Capítulo 16: Semillas de cambio

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Ali


Han pasado tres días desde la cena del equipo y, aunque me lo pasé muy bien aquella noche, no puedo evitar sentirme un poco preocupada. Pedri ha estado raro desde entonces, como si algo le estuviera molestando. Nos seguimos viendo, pero está más enfocado en el fútbol que de costumbre y, cuando estamos juntos, parece distante. No sé si es algo que hice o si simplemente está estresado, pero me estoy comiendo un poco la cabeza con esto.

Estos últimos tres días han sido una montaña rusa de emociones. Pedri ha estado entrenando más intensamente, dedicando casi todo su tiempo y energía al fútbol. Cuando le pregunto cómo está, me responde con una sonrisa forzada y dice que todo va bien, pero sé que hay algo que no me está contando. Intento no presionarlo, pero no puedo evitar sentirme preocupada.

Hoy decido pasar un rato con mis padres para despejarme un poco. Llego a la casa de mis padres y me bajo del coche, respirando el aire fresco del jardín. La puerta del chalet se abre y aparece Rosa, una de las señoras del servicio que ha estado con nosotros desde que tengo memoria.

—¡Hola, Rosa! —la saludo con una sonrisa.

—¡Ali, qué alegría verte! —responde ella, devolviéndome la sonrisa—. ¿Cómo estás, querida?

—Estoy bien, gracias. ¿Y tú? ¿Cómo están tus hijos y tu marido? —le pregunto con genuino interés.

—Todos bien, gracias a Dios. Los niños están disfrutando del verano y mi marido trabajando como siempre —responde Rosa, con esa calidez que siempre la ha caracterizado.

—Me alegro de escuchar eso, Rosa. Sabes que siempre puedes contar con nosotros si necesitas algo —le digo, asegurándole que valoramos mucho su trabajo y dedicación.

—Muchas gracias, señorita Ali. Usted siempre tan amable —responde Rosa, visiblemente agradecida.

—¿Y mi madre? ¿Está en casa? —pregunto, ya anticipando la respuesta.

—Sí, está en el jardín haciendo yoga —responde Rosa con una pequeña risa.

—¡Vaya sorpresa! —digo sarcásticamente, riendo mientras me dirijo al jardín.

Al salir al jardín, veo a mi madre en la posición del perro boca abajo, concentrada en su práctica de yoga. Me río por lo bajo, disfrutando de la escena. A unos metros, mi padre está sentado en una de las sillas del jardín, absorto en su móvil.

—Papá, ¿esto te parece normal? —pregunto en voz alta, señalando a mi madre con una sonrisa divertida.

Mi padre levanta la vista de su móvil y sonríe, compartiendo mi diversión.

—Es mejor ignorarla, hija —responde con un tono juguetón.

—¡Dejadme fluir mis energías en paz! —réplica mi madre desde su posición, sin perder la compostura.

—Claro, claro, querida. Fluye todo lo que quieras —responde mi padre, haciendo una exagerada reverencia desde su silla.

Mi madre se incorpora indignada, poniéndose en pie y colocando las manos en jarra.

— ¿Te estás burlando de mi yoga? —pregunta, fingiendo estar ofendida.

—¡Nunca! Solo admiro tu dedicación, cariño —responde mi padre con una sonrisa pícara.

La escena me hace reír. Mis padres siempre han sido un ejemplo de cómo mantener el humor y el cariño en cualquier situación, y su relación es algo que siempre he admirado.

Me acerco a mi padre mientras mi madre sigue con su rutina de yoga. Al verme caminar hacia él, su rostro se ilumina con una sonrisa.

—Llevaba días sin verte, te echaba de menos —dice mi padre con una voz cálida.

La chica de las flores  [Pedri Gonzalez] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora