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El sol apenas había despuntado cuando Cedric Whitehard y su comitiva partieron de Harrenhal. Los estandartes ondeaban al viento, sus colores desdibujándose con la velocidad del avance. Cedric cabalgaba al frente, su mirada fija en el horizonte mientras sentía el peso de la urgencia apremiante que los empujaba hacia Stoney Sept.
Los ecos de la reciente muerte del príncipe Jacaerys Targaryen aún resonaban en su mente, una sombra que nublaba su habitual entusiasmo y sarcasmo. —No podemos seguir a este ritmo. —murmuró Cedric, apenas audible, mientras observaba a su tía y prima a su lado, sus rostros marcados por la determinación y el cansancio.
Cassandra, con su porte digno y mirada afilada, no parecía dispuesta a ralentizar la marcha. Su liderazgo férreo no dejaba espacio para vacilaciones. —Debemos llegar antes de que Cole tenga la oportunidad de fortificar su posición. —respondió, sin apartar la vista del camino. Oscar, siempre el más pragmático del grupo, añadía un toque de realismo a la conversación, su tono reflejando la urgencia que todos sentían.
—Si llegamos a Stoney Sept con el tiempo suficiente, tendremos una oportunidad de prepararnos adecuadamente. —dijo Oscar, su voz firme— Pero si Daeron nos toma por sorpresa, no tendremos ninguna oportunidad.
Cedric no pudo evitar fruncir el ceño. La falta de una estrategia cuidadosa lo molestaba profundamente. A sus 18 años, ya había aprendido que la inteligencia y la planificación eran tan importantes como la fuerza bruta en el campo de batalla. Pero hoy, esa energía parecía apagada, reemplazada por una resignación sombría. —Nos estamos precipitando. —replicó Cedric, su tono impregnado de su característica mezcla de sarcasmo e inteligencia, aunque menos encendido de lo habitual— Si seguimos así, podríamos caer en una trampa o ser comida de dragon.
El grupo continuó su marcha, el paisaje desfilando rápidamente a su alrededor. Las carreteras, generalmente bulliciosas con comerciantes y viajeros, estaban inquietantemente vacías, un presagio de los tiempos oscuros que se avecinaban. La falta de descansos adecuados hacía mella en los soldados, cuyos rostros reflejaban el cansancio y la tensión.
A medida que el día avanzaba y el sol alcanzaba su cenit, Cedric no podía dejar de analizar y planificar mentalmente. Su mente trabajaba incansablemente, evaluando riesgos y posibles soluciones. Sabía que, a pesar de las circunstancias, debía mantener la calma y estar preparado para cualquier eventualidad. Pero la sombra de Jacaerys lo seguía, recordándole lo frágil que podía ser la vida y el liderazgo.
Durante una breve pausa, mientras los soldados se alimentaban y descansaban, Cedric se apartó del grupo y se apoyó en un árbol cercano. Sacó su cuaderno de viajes, un objeto que llevaba a todos lados y que contenía sus notas, bocetos y planos. Pasó las páginas hasta llegar a los diagramas que había dibujado de los escorpiones. Estaba profundamente concentrado, sus ojos recorriendo los detalles de las máquinas de asedio, cuando Nimeria se acercó silenciosamente y se sentó a su lado.
