— No hemos encontrado nada, pero es muy pintoresco este lugar — dijo Judith mientras fotografiaba una lápida de 1872 cuyas grietas reflejaban el paso del tiempo y varios sismos.
— Tienes razón, sinceramente no recordaba nada de esto — respondió riendo —. Pero aun así, creo que estamos cerca.
— ¿Acaso estaban drogados?. Lo pregunto porque no recuerdan casi nada y llegaron enfermos con una planta rarísima.
— Parece loco lo que dices, pero no es algo fuera de la realidad. Hay plantas por si solas que son toxicas o...
— ¿O qué?.
— Laaa maaaldiiición de sacar cosas de los cementerios...
— Como las historias que nos contaban de niños.
— Y no tan niños. Recuerdo que lo hablamos con Pamela antes de sacar la planta.
— ¿Y?.
— Al final unas personas nos dijeron que eran los parientes y que no era un robo si ellos no nos la regalaban — dijo Hermes mirando como Judith como esbozaba una sonrisa de burla. Ella no dijo nada, ni él tampoco. <<mejor no digo nada para no parecer un loco>>.
Sin darse cuenta contaron cinco callejones recorridos. Al entrar en el sexto vio un desteñido remolino incrustado en uno de los maceteros. Hermes supo de inmediato que era el lugar.
— Acá es — le dijo apurando el paso dejándola unos metros atrás.
Sintió el palpitar de su corazón azotar el cuerpo en cada paso y en cada lapida que miraba. La ansiedad pareció carcomerlo y sin escuchar lo que Judith le decía se detuvo frente a un nicho. Un torbellino de emociones lo invadieron mientras miraba la placa de mármol. Era esa, no tenida dudas, sin embargo no era lo que esperaba. Las grietas, las manchas, la lápida rota y separada dejaba ver el interior, pero no tan grande como lo recordaba y por ningún lado había rastro de alguna planta saliendo desde el interior ni tampoco en el deteriorado recipiente. Se miraron buscando un plan a seguir, pero la alegría de encontrar la tumba se transformó en confusión.
Judith comenzó a mirar las otras lapidas buscando alguna señal. De pronto, dio un grito señalándole a Hermes el final del pasaje. Una mujer delgada vestida de largo vestido de un oscuro azul a los rayos del sol pasaba caminando lentamente. Los dos se quedaron en silencio viendo su caminar y como los vio de reojo. Hermes se estremeció recordando a la mujer que se les acerco ese día, primero ella y después su acompañante. <<¿Será la misma?>> se preguntó. No tenía claro si quería conocer la respuesta de esa manera. Judith la llamó, pero ella no los volvió a mirar y siguió tranquilamente su camino.
— ¿Era ella? — preguntó Judith.
— No lo sé. Lo más seguro que no, sino me hubiese recordado. ¿no crees? — respondió Hermes restándole importancia y escondiendo sus dudas.
Se sentaron apoyados en las tumbas aledañas mirando al frente, sus ojos se movían en todas direcciones en busca de algún indicio de que la planta salió de ese lugar. Pero nada. Conversaron unos minutos riendo por las extrañas ideas que se les venían a la mente por todo lo que había pasado, el primer viaje, la enfermedad, la flor, los olores, el viaje de vuelta a ese lugar por un loco impulso de curiosidad. Judith se levantó y comenzó a caminar sacando fotos a su alrededor, le encantaba esa mezcla de mármol con dañados ladrillos y flores secas que adornaban la mayoría de las tumbas.
— Quizás se vea en el interior — dijo Hermes colocándose de pie. Activó la linterna de su celular y comenzó a iluminar el interior por la pequeña abertura. No le costó ingresar su mano y brazo, pero seguía con la idea de que era de menos diámetro. El olor que sintió al acercar su cara lo frenó. Esa fragancia extrajo de su memoria el suave olor que sintió en la casa antes de las moscas. Llamó a Judith que se había ido varios metros más allá para que sintiera y viera el interior. Ella no lo reconoció, pero le pareció mucho más agradable que el apestoso olor que había en casa de su hermana.
— No siento nada raro...y no alcanzo a ver bien. ¿Eso es el ataúd? — dijo con cara de sorpresa.
— Lo es, deja ver de nuevo — dijo acercándose y esforzando su cuerpo para divisar algo. Su esfuerzo fue interrumpido por unos agudos gritos que se acercaban rápidamente.
— Niños, niños — gritó la misma mujer que habían visto hace unos minutos. Caminaba de prisa detrás de dos pequeños de 5 y 6 años que corrían en dirección de Hermes y Judith.
La sorpresa los hizo girar enfrentando a sus visitantes que llegaron corriendo con una contagiosa alegría. La mujer llegó notoriamente cansada caminando los últimos metros al ver que los niños no corrían peligro. Hermes la vio y de inmediato supo que no se trataba de la mujer que sutilmente recuerda haber visto ese día. Se alegró de que se viera algo mayor con tez alejada de toda palidez.
— Al parecer no es época de hongos — dijo la mujer a pocos metros de ellos. Lo dijo en una forma alegre como si no fuera la primera vez que veía alguien curiosear las tumbas.
— ¿Disculpe? — dijo Judith con tono asustado sin haber entendido del todo. La aparición de aquellas personas fue sorpresiva y aún más que se acercara a hablar con ellos.
— ¿No vienen por los hongos?. Dicen que esta no es época. Nunca lo es en realidad — acotó sin poder esconder la risa —. Es que muchos vienen por eso, por la leyenda.
— ¿Qué hongos? — pregunto Hermes frunciendo el ceño.
— Se nota que ustedes no son de esos — dijo riendo —. La mayoría viene a este pasaje, aunque las leyendas son de varios sectores. Supongo que porque es el más famoso y fácil de encontrar.
Comenzaron a conversar cuando Hermes le preguntó sobre la misteriosa planta y sin darse cuenta se vieron envueltos en un pequeño tour por sectores del cementerio junto a la señora y los dos niños. Les conto que ellos eran sus nietos y que le gustaba caminar con los niños entre las tumbas por las tardes mientras sus padres trabajaban en la pérgola, además de otras cosas que a Judith y Hermes no les interesaba saber, pero escucharon respetuosamente. Ambos cruzaban miradas ante pequeñas cosas que la señora relataba cada cierto tiempo relacionadas con historias y una antigua leyenda, pero que nunca terminaba de ahondar, ya que consciente o no, siempre daba un giro en la conversación.
Después de diez minutos se detuvieron en una intersección que da paso a nuevos nichos y a un gran espacio abierto donde los cuerpos inertes descansan bajo un hermoso prado verde.
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La flor del sepulcro
HorrorEl espíritu de aventura alentado por sueños lleva a Pamela y a su amado Hermes hasta el cementerio de una ciudad cercana. La desconocida historia del lugar es la llave necesaria para cruzar las puertas. El tranquilo caminar entre viejas tumbas pront...