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La suave luz de la luna se filtraba por las altas ventanas de la habitación, bañando el espacio en un resplandor plateado. Elara Whitehard, sentada en un amplio sillón, observaba distraídamente cómo el polvo danzaba en el aire. A su lado, Nimeria afilaba con destreza una daga pequeña, su expresión concentrada pero serena. En el otro extremo de la habitación, Yohanna Tyrell, una joven tímida de cabellos dorados, jugaba nerviosamente con un bordado, su mirada esquiva y susurrante, evitando el contacto visual.
—Entonces, Yohanna—comenzó Nimeria, rompiendo el silencio con su tono cálido y amigable— He oído que eres muy hábil con la aguja y el pincel. ¿Es cierto que estás trabajando en un nuevo tapiz?
Yohanna levantó la vista brevemente, sonrojándose. —Sí, estoy bordando un paisaje de Highgarden. Me resulta... relajante.
—Me encantaría verlo alguna vez —comentó Nimeria, sonriendo— Yo soy más de la espada, Me gusta sentir el peso del acero en mi mano.
Yo por otro lado aunque escuchaba, me mantenía callada, mi mente estaba vagando lejos de la conversación. Pensaba en Benji y en cómo todo pronosticaba que mi corazón estaba a punto de convertirse en pedazos.
Los ojos de la muchacha, normalmente llenos de vida, estaban ahora apagados y melancólicos.
—¿Elara? —Nimeria la llamó suavemente, notando su silencio— ¿Qué piensas tú? Siempre has sido una gran estratega, pero nunca te he preguntado, ¿qué más disfrutas hacer?
Esbozó una sonrisa triste.
—Me gusta leer y escribir, las historias y las tácticas de batalla me fascinan. Pero últimamente... no he tenido mucho ánimo para ello.
Yohanna, sintiendo la tristeza de Elara, trató de cambiar el tema, aunque su voz temblaba ligeramente.— A mí me gustaría aprender a defenderme como tú, Nimeria. Siempre he admirado tu valentía.— Nimeria le dio un apretón en el hombro.
—Mi tío siempre decía que una dama debía saber defenderse. Recuerdo la primera vez que me llevó al patio de armas —comenzó, su voz temblando ligeramente al evocar los recuerdos.— Yo era apenas una niña, pero él me dio una espada más ligera y me enseñó los movimientos básicos con una paciencia infinita.
Yohanna, que había estado observando a Nimeria con atención, levantó ligeramente la cabeza. Su timidez habitual la hacía reacia a intervenir, pero el tono nostálgico de Nimeria la había atrapado.—No sabía que las enseñaran a luchar —dijo Yohanna en un murmullo, sus ojos grandes y curiosos. Nimeria sonrió.
—Sí, me enseñó porque quería que siempre estuviera segura. Decía que el mundo podía ser un lugar cruel, incluso para las bastardas de alta cuna. Me entrenaba todas las mañanas, al alba, cuando el sol apenas empezaba a asomarse sobre las murallas del castillo. Sus enseñanzas no eran solo de espada, sino también de honor y valentía.
