estás viendo?! ―le dijo ella a su hijo―. ¡Todo esto es tu culpa! ―renegó entre lágrimas y sangre.

Esa era la historia de todos los días. Pero no terminaría ahí, no...

Con el rostro golpeado, sus ánimos por los suelos y su cabeza hundida y acompasada a metros de profundidad, deshaciéndose pedazo por pedazo, aquella madre caminó las frías calles con su pequeño a su lado. Ella no tomaba su mano; él lo hacía, se aferraba.

La gente era demasiada, muchos hombros chocaban, varios pasos trastabillaban y no había modales en absoluto. De repente, el pequeño Nam-joon sintió que lo que estaba agarrando era aire. La mano de su mamá ya no estaba a su lado, ni ella tampoco. Se había esfumado como cenizas en el viento, que se volvieron contra su carita, dejándola gris como el resto de sus días.

La llamó con su respiración acelerándose. Gritó, respirando audible y llenando las cuencas de sus ojos de agua salada. Ella no estaba ahí. Ella jamás volvería.

Sus gritos furiosos que lo llenaron cada vez de más miedo llegaron a la multitud que lo rodeaba. Al poco tiempo arribó la policía, y para el día siguiente se encontraba en un orfanato, aferrando contra su estómago el libro "Buenas noches, Luna", que tenía encima ese día y que leía para poder conciliar el sueño. Sin embargo, después de esa tarde en la que había sido dejado a la deriva en este mundo tan colosal, ya no importaba cuántas veces le dijera "buenas noches" a la luna, nada más que el cansancio absoluto lo haría ceder al sueño profundo por las noches.

Los años siguieron pasando y, podría decirse que las cosas mejoraron para Nam-joon, aunque no del todo. Con ahora seis años de edad, estaba en el patio del orfanato, peleándose a puño limpio con otro niño un poco más robusto que él.

―¡Maldito consentido de los maestros! ¡Por ti tenemos más tareas!

―¡Yo no tengo la culpa de que no sepas leer todavía, tarado!

Continuaron un "segundo round" con jalones en la ropa y tirones feos a sus cabellos, en una competencia reñida por ver quién derribaba primero al otro y propinaba el siguiente golpe. Dieron unas vueltas así, insultándose y agrediéndose, con una pequeña parva de chiquillos alentándolos a continuar y otro de ellos, más lejos, curioseando con sus ojos grandes que ningún adulto estuviera cerca.

Al momento siguiente, Nam-joon mordió el polvo; el otro niño sacó de su bolsillo una navaja. El resto de mocosos coreaban por él, sin entender del todo qué pasaría si lograba enterrar ese filo en la carne de Nam-joon, pero la adrenalina con la que cargaban no les daba lugar a consecuencias, ni soñarlo, todo lo que querían era presenciar algo de "acción", aquello que los adultos les prohibían sin darles muchas explicaciones.

Loveless (+21) [JinNam]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora