Capítulo 23: Lo quiero matar

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Pedri

Conduzco con el corazón latiendo a mil por hora, las luces de la ciudad pasando rápidamente mientras intento poner la mayor distancia posible entre nosotros y el restaurante. Ali sigue llorando desconsoladamente en el asiento del copiloto, abrazándose a sí misma mientras las lágrimas corren por su rostro. Cada sollozo suyo es como un puñal en mi corazón.

No me detengo a pensar en las posibles consecuencias de nuestra huida. Todo lo que importa en este momento es Ali, y su llanto aturdido llena cada rincón de mi mente, dejándome incapaz de pensar en nada más.

Llegamos a mi casa, y apenas apago el motor, me bajo del coche para ayudar a Ali. Ella se aferra a mi pecho, sus manos temblorosas y su cuerpo frágil, completamente desconsolada. La abrazo con fuerza, tratando de transmitirle todo el consuelo y la seguridad que puedo.

—Vamos, Ali. Estás a salvo aquí —susurro, acariciando su espalda suavemente.

Entramos a la casa y un silencio denso nos envuelve. Solo se escuchan los sorbidos de nariz de Ali mientras intenta controlar su llanto. No me animo a preguntarle nada, temiendo que cualquier palabra pueda romperla aún más.

La guío hasta la habitación, sus pasos son lentos y vacilantes. Abro el armario y saco una de mis camisetas, extendiéndosela como pijama. Ali la mira, dubitativa, sus ojos llenos de lágrimas.

—Aquí tienes. Puedes ponerte esto para dormir —digo con suavidad, tratando de no presionarla.

—En el cuarto de baño hay toallitas desmaquillantes. Son tuyas, no las he tirado —añado, señalando el baño.

Ali me mira en silencio, sopesando sus opciones, sus ojos reflejando una mezcla de confusión y desesperación. La tensión en el aire es palpable, y cada segundo que pasa sin una respuesta suya me llena de una angustia creciente.

Finalmente, Ali toma la camiseta y se dirige al baño sin decir una palabra. Me quedo en la habitación, sintiéndome impotente y desesperado. No sé cómo ayudarla, no sé qué decir para aliviar su dolor.

El sonido del agua corriendo en el baño es lo único que rompe el silencio. Me siento en la cama, esperando que Ali salga. El tiempo parece alargarse interminablemente mientras mi mente se llena de imágenes de ella sufriendo, de la desesperación en sus ojos.

Cuando Ali finalmente sale del baño, lleva puesta mi camiseta y su rostro está libre de maquillaje, revelando las marcas de su llanto. Se ve tan vulnerable, tan frágil, y mi corazón se rompe un poco más al verla así.

—Ali, estoy aquí para ti. No tienes que hablar si no quieres, pero estoy aquí —le digo, mi voz apenas un susurro.

Ella asiente débilmente, sus ojos llenos de gratitud y dolor. Se acerca a mí y se sienta a mi lado en la cama. El silencio entre nosotros es pesado, pero lleno de una comprensión tácita. No hay necesidad de palabras en este momento, solo de estar juntos y encontrar consuelo en la presencia del otro.


La luz suave del amanecer se filtra por las cortinas, despertándome lentamente. Al abrir los ojos, noto que Ali duerme sobre mí, su cabeza está apoyada en mi pecho y su respiración es tranquila y profunda. Me muevo con cuidado, tratando de no despertarla mientras me deslizo fuera de la cama.

Me levanto lentamente, mi mente aún está aturdida por los eventos de la noche anterior. Miro a Ali, que sigue dormida, y noto que su camiseta se ha remangado un poco debido a los movimientos propios del sueño, dejando al descubierto sus muslos y parte de su estómago.

Mi corazón se detiene al ver las marcas en su piel. Varios moratones de diferentes tamaños cubren sus muslos, algunos arañazos y marcas de agarre que no vi anoche debido a la oscuridad. El nudo en mi estómago se aprieta con fuerza, y siento una ola de angustia y rabia recorrer mi cuerpo.

La chica de las flores  [Pedri Gonzalez] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora