2. Jeno

251 38 1
                                    

Era el tercer negocio vacío de la mañana y  Jeno ya estaba exhausto. No le importaba cuál eligieran. Todos le parecían iguales. Vacíos y polvorientos restaurantes, cafeterías y panaderías, en diversos estados de deterioro. El primero había sido muy agradable, pero en las afueras de la ciudad, por lo que no le había gustado. Querían algo en medio de las cosas, habían dicho.

Jeno no quería tener nada que ver con estar en el meollo de las cosas, pero supuso que una cafetería en medio de la nada probablemente no generaría dinero. Doyoung había afirmado que la cocina del segundo era demasiado pequeña. Jeno no sabía qué diferencia hacía eso, ya que ninguno de ellos sabía cocinar. ¿Qué tamaño debía tener una cocina para rudimentarios productos horneados?

La cocina de la casa que habían comprado era tan grande como todo el apartamento que su madre había alquilado cuando él era un niño, y todo lo que habían usado hasta ahora eran menús de comida para llevar colgados en el refrigerador y calentar las sobras de pizza. Este lugar estaba en medio del diminuto centro de Yangju y la cocina era más grande que la ridícula cocina de la casa. Ojalá pudieran comprar este lugar y acabar con el agente inmobiliario. La voz nasal del hombre estaba empezando a irritar su último nervio.

— Los hornos son un poco anticuados — estaba diciendo Doyoung y Jeno no sabía cómo diablos sabía eso. Un horno era un horno, ¿no? Maldita sea, le dolía la pierna.

Salió cojeando al frente del lugar, lo que también le había parecido bien a él. Johnny había vuelto la nariz hacia la pila de sillas en la parte de atrás con sus agrietados vinilos granates, pero Jeno pensó que servirían tan bien como cualquier otra cosa. Se acomodó en la caja de madera que los dueños actuales habían dejado en medio del piso y se giró para mirar los muebles. Eran viejos, claro, pero se podrían volver a tapizar, y si no quedaban como nuevos, serían lo suficientemente buenos como para que a nadie le importara. Bueno, nadie más que a Johnny.

Jeno apoyó el bastón en la caja detrás de él y levantó la pierna para descansarla sobre la rodilla opuesta. Los músculos tiraban incómodamente, pero estaban mejor que hace mes atras. Y cualquier cosa era mejor que estar de pie toda la mañana. Los muchachos y el agente de bienes raíces salieron por la puerta trasera, el molesto hombre parloteaba sobre la recolección de basura y las ordenanzas de la ciudad.

Sin previo aviso, la audición de Jeno se centró en un pequeño indicio de un sonido exterior. No se había acostumbrado completamente a la forma en que sus sentidos ahora trabajaban casi por sí solos, como si un instinto fuera del suyo los estuviera controlando. Al principio había ocurrido con cada pequeño sonido: una conversación entre las enfermeras, un pájaro en la repisa exterior, una maldita bombilla zumbando en un portalámparas defectuoso.

Había pensado que podría volverse loco, pero los nuevos instintos finalmente habían resuelto lo que era importante para él y lo que no. Entonces, cuando este instinto decidía que algo era importante, como esto, él se congelaba y escuchaba. Pasos rápidos se dirigían hacia él. No los suficientemente pesados como para ser alguien grande o muy armado, pero definitivamente alguien que llevaba prisa.

Alguien respirando con dificultad como si hubiera estado corriendo o recorrido una larga distancia. Los pasos se hicieron más lentos cuando llegaron a la puerta, por lo que no fue una sorpresa cuando la puerta se abrió y una figura se deslizó dentro. La sorpresa fue el hombre que había entrado. Estaban en mayo, claro, pero un par de jeans agujereados y una camiseta sin mangas blanca acanalada no eran ropa adecuada para las montañas de Yangju en esta época del año. Afuera hacía unos diez grados. El tipo estaba sudando por el esfuerzo y temblando de frío.

El olor del hombre lo golpeó, y debajo del sudor por su esfuerzo y el hecho de que no se había bañado en uno o dos días, había algo más. Algo familiar, pero desconocido. Algo dulce, cálido e interesante para sus instintos como nunca antes había sentido. Jeno no había sido un hombre lobo el tiempo suficiente para saber exactamente lo que indicaba el olor, pero sabía dos cosas con seguridad: primero, el otro hombre también era un lobo, y segundo, debajo del hedor de la adrenalina y el miedo, olía a perfección.

Tuvo que reprimir el impulso de levantar la nariz en el aire e inspirar. Doyoung no se lo había dicho, pero se sentía como si fuera descortés, algo así como mirar fijamente a alguien atractivo. Cuando el hombre se dio la vuelta, Jeno se dio cuenta de que él también era eso. O tal vez atractivo era una palabra demasiado tibia. Quizá rondara los veinticinco años y tenía el cabello más bien largo de un color miel que el sol había decolorado en sus puntas pálidas, ojos color chocolate y una boca ancha y expresiva. Sus labios se torcieron brevemente como si su instinto fuera sonreír, antes de recordar que estaba aterrorizado y huyendo.

