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Al cruzar el umbral de la casa, sentí cómo los ojos de Tom seguían fijos en mi espalda. Su mirada era pesada, cargada de dudas y preocupación. Yo, por otro lado, me aferraba con fuerza al brazo de Han, quien caminaba a mi lado, sintiendo su firmeza como un ancla en medio de la tormenta que se desataba en mi mente.

Llegamos a la sala principal y, de repente, el sonido de música clásica llenó el aire. Mis pies se detuvieron en seco, y mi corazón comenzó a latir con fuerza descontrolada. Esa melodía, esa infernal y maldita melodía... Mis recuerdos comenzaron a desbordarse sin control, cada uno más vívido y aterrador que el anterior.

Esa habitación.

Las velas rojas.

Mi colchón en el suelo.

Mis muñecas encadenadas.

Y esa música.. La misma música que sonaba ahora.

Era como si la habitación misma estuviera atrapada en el tiempo, un eco de lo que había vivido allí. Mi respiración se volvió errática, y sentí que el mundo se cerraba a mi alrededor. Mi piel se erizó y una sensación de asfixia me envolvió, como si cada pared de esa casa estuviera conspirando para traerme de vuelta a ese infierno.

—Han... —murmuré, mi voz rota y llena de desesperación. —Sácame de aquí, por favor.

Han, notando el terror en mis ojos y el temblor en mi voz, no dudó ni un segundo. Me llevó de vuelta hacia la entrada, alejándome de esa sala que parecía tener vida propia. Apenas salimos de la sala, sentí un poco de alivio al estar lejos de esos recuerdos oscuros, pero las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas antes de que pudiera detenerlas.

Me dejé caer en el suelo de la entrada, incapaz de mantenerme en pie. Han se agachó a mi lado, su expresión llena de preocupación mientras me observaba con intensidad.

—Zoe, ¿qué está pasando? —preguntó, su voz era suave, pero supe que estaba exigiendo una explicación.

Tomé una respiración temblorosa, intentando encontrar las palabras para explicarlo. —Cuando mi padre se fue a Tokio, me quedé sola... las carreras, el peligro, la adrenalina, todo eso fue mi única salida. Me hacía sentir viva... —Mis palabras eran entrecortadas, atrapadas entre sollozos. —Pero entonces conocí a Leo. Al principio, era como un príncipe salido de un cuento... perfecto, atento, siempre estaba ahí para mí.

Mi mirada se perdió en el vacío mientras los recuerdos continuaban azotándome, cada uno más aterrador que el anterior. Han permaneció en silencio, dándome el espacio para continuar.

—Pero... después, todo cambió. —Tragué con dificultad, sintiendo un nudo en la garganta que me ahogaba. —Se convirtió en alguien que nunca imaginé. Me atormentaba todos los días, no solo físicamente, sino mentalmente. Controlaba cada aspecto de mi vida, me quitó todo lo que me quedaba de mí misma. Me... —Hice una pausa, intentando encontrar la fuerza para continuar. —Me hizo prisionera, Han. Esa habitación... esa música... me encadenó ahí durante días. Las velas rojas, el colchón en el suelo... todo era una forma de romperme, de asegurarse de que nunca olvidara quién estaba en control.

Han escuchaba atentamente, sus ojos llenos de una mezcla de rabia y tristeza. —¿Por qué nunca me lo contaste? —preguntó suavemente, pero su voz temblaba de furia contenida.

—Porque... tenía miedo. No quería que nadie supiera lo rota que estaba... —susurré, dejando caer mi cabeza en mis manos. —Pensé que si lo enterraba lo suficientemente profundo, podría seguir adelante. Pero ahora... estar aquí, en Alemania, en esta casa... todo me está volviendo a alcanzar.

Amor Sobre Ruedas †★ TOM KAULITZ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora