La flor del sepulcro P17

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A las nueve de la mañana Judith, Hermes y Jaime abrieron el portón que da acceso al velatorio donde estaba el cajón con el cuerpo de Pamela. No tardaron en llegar los primeros visitantes animados más por un acto social que por verdaderos sentimientos hacia Pamela, Judith o Hermes, los cuales de buena manera evitaron cualquier conversación más allá de los buenos deseos al alma que dejó este mundo.

A las dos de la tarde Jaime llevó a Judith a almorzar, necesitaba comer y un momento de distracción. Hermes se quedó solo al lado del ataúd. Se sentó, paró, caminó, miró su rostro y se volvió sentar varias veces antes de que Felipe cruzara por la puerta con un semblante que le preocupó. El joven se sintió relativamente bien en la mañana yendo al colegio sin problemas, pero luego al acompañar a un amigo al aeropuerto para despedir a su padre los síntomas del día anterior aparecieron con fuerza. Un mareo y la necesidad de sentarse por una debilidad que no pudo controlar fue la primera alerta. Se acercó ataúd tosiendo como lo hizo toda la mañana y abrazo a Hermes fuertemente. El dolor de cabeza lo atormentaba y el frío que sentía se contraponía con la elevada sensación térmica en ese momento, pero eso no fue impedimento para que se quedara dos horas más acompañando a Hermes y en especial a su madre.

En los últimos minutos de la tarde quedó al descubierto que el calor había hecho lo suyo. Deshidratación y mareo acompañaron a la lucha de pensamientos por lo ocurrido, haciendo que Judith y Hermes solo quisieran despertar de lo que ya consideraban una pesadilla.

Dejándose llevar por el impulso hacia la cafeína, a pesar del calor, Felipe salió junto a Jaime a comprar café. Lo necesitaban, lo deseaban. Ambos no se sentían bien, la tos no los dejó en paz por un largo rato. Comenzaron a caminar rápido, pero luego de unos metros el cansancio se apodero de ellos disminuyendo significativamente el ritmo teniendo que detenerse dos veces. El negocio no estaba lejos, pero para ellos fue como si hubiesen sido varias cuadras. Al volver ya casi era la hora de cerrar. Se sentaron junto a Judith esperando dar por terminada la jornada.

Hermes entró en el baño, abrió la llave y se mojó la cara mirándose en el pequeño espejo que tenía al frente. Sus ojos levemente irritados, la piel pálida y una expresión de entrega total se reflejaron al frente de él. Tosió, estornudo y toco su abdomen intentando calmar una molestia que se ramificó en todo el cuerpo como un latigazo de calor y frio. Salió con dirección al salón el cual le pareció más caluroso que nunca, se tocó la nariz al sentir un tibio liquido llegar a su labio.

Jaime se levantó rápidamente al ver llegar a Hermes con sangre saliendo de su nariz, pero no pudo evitar que cayera al piso de rodillas y claros signos de dolor. Varios de los presentes se dirigieron a socorrerlo, pero al verlo retrocedieron y dejaron que solo Jaime lo tocara. Algunos se quedaron hasta saber de qué estaba bien, otros se fueron de inmediato asustados por la palidez adornada por la sangre que salía de su nariz y la que dejo ver en su boca al sonreír intentando calmarlos.

Hermes descansó tendido en el piso por diez minutos vigilado por Judith y Felipe, mientras Jaime ordenaba sillas antes de cerrar y despedía a los dos únicos asistentes que se quedaron.

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