Miró alrededor de la habitación, bebiendo todo mientras daba unos pasos vacilantes. Finalmente, sus ojos se clavaron en Jeno, pero solo por una
fracción de segundo. Una vez que él hombre registró la presencia de Jeno, apartó el rostro,
dejando al descubierto todo un lado de su cuello y miró hacia el suelo. Su ritmo cardíaco se aceleró y a Jeno le preocupó que se fuera a desplomar. Doyoung había cubierto esto en sus lecciones rápidas. Como alfa, otros lobos estaban naturalmente inclinados a ceder ante él.

Dependiendo de cómo hubieran sido criados, podría ser una inclinación ceremonial de su barbilla, o podría ser un terror abyecto. Aparentemente, ser un alfa era como ser un
tipo rico: algunas personas estaban impresionadas y otras no. Jeno estaba empezando a acostumbrarse a la forma en que la gente reaccionaba al dinero, así que supuso que lo del alfa no podía ser demasiado diferente.

No había tenido la oportunidad de abrir la boca cuando la puerta se abrió de un golpe. El hombre miró a Jeno, luego a la puerta, y tomó una
silenciosa decisión, dando unos grandes y espasmódicos pasos que lo llevaron a un metro de Jeno. Lo suficientemente cerca para obtener un mejor aroma. Lo suficientemente cerca como para estirar la mano y tocarlo, si quisiera. Los hombres que entraron en tropel fueron una distracción de ese hilo de pensamiento, afortunadamente. También eran lobos, pero le erizaron los pelos de una manera que el otro hombre no había hecho.

No olían cálidos, ni intrigantes; olían a intrusos en su territorio. Un gruñido involuntario subió por su garganta, y antes de que tuviera tiempo de sorprenderse a sí mismo, los dos hombres nuevos se congelaron. Miraron nerviosamente entre el joven y Jeno por un momento, antes de hacer la misma dramática inclinación del cuello.

— Alfa, no quisimos entrometernos — tartamudeó uno de ellos. El otro hombre parecía igual de nervioso, pero también se notaba molesto — Solo estamos aquí para recuperar al omega de nuestro alfa, y nos retiraremos de su territorio.

Jeno les frunció el ceño. ¿Recuperar? ¿Como si el tipo fuera un objeto que habían perdido o dejado atrás? Doyoung estaba haciendo todo lo posible
para enseñarles a Johnny y a él sobre la sociedad de los hombres lobo, pero no había mencionado nada acerca de que las personas fueran tratadas como propiedad. Francamente a Jeno le importaba un carajo si era una parte aceptada de la tradición de los hombres lobo, no iba a ser una parte aceptada de su vida. Jamás.

— Van a retirarse ahora mismo — les ordenó tan imperiosamente como pudo. No podía permitir una pizca de incertidumbre en su tono.

Sabía eso de la vida militar más que de las “lecciones de hombre lobo” de Doyoung. Si eras el
tipo a cargo, tenías que actuar como tal, o la gente dudaría de ti. No era el fuerte de Jeno, pero podía manejar a un par de patanes que habían entrado en su territorio y exigían que les entregara a un ser humano vivo y que respiraba.
Hombre lobo. Lo que sea.

— Nuestro alfa…

— No es dueño de la gente — le informó Jeno, entrecerrando los ojos y dejando que su labio se curvara hacia atrás sobre sus dientes. Había esa
extraña sensación de movimiento a lo largo de sus encías que le decía que sus colmillos se estaban mostrando. Todavía no podía controlarlos, pero, francamente, si hubiera podido, los habría sacado de todos modos —  Y si cree que es dueño de alguien, puede venir aquí y decírmelo él mismo. Seguro como el infierno que no doy cuenta a los lacayos de nadie.

El mismo tipo volvió a abrir la boca, pero su compañero lo agarró por la parte de atrás de la chaqueta y tiró — Correcto. Nos iremos — asintió.

Jeno asintió imperiosamente en su mejor imitación de Johnny y levantó la barbilla, con la nariz en el aire como si los estuviera mirando, incluso sentado como estaba — Sí. Se van. Ahora.

Los hombres salieron por el frente más silenciosamente de lo que habían entrado, el más grosero de los dos murmuró algo acerca de que su alfa tendría algo que decir sobre la situación. Jeno tenía malas noticias para él. Si pensaba que su alfa o él iban a secuestrar a alguien, seguro que no lo harían en Yangju, y mucho menos en
su maldita cafetería.

Interlude; Oasis Donde viven las historias. Descúbrelo ahora