La flor del sepulcro 6

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El reloj marcaba las diecisiete con catorce minutos cuando Felipe intentó por cuarta vez abrir el candado del portón frontal que daba paso al patio de la casa. Lo habían cambiado hace no más de tres meses, pero todos reconocían que el nuevo estaba fallado.

Entró a la casa sintiendo un suave, pero molesto olor que venia del salón. Caminó a ese lugar intrigado por la causa y porque a cada paso que daba se intensificaba. Era molesto, penetrante, olor a un agua estancada por días sin oxígeno, sin vida, un agua casi en el límite de lo nauseabundo que le hizo sentir repulsión. Sentado en el sofá estaba Jaime con la mirada fija en una hermosa flor blanca que nacía de un pequeño palo bicolor.

— ¿Papá que haces?.

— Mira que hermosa, extraña y hermosa.

— Sí, lo es. Pero ese olor ¿no te da asco?.

— En un comienzo — dijo riendo —. Cuando te acostumbras ya no lo sientes.

— Estás loco — le dijo regulando el aire que inhalaba —. ¿No fuiste a trabajar?.

— Sí, temprano. Vine a buscar la boleta para cambiar el pantalón que me quedo chico y la vi. Debo ir hoy, pero tú sabes, no me pude resistir. ¿Cómo te fue en el colegio?.

— Supongo que bien — respondió rápido sonriendo —. ¿Cuánto llevas en esto?

Jaime miró el reloj.

— Media hora, quizás más, pero por algo soy el jefe — respondió mientras ojeaba uno de los tres libros que tenía sobre la mesa —. Aun no sé que tipo de cactus o planta es.

— Mamá dijo que era algo de momias.

— Sí, tu madre siempre inventa cosas, aunque ahora hay que reconocer que estuvo cerca, pero no es esa.

— Quizás encontró una nueva especie.

— ¿Por el cambio climático dices tú? — replicó riendo.

Se quedaron diez minutos conversando antes de que Jaime saliera de la casa a cambiar el pantalón. Felipe se fue a su dormitorio y luego a la cocina para preparar algo de comer. A sus dieciséis años era muy habilidoso para preparar huevos revueltos con tocino y pan. Como había dicho su padre, ya no sentía el desagradable olor, ni siquiera lo recordaba, y a diferencia de su padre él no tenía ningún interés en la flor ni en los cactus.

A la media hora volvió a la cocina por un vaso con bebida sabor a piña. Caminó hasta el salón divisando la planta sobre la pequeña mesa de centro siendo rodeada por algunas moscas. Se acercó, corrió unos libros de su padre que estaban en el sofá, se sentó y la admiro mientras daba los últimos sorbos del helado líquido burbujeante. <<Es linda>> pensó en voz alta. El olor se había disipado, pero esa curiosidad humana lo hizo pensar en tomar el vaso y acercar la planta con la flor a su nariz intentando oler aunque sea sutilmente esa pestilencia nuevamente. Espanto a diez moscas que revoloteaban. Tomó el vaso e inhalo profundo, tan profundo que frunció el ceño al sentirlo nuevamente. El ímpetu juvenil lo hizo hacerlo de nuevo. Aspiro tan fuerte que una oleada de fragancias lo invadió. Suaves, ligeros y concentrados olores entraron en su cuerpo comenzando por un sutil olor a rosas y terminando con un hedor que lo hizo asquear. En un movimiento instintivo movió bruscamente su brazo y cuerpo intentando evadir el asco que lo violentaba a vomitar. Pero no pudo, vomito sobre el sofá y parte del brazo que aun sostenía el vaso. Lo miró y noto como pequeñas partículas se elevaban invadiendo el aire que respiraba. Dejó el vaso casi tirándolo sobre la mesa de centro y saliendo rápidamente de ese lugar fue al ventanal para abrirlo. Una refrescante brisa lo alivio, inhalo sintiendo el aire fresco entrar en su cuerpo, pero su garganta daba signos de irritación al igual que sus ojos que comenzaron a arder. Se tocó el cuello. Tosió lo más que pudo para liberar esa sequedad e irritación, pero no resultó. Fue a la cocina por agua logrando sentirse mejor. Se limpió la boca, el brazo y luego se acercó nuevamente a la ventana con la intención de respirar aire puro, pero el golpe de frescura pareció tumbarlo. Comenzó a marearse y una somnolencia se apodero de él. No sentía olor a la planta, ni la brisa que entraba por la ventana. Se sentó en el sofá contiguo que estaba limpio y poco a poco se fue perdiendo en el sueño

La flor del sepulcroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora