IV Past

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Me grito a mí misma con ferocidad que abra los ojos, que deje de ser una payasa y enfoque la vista, ya que, si cometo un error magistral no solo yo la pagaré, también mis amigos, mis compañeros.

La falta del dolor punzante de una bala nunca llega, y fuera de esa sorpresa, unos sonidos guturales se presentan. Enciendo las alertas en todo mi cuerpo, sabiendo que, a pesar de no sentir en balazo en sí, la adrenalina puede ocasionar malas jugadas con la mortalidad, en un juego que ya he probado.

Lo primero que hago es despejar mis globos oculares, encontrándome con mis manos alzadas con el revolver que ha dirigido una bala al, estimo por la sangre fresca en su vestimenta, abdomen del hombre que me enfrentaba.

Paseo mi mente por el lugar, subiendo los ojos desde la herida hasta el rostro contraído de dolor del chico que debe tener mi edad o un poco más.

—Mátame...por favor—. Suplica, siendo víctima de los espasmos involuntarios que provoca el agudo dolor.

Sé que no sobrevivirá, gran proporción de líquido carmesí sale de su boca, claro antecedente que está sufriendo un grave desangramiento