Capítulo 24

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Capítulo 24. Flor de ocho pétalos pt. 3

Sabiendo que George requeriría de nuevo sus ropas, cada uno de ellos habían llevado una pequeña maleta con la propia, claro que...

—¿Y yo por qué las debo regresar?

—Porque eres el guardián. Tú nos creaste.

Una sonrisa incrédula se formó en el rostro de Sergio sin tener la oportunidad de refutarle a sus reflejos.

—Concuerdo con Jules —comentó Lance—, tú eres la persona indicada.

Pronto el pelirrosa le dejó en sus manos el traje correspondiente, seguido por Jules y Oliver, aunque el último algo dudoso.

— ¡¿Significa que tengo que lavar todo esto?!

El pie derecho de Arthur volvió a su lugar tan pronto escuchó la exclamación del castaño.

No era para menos, usar un conjunto de la época que correspondía George conllevaba muchas prendas, no se trataba de un suéter, jeans y calcetines, sino de mucho más en finas sedas.

—Pudimos comprar cada uno el propio —comentó Michel—, pero alguien tuvo una estupenda idea de usar la ropa de George.

Yuki solo le envió dagas con la mirada, él no estaba al tanto de la situación por ser uno de los últimos en cambiarse de ropa, aunque tampoco estaba tan perdido gracias al comentario del pelirrojo.

—Lo dice el que vive en una cueva de Canadá.

—Al menos tengo energía eléctrica y calefacción.

Queriendo estar fuera de aquel campo de guerra, Sergio salió de la sala en dirección de su habitación, sin darse cuenta que era seguido por los demás.

Depositó las prendas en un cesto antes de buscar las suyas. Finalmente se dirigió al baño para poder cambiarse a unos cómodos jeans que pocas veces podía usar.

—Checo ¿Estarías de acuerdo si me encargo de esto?

Sacó la cabeza por la puerta del baño confundido de lo que Sebastian se estaba refiriendo.

—¿Qué cosa?

El cesto con la ropa de George fue alzado justo en el momento exacto que los gritos de un pelirrojo se escucharon desde la sala.

—¡Yuki Tsunoda, no toques mi cabello!

—En teoría también es mío.

—¡Ni siquiera lo pienses Bianchi! ¡No te me acerques!

Sergio juraba sufrir migraña en ese momento.

—¿Crees que este sea el motivo por el que no pueden estar en el mismo lugar todos juntos?

La risa de su reflejo pelinegro fue la medicina que necesitaba con todos ellos en casa.

—Estuvimos en ti por veinticuatro años —respondió Sebastian—. Sobreviviremos por unos minutos aquí. Aunque Michel...

—¡No! ¡No! ¡Agh! ¡Eso duele, Jules!

Ambos escucharon tantos sonidos de la sala y ninguno otro de Michel. Sergio suspiró resignado, no le quedaba más remedio que ir a la sala y ver todo el alboroto que los demás estaban causando.

—Me encargaré de lavarlas —indicó Sebastian—. Tú solo deberás entregárselas a George.

—¿Seguro?

—Por supuesto. Lo haré.

El pelinegro observó lo conmovido que Sergio estaba, hasta que sus pies llegaron a la sala o eso se asemejaba el lugar.

El Salón De Los Espejos  [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora