La flor del sepulcro P4

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A los minutos de que Judith se fuera, se dirigieron al cuarto llevando tres botellas con agua. Corrieron las cortinas evitando que la luminosidad de un radiante día les molestara por la sensibilidad que tenían en los ojos. Se acostaron en la cama con la intención de dormir un par de horas y así descansar. Las ventanas quedaron cerradas acumulándose un calor que ellos no sintieron, al contrario, provoco que sus cuerpos se humedecieran con un helado sudor que los hizo por momentos querer abrigarse más.

Hermes despertó sintiéndose sofocado por el gran calor que había en el lugar. Se levantó a abrir la venta buscando la suave brisa del atardecer. Sin embargo, no había brisa y el sol no se estaba ocultando, sino que estaba apareciendo para iniciar un nuevo día. Miró el reloj viendo que marcaba las seis diez de la mañana. Luego vio a Pamela que despertaba dándose media vuelta hacia donde él estaba.

— Buenas tardes mi amor — dijo Pamela con una voz que ella misma se sorprendió.

— Hola...y son Buenos días. Dormimos casi veinte horas — respondió Hermes frunciendo el ceño dando signos de confusión.

— No me siento bien... — Respondió rápidamente sin darle importancia a que día era — Tengo mucho frio y la cabeza parece que va a explotar. Y la sed..., la sed volvió, tengo mucha sed.

Hermes de pie al lado de la ventana no podía asimilar lo que estaba viendo. Él no se sentía bien, pero estaba seguro que estaba mucho mejor que ella. Pamela mostraba una mirada demacrada con una palidez bordeando un color sin vida, la piel quebradiza y algo flácida con tintes rojos adornaban un semblante que era de debilidad total. Sus ojos delataban un cansancio extremo y sus labios la sequedad de la boca que suplicaba por agua.

En un acto inconsciente se acercó a ella y tocó su frente. El ardor de su piel contrastaba con la de él y con la sensación de frio que Pamela dijo tener. Abrió la puerta del cuarto y salió al pasillo que conecta con el comedor en dirección a la cocina en busca de agua. El corazón comenzó a latir con fuerza al ir reconociendo un aroma que se apoderaba de la casa. <<¿Cómo es posible? ¿Es broma?>> pensó mientras se dirigía al salón.

Hermes se sentó en el sofá con la mirada fija en los dos vasos sobre la mesa de centro. Puso los codos sobre sus rodillas como si eso le hiciera entender todo. El viaje, lo que vivieron en el cementerio, las lagunas mentales hasta que despertaron en la mañana sintiéndose mal, Pamela claramente atacada con alguna enfermedad, él no sintiéndose bien y ahora, el olor que parecía salir de un mal sueño y esas dos ramas verdes que habían dejado de ser pequeñas.

Dentro de cada vaso yacía una planta treinta centímetros más grande, con espinosas ramificaciones y hojas nuevas de un verde tan oscuro como el negro, y un botón marrón que daría vida una nueva flor. <<Qué mierda es eso>> pensó cuando vio que el agua se comenzó a mover. <<¿Qué es eso?>> volvió a pensar, pero esta vez en voz alta tomando el vaso y mirando el contenido más de cerca. Las raíces que estaban en agua de esa planta eran como delgados hilos blancos que se movían en zigzag, si antes parecían tener vida ahora no quedaba duda de que se movían solas. <<¿Gusanos?>> pensó mientras giraba el vaso. Al agitar el agua un olor se elevó inundando el salón, era fuerte, concentrado, pero agradable a los sentidos. Hermes recordó en el cementerio el olor a rosas que sintieron cuando sacaron la rama de aquella planta. <<¿El olor viene del agua?>> volvió a preguntar al aire aromático que lo rodeaba. Una confusión se apodero de él. Dejó el vaso en la mesa sin dejar de mirarlo y asombrado de que las delgadas raíces blancas no dejaban de moverse. Intentó no solo responder las preguntas que tenían y que iban apareciendo en su mente, sino que intentó correlacionar todo con lo que estaban pasando. Sin embargo, la ansiedad y el dolor de cabeza no lo dejaban. Miró el reloj y se levantó rápidamente para ver como seguía Pamela.

La fragancia a rosas se apoderó de toda la casa. Hermes sino supiera todo lo que podía esconder su procedencia, estaría encantado. No era amante de las rosas, pero era un aroma que lo tranquilizaba como los inciensos que liberaban su mente de ideas negativas.

Pamela volvió a dormirse sin percatarse cuando Hermes entro en el cuarto con el vaso con agua y toco nuevamente su frente dando señales de que ya no tenía fiebre. Se sentó a su lado acariciándole el pelo pensando en cuanto la quería y desenado en lo más profundo de su alma que se sintiera mejor, que despertara con su color normal, que no tuviera sed, que riera y que fuera la deportista sana que lo había embrujado.

Llamó a Judith avisándole que iría a buscar un encargo y lo pasaría a dejar al local, pero que volvería rápidamente a la casa. Cuando volvió ya casi era medio día. Entró y se dirigió raudamente al dormitorio. Pamela estaba sentada en la cama bebiendo té lo cual lo tranquilizó.

Hermes la ayudó a trasladarse hasta el baño. Se sentía mejor, sin fiebre y con ánimo, pero con debilidad y notoria palidez. La llevó del brazo dejándola en la puerta.

— No pongas pestillo por si me necesitas — replicó Hermes caminando hacia la cocina en busca de agua y a preparar un té.

Aunque era agradable el olor a rosas le encanto que se fuera disipando del ambiente. Pasó por la sala de estar mirando rápidamente los vasos sin notar diferencia con lo que observo la última vez. Entró a la cocina e inmediatamente puso el hervidor y luego busco un destartalado matamoscas dentro del estante de limpieza. <<Una, dos..., tres, cuatro...cinco...seis...siete>> contó en su mente al ir aplastándolas.

— ¡Tenemos más moscas! — gritó hacia el baño.

Desde hace dos meses que no tenían moscas en la casa, esa vez contaron más de cincuenta. Fueron tres días de mucho calor, lo suficiente para formar un enjambre de moscas que se divertían en la cocina y en el salón. Cada uno tomó un matamoscas creando un juego donde se repartieron los espacios, Pamela eligió el salón y Hermes la cocina. Si uno de los dos mataba una mosca, el otro debía sacarse una prenda. Mataron a más de cincuenta terminando todo en un juego erótico que los hizo fundir sus cuerpos en uno solo en más de una vez. Esta vez tenía claro que estaba muy lejos de terminar así.

Pamela salió de baño con la energía renovada. La ducha le ayudo a calmar el dolor de cabeza y regular por un momento el frio que sentía. Buscó en el botiquín una pastilla para la gripe encontrado unos viejos dulces de propóleo y siete tiras de paracetamol. La palidez no se iba, pero se sentia con fuerza, sin la debilidad que tuvo por muchas horas a lo largo del día.

— ¿Te acuerdas cuando jugamos a "mosca prenda"? — dijo Pamela riendo.

— Claro, como olvidar mi victoria.

— ¿tuya? — contestó rápidamente Pamela con una gran sonrisa —. Recuerdo que te gané y disfrutamos juntos el premio — dijo acercándose a Hermes besándolo.

El sonido de la vibración del celular sobre la mesa rompió el momento. Pamela contestó. Era Judith queriendo saber cómo estaban y avisando que iría temprano en la mañana.

— No es molestia, iré a verlos.

La flor del sepulcroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora