XIII Folder

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Es un sacrilegio cuando uno de entendidos enfermeros o la mismísima Hanji se asoman por la puerta, pues eso es sinónimo a una revisión y cambio de un vendaje que tirará de los puntos, provocando un dolor.

La morfina ya no es un tratamiento relacionado a mi malestar, ya que puede ocasionar una adicción y a la vez, según la castaña, no es necesaria, pues las heridas no están tan graves.

A pesar de sus palabras motivacionales, indicándome que estoy mejorando a cada respiro, tengo que estar postrada unos días más, por seguridad.

Sonará algo llamativo, pero extraño salir de la habitación, incluso el sudar entrenando al punto que las piernas se entumezcan y creen microlesiones que se sentirán al pasar las horas. Es, en definitiva, demasiado aburrido estar todo el día entre cuatro paredes, más cuando se basa en una habitación insípida, la única zona que me brinda tranquilidad es la ventana que está al costado, por ahí veo el cielo azul con nubes amorfas y tierra de cielo, además de las instalaciones que siguen. El lugar donde me encuentro es una instalación más apartada de la torre, donde hay utensilios más profesionales para tratar las heridas, pero que sigue estando en el radio de peligro.

Aunque tampoco puedo decir que toda la estadía sea una línea plana directo a lo gris, a veces, cuando tienen horas libres, mis amigos vienen a visitarme, Armin reclama sobre lo cansado que se encuentra y Eren cuenta que es lo que hicieron en el día.

Y Eren, cuando fue notificado que acababa de despertar después de estar horas encerrado en una sala de interrogatorio/castigo, no se demoró apenas en atravesar el umbral de la puerta. Estaba tan arrepentido que me dio ternura, teniendo que repetirle más veces de las necesarias que comprendía que nada había sido apropósito, que no lo culpaba de absolutamente nada porque no tenía sentido. Costó, pero aceptó mis palabras, aunque eso no significara que no se odiara por perder el control. Más de eso, yo no tengo ninguna facultad más allá.

Sumándole al hecho que no la he pasado tan mal, el capitán Levi, de vez en cuando, viene a visitarme, a veces con la bandeja de comida que me entregan unos reclutas con bata. Al principio, si hubiese estado de pie, me habría caído de la impresión, pero de verdad es un momento de salir de la rutina, pues siempre es una sorpresa.

No tengo la menor idea del por qué lo hace, su actuar es impredecible, hasta me atrevería de afirmar que no he conocido una persona más misteriosa que él, siempre con sus camisas ajustadas pulcras, hombros tensos y ojos olivas afilados que llaman la atención.

Me gustaría pausar el tiempo cuando estoy con él, observarlo sin tapujos, sin morir de vergüenza, pues todo él, lo que hace, dice o emana me parece fascinante, es una persona fascinante. Pero, por obvias razones, no puedo, si lo miro más de tres segundos de seguro le resultará molesto. Por ello, cada vez que viene, me muestro ajena a su mirada, pero siempre pendiente de las instrucciones de los ejercicios que tengo que hacer para que los músculos no pierdan la fuerza necesaria.

Siempre me pregunto si él es así con todos, tan recto, tan seco, o si en verdad oculta una personalidad mas demostrativa, hasta sentimental. Porque el tiempo que he pasado con él, que, aunque no ha hablado fuera del tema profesional sus acciones hablan demasiado, me he dado cuenta que es alguien que está o ha estado roto, que lo han herido, que la ha pasado mal. Puedo ver a un hombre, a una persona, que es maravillosa, pues que se preocupe en venir en persona a explicarme que es lo que tengo que hacer en vez de dejar todo estipulado a otros, como a veces lo hace Hanji, lo deja claro, también no olvido que él me ha salvado más veces de las que yo lo he hecho conmigo misma.

Es alguien digno de admirar.

Dejo una manzana verde en el escritorio al costado de la cama, sin despegar la vista de Levi, quien me repite que solo puedo hacer abdominales donde se muevan las piernas. Asiento a la vez que afirmo, con energía. Deja los archivos en un carro gris, donde está toda la información de mí, supongo. Arregla su corbatín, pasando sus manos para planchar su camisa dentro de los pantalones.

Uno para el otro (Levi Ackerman)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora