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La puerta de la habitación se abrió de golpe, estrellándose contra la pared con una fuerza que hizo que el marco crujiera. Tom apareció en la entrada, su rostro era una mezcla de furia descontrolada y celos. Sus ojos se clavaron en mí, despeinada y medio cubierta por las cobijas, y luego en Lorenzo, que estaba a mi lado, tan sorprendido como yo.

Antes de que pudiera reaccionar, Tom se lanzó sobre Lorenzo, su puño cerrándose con una precisión devastadora en su mandíbula. El golpe resonó en la habitación, haciendo que Lorenzo cayera al suelo, aturdido.

—¿Sabes cuántos años tiene, idiota? —gritó Tom, su voz cargada de rabia, mientras lo miraba desde arriba, con el pecho agitado.

Lorenzo, todavía en el suelo, se frotó la mandíbula y levantó la vista hacia Tom, con una mueca de dolor y una sonrisa despectiva.

—No, no lo sé —respondió Lorenzo, con un tono desafiante, intentando mantener su compostura.

Tom, con la mandíbula apretada, se inclinó hacia él, sus ojos ardiendo de furia.

—¡Dieciséis! ¡Tiene dieciséis, maldito enfermo! —espetó Tom, su voz cargada de un odio palpable.

Lorenzo se incorporó lentamente, limpiándose la sangre del labio con el dorso de la mano, y luego, con una sonrisa burlona, respondió:

—Bueno, me gustan menores... —dijo Lorenzo, y antes de que pudiera terminar, giró la cabeza hacia mí y me guiñó un ojo.

La habitación se sumió en un silencio mortal, solo roto por la respiración pesada de Tom. Su furia alcanzó un nuevo nivel, sus ojos destellaron de una forma casi inhumana. Lorenzo ni siquiera vio venir el siguiente golpe; Tom lo derribó de nuevo al suelo, con un poder tan lleno de ira que resonó en todo el cuarto.

Me apresuré a ponerme la ropa, mis manos temblaban mientras me abotonaba la camisa a medio poner. Lorenzo seguía en el suelo, quejándose mientras Tom, con la furia aún visible en su rostro, me agarró del brazo y me sacó de la habitación sin decir una palabra. Bajamos las escaleras rápidamente, mi corazón latiendo con fuerza, sin saber qué esperar.

Una vez fuera de la casa, Tom me condujo hasta su carro. Nos subimos y, sin mirarme, encendió el motor. El silencio entre nosotros era pesado, lleno de tensiones no resueltas. Me recosté en el asiento, dejando escapar una risa nerviosa, tratando de aliviar la presión que sentía en mi pecho. Para mi sorpresa, Tom también se rió, aunque de manera corta y casi sin alegría.

Me giré hacia él, notando cómo su mirada se suavizaba por un instante antes de volverse más intensa. Sin previo aviso, su mano se dirigió a mi mandíbula, sujetándola con firmeza, y me besó con una pasión cruda, desesperada. Era un beso que hablaba más de su confusión y deseo de control que de cualquier otra cosa.

Instintivamente, me aparté, respirando rápidamente, sintiendo cómo el calor subía a mi rostro. Pero Tom no dijo nada, solo me miraba con esos ojos que, incluso en la penumbra del carro, parecían atravesarme. El silencio entre nosotros se volvió más pesado, y por un momento, ambos parecíamos estar evaluando la situación, sin saber cuál sería el siguiente paso.

Cuando llegamos a la casa, el ambiente estaba tenso. Tom no había dicho una palabra durante todo el trayecto, y yo sentía su mirada fija en mí, aunque no me atrevía a devolverle la mirada. Apenas había estacionado el carro cuando Malik apareció en la entrada, con su expresión seria pero con un destello de emoción en sus ojos.

—Zoe,— dijo, lanzándome las llaves de mi propio carro. —Hay un millón en juego. Vamos a la villa a correr.

No dudé ni un segundo. Atrapar la adrenalina era lo único que podía mantener mi mente ocupada, alejándola de lo que acababa de suceder. Asentí y, sin mirar a Tom, me dirigí hacia mi carro. Podía sentir su mirada penetrante mientras caminaba, pero no me detuve.

Amor Sobre Ruedas †★ TOM KAULITZ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora