Han pasado varios meses desde aquella noche en la estación de policía. A pesar de las advertencias de mi tía Lena, no pude dejar las carreras. La adrenalina, la velocidad y el rugido del motor eran mi escape y mi libertad. Cada carrera era un desafío y, aunque sabía que estaba jugando con fuego, no podía resistirme.
Las visitas a la comisaría se volvieron más frecuentes, tanto que los policías empezaron a conocerme por mi nombre. Cada vez que mi tía venía por mí, su mirada de desaprobación se intensificaba, pero siempre terminaba llevándome a casa, después de un sermón que yo escuchaba con un oído y dejaba salir por el otro.
Una noche, después de una carrera particularmente intensa, me encontré una vez más en la estación, esperando a que Lena llegara. Cuando finalmente apareció, sus tacones resonaron en el suelo de la comisaría, como siempre.
—Lo siento, tía Lena,— dije automáticamente al verla, con una mezcla de arrepentimiento y desafío. Sabía lo que iba a venir después.
Lena suspiró y me miró con una expresión que no podía descifrar. —Vamos, Zoe. Nos vamos a casa,— dijo, llevándome hacia la salida.
En el camino a casa, el silencio en el auto era más pesado de lo habitual. Finalmente, no pude soportarlo más y le pregunté: —¿A dónde nos vamos a mudar ahora?—
Lena sacudió la cabeza lentamente, sus ojos fijos en la carretera. —Esta vez, no nos vamos a mudar, Zoe.—
La miré, confundida. —¿Entonces qué?—
Ella suspiró profundamente antes de responder. —Vas a ir a Tokio. Con tu padre.—
La noticia me golpeó como un camión. Tokio. Mi padre. Era un cambio que no había visto venir. —¿Por qué ahora?— pregunté, tratando de mantener mi voz firme.
—Porque esto no puede seguir así. Necesitas un cambio, una nueva perspectiva. Y tu padre está dispuesto a ayudarte,— dijo Lena, su voz teñida de preocupación y esperanza.
Mientras asimilaba sus palabras, me di cuenta de que, por primera vez, estaba frente a un cambio que no podía controlar ni evitar. Tokio.
El avión aterrizó en Tokio al amanecer, y al salir del aeropuerto, el bullicio de la ciudad me envolvió de inmediato. Tokio era un mar de luces, gente y rascacielos que se extendían hacia el cielo, tan distinto a cualquier lugar en el que había estado antes. Mientras caminaba por las calles con mis maletas a cuestas, sentía una mezcla de emoción y nerviosismo por lo desconocido.
A pesar de la multitud, me abría paso por las calles abarrotadas, observando todo a mi alrededor. Era un mundo completamente nuevo, y la vibrante energía de la ciudad era contagiosa. Al doblar una esquina, escuché el rugido de motores acercándose rápidamente.
Miré justo a tiempo para ver un grupo de coches pasar a toda velocidad, haciendo carreras ilegales en medio de la ciudad. La familiar emoción de las carreras volvió a mí de inmediato. No pude evitar sonreír y silbar en reconocimiento, admirando la destreza de los conductores que desafiaban las reglas.
A pesar de estar tan lejos de casa, el sonido de los motores me hacía sentir en casa, recordándome las noches en Alemania. Sin embargo, ahora había llegado el momento de enfrentar un nuevo desafío: conocer a mi padre.
Continué caminando, siguiendo las indicaciones que Lena me había dado. El camino me llevó a través de un vecindario tranquilo, en contraste con el frenesí del centro de la ciudad. Finalmente, llegué a una casa moderna, con un jardín bien cuidado y un coche deportivo estacionado en la entrada.
Respiré hondo antes de tocar el timbre. No sabía qué esperar de mi padre, alguien a quien apenas conocía, pero que ahora se suponía que debía ser mi figura paterna. La puerta se abrió lentamente y un hombre alto con el pelo oscuro y mirada seria me miró.
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Amor Sobre Ruedas †★ TOM KAULITZ
RomanceNo creo en el amor. En mi mundo, las carreras clandestinas son lo único que me hace sentir viva. Tengo 16 años y la velocidad es mi escape, mi refugio. Cada noche me subo al volante para acercarme más a la verdad sobre la desaparición de mi hermano...