📿|CAPÍTULO 9.

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Malika.

Mi respiración es tan errática que mis pulmones claman por un poco de aire.

Nada de esto es real, obligo a mi cabeza a grabarse esa simple frase ante lo que estoy viviendo ya que ni siquiera sé con exactitud qué hago en una mente que no es la mía.

Bajo la vista a mis manos cayendo en cuenta de que mis brazos están tatuados con la misma marca de nacimiento que tengo en el pecho y que en uno de mis dedos, un anillo de oro puro como el sol, yace con naturalidad haciendo que el rubí del centro sea hipnotizante.

Estoy presa en una visión que no es mía vagando entre lo que está pasando ahora mismo frente a mis ojos.

Al tocar mi rostro sé que he estado llorando y la razón pasa en cámara lenta, Dominick arrastra por el cabello a Freya mientras ella yace lastimada tratando de dar pelea.

—¡Ella nunca debió haberse quitado ese maldito collar!—Brama ella iracunda removiendose en el suelo.—¡Bastián tenía la tarea de enamorarla antes de que la encontrarás!

—Destruí reinos buscándola, Freya. Está destinada a mí porque su padre me la dio como ofrenda para salvar su deuda de sangre, Malika es mía—respondió él en calma, tanta que logró ponerme nerviosa—. Y ni tú, ni el maldito elfo de mi primo van a quitarmela.

Traté de gritar para impedir que la siguiera lastimandola pero mi voz pareció haberse ido a alguna parte, la desesperación de estar viendo cosas que no eran mías y de estar acorralada en la mente del vampiro me llenaban de ansiedad total.

Las capas rojas y negras de mi visión me mareaba ya que, estos colores pertenecen a Albaen y son los soldados de la alta guardia imperial quienes están desatando una masacre en estos momentos dejando a cualquier Amazona que se cruce en su camino sin vida.

De un momento a otro estaba yo sola en el gran salón, con los cadáveres de las Amazonas rodeandome bajo un charco de sangre, sus uniformes rotos y sus miradas vacías sobre mi.

Todo esto es mi culpa.

Debí morir el día de mi séptimo cumpleaños y nada de esto estaría pasando.

Segui las manchas de sangre mirando a mi alrededor viendo a la escolta que se encaminaba en los caballos percherones altos y de color negro con los entandartes en alto.

Descalza las hojas secas del bosque crujieron bajo mis pies conforme me acercaba entre la multitud de los guardias que custodiaban y parecían no verme.

Entonces me detuve al ver como de un gran roble colgaba Freya tras haberse desangrado.

La imponente figura que estaba frente a mí dándome la espalda sin importarle que su capa oscura estuviera hecha un desastre, se giró a verme.

Esta vez no estaba ese azul que se asemejaba al cielo despejado, en su lugar, un escarlata brillaba tan intensamente que tuve que retroceder asustada. Me sonrió mostrándome esos afilados colmillos de donde brotaba sangre fresca y olorosa; no habia ninguna corona sobre su pesado cabello negro, sin embrago, quien lo mirase, sabia a la perfeccion de que se trataba del emperador de Albaen.

—Tienes que entender que cada acción que hago tiene su motivo, y ese eres tú—musita volviéndose a girar y eleva el rostro para ver mejor como Freya cuelga del roble y se mece de un lado a otro a causa del viento.

—No lo entiendo—mi voz sale rasposa y caigo en cuenta de que él era quien me mantenía muda dentro de su visión manejandome.

—Más allá de que seas mi ofrenda al pago que me hizo tu padre, todos se opusieron a que eso pasara durante estos años—habla él pausadamente.

DE HIELO Y CENIZAS. | +21 «𝗕𝗢𝗥𝗥𝗔𝗗𝗢𝗥 𝗦𝗜𝗡 𝗘𝗗𝗜𝗧𝗔𝗥»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora