La flor del sepulcro P15

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Judith al entrar a la casa nunca pensó encontrarse con lo que vio y mucho menos con lo que Felipe y Jaime le contaron cuando despertaron. Quiso contarle a Pamela y a Hermes pero ninguno contesto el celular. Fue sorpresivo, extraño y escapaba de la cotidianidad familiar.

Al ingresar los encontró tendidos en el sofá con sus ropas y manos bañadas en un espeso vomito blanquecino con tintes verdes y rojos. A dos metros de ellos cientos de moscas muertas yacían en el piso del salón y dos envases de veneno en aerosol parecían cuidar de que no volvieran a volar. El ventanal estaba abierto lo suficiente para que entrara una helada brisa refrescando el ambiente y eliminara cualquier olor desagradable. Judith se acercó a cerrarlo. Al hacerlo su mirada se quedó fija en un objeto que estaba tirado sobre el pasto. Miró la mesa de centro, luego la del comedor, para volver sus ojos hacia aquel tenue brillo en el patio. Abrió el ventanal. Lo tomó y no tuvo dudas que era el vaso donde estaba la planta. Comenzó a buscarla en la penumbra y luego con una linterna, pero sin éxito. Entró a la casa y los despertó.

Felipe y Jaime despertaron con la sensación de haber dormido por horas, pero sin haber descansado. Sintieron el cuerpo aletargado, algo mareados y aun con nauseas que los hizo asquear en más de una vez. Acusaron de su estado a un olor penetrante a putrefacción y a un enjambre de moscas que colapsaron la planta viendose casi obligados a tirarla por la ventana y usar gran cantidad de aerosol. Vomitaron en más de una oportunidad mientras espantaban cientos de moscas que volaban por todos lados de la casa en busca de posicionarse en ese vaso que expelía un olor a muerte, a sangre fétida, a algo que no querían volver a sentir ni saber. Ni la hermosa flor blanca que había brotado de aquella planta los hizo calmar la repulsión y evitar arrojar con desesperación el vaso hacia el exterior. Muchas moscas como si estuviesen obsesionadas salieron rápidamente y las que no lo hicieron yacían muertas en el piso.

El esfuerzo y la tensión los había mareado de tal manera que cayeron en el sofá percibiendo sus cuerpos calientes. No cerraron por completo para que el olor se disipara y entrara una brisa que refrescara el momento. Cuando el olor y las moscas disminuyeron quisieron levantarse a cerrar, pero sus cuerpos no respondieron al esfuerzo quedando inmóviles, mareados y bañados en sus vómitos. Ya no había olor de ningún tipo, ni frio, ni calor en sus cuerpos. Una somnolencia les gano y solo despertaron con el llamado de Judith que movió sus cabezas para que reaccionaran.

Al moverse agitaron el vómito que estaba sobre sus ropas y bajo ellos, sintiendo un olor que los abofeteo con repugnancia. No tenían conocimiento de donde cayó o que paso con aquella planta, ni con la hermosa flor que pareció brillar en la oscuridad. No sentían remordimiento por haberla lanzado lejos de sus sentidos eliminando así esa fragancia necrófila junto al enjambre de grandes moscas que caminaban y volaban en todas partes.

Judith luego de escucharlos llamo a Hermes y a Pamela para contarles, pero seguían sin contestar. Lo que escuchó de su esposo e hijo la sorprendió, llenó de interrogantes y al mismo tiempo alerto. Los vio pálidos con una mirada extraña como si estuvieran divagando, incluso pasó por su cabeza que todo era totalmente exagerado por los dos. No era la primera vez que hacían una locura, Felipe se dejaba llevar por su padre y Jaime se dejaba llevar por las locas ideas de su hijo. De todas formas pensó que si todo se trababa de un juego o de una broma con falso vómito, sin duda era una muy asquerosa y llena de morbo.

Le fue imposible no pensar y hacer una rápida relación de este extraño suceso con la misteriosa planta, las enfermedades repentinas, la fiebre, los vómitos, los estados de mareo dignos de un programa de salud y en especial con lo escuchado en el viaje a aquel cementerio donde la leyenda e historias cobran realidad solo para algunos.

Felipe y Jaime se levantaron a lavarse y cambiarse la ropa antes de ir a limpiar todo lo que habían hecho, sin excusas. Cuando comenzaron se sentían mejor, solo un dolor de cabeza que no quería desaparecer y una temperatura corporal que bordeaba los treinta y ocho, pero nada que los liberara de la limpieza.

El celular de Judith no dejo de sonar hasta que lo contestó. Su cara pareció desfigurarse y el corazón golpear con brutalidad su pecho al escuchar lo que esa nerviosa y agitada voz le dijo.

La flor del sepulcroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora