Nieve

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El sábado empezó con viento y nieve. Stephanie bajó a desayunar. Mientras comía galletas con leche, su tío le había comentado que las carreteras estaban cortadas hasta nuevo aviso, nadie debía estar mucho tiempo en la calle, sobre todo, después de las 17:00 h.

- Había quedado con Sportacus sobre las 17:30 h en el parque.

- Avísale cuando antes y que no salga a partir de las cinco de la tarde porque si debe hacer algún recado que sea ahora.

La chica asintió con la cabeza y tras finalizar su desayuno se fue a su habitación para cambiarse e ir a enviarle una carta a Sportacus.

Mientras tanto, el rubio se despertó con un dolor horrible en su nariz. Sin embargo, notó que tenía un trapo en su boca y sus brazos estaban colgados por unas esposas pegadas a la pared. Abrió los ojos y no se encontraba en su casa, estaba en la cueva de Rotten.

¿Todavía estoy aquí? - le vino a la mente cuando el delgaducho le lanzó un plato en la cara y se hizo un corte en ella - ¿Por qué estoy atado de mis muñecas con estas esposas? ¿Le gusta el sadomasoquismo o simplemente está paroico perdido?

Sportacus no podía gritar porque tenía un trapo tapándole la boca. Se dio cuenta que no llevaba ni la chaqueta ni la camisa de tirantes, solo los pantalones y las botas militares.

- ¿Ya estás despierto, cariño?

Robbie apareció en pijama. Un pijama que concluye en ir en calzoncillos y una camiseta de tirantes. La calefacción estaba puesta casi al máximo, por lo que frío no iban a pasar los dos. Sportacus intentaba moverse, pero las esposas eran de hierro y era imposible. El rubio estaba empezando a ponerse nervioso.

- Sabes gordo - dijo Robbie desde la cocina -, si me hubieras dicho que eras gay no tendrías este problema. Es muy fácil solo tenías que haberme respondido que eras gay y haberme echo el amor de forma muy salvaje, de esos polvos que me rompen el trasero y estoy un mes sin poder sentarme. Solo tenías que haber dicho eso - Robbie regresó a su cuarto con un café -, ¿tan sencillo de decirlo y no fuiste capaz de hacerlo?

Sportacus quería quitarse el trapo de la boca para gritarle. En cambio, Robbie se acercó a él acariciando su abdomen bebiendo su café. Su mano fue a parar al bulto de entre las piernas de Sportacus. El héroe soltó un gemido de miedo. Robbie empezó a apretar la zona íntima del rubio mientras le besaba en su cuello.

- Estás tan bueno, Sportacus - le susurraba Robbie -, quisiera que me hicieras gritar o hacerte yo gritar a ti como a una zorra desquiciada.

Robbie regresó de nuevo a la cocina y Sportacus empezó a temblar de miedo. 

¡Dios santo! ¡Ha perdido completamente el juicio! ¿Será porque ha estado mucho tiempo solo? ¡Yo también paso mucho tiempo con mi soledad y no secuestraría a nadie!

Sportacus tenía que huir de la casa de Robbie antes de que fuera demasiado tarde, pero el problema era que la nieve estaba cayendo. Sportacus miró por aquella ventana que estaba cerca del suelo de la habitación de Rotten donde podía observar como la nieve caía. El moreno apareció de nuevo.

- Debías haberte portado bien, Sportacus - el joven se acercó a él de nuevo -. ¿Más o menos ya vas empezando a descubrir lo que te gusta? - el rubio afirmó con la cabeza para ver si le quitaba la esposas - No me mientas, Sportacus, porque huelo las mentiras y tú me estás mintiendo descaradamente en mi jodida cara.

Robbie le dio un beso en la mejilla y regresó de nuevo a la cocina.

Paranoias - SportaRobbieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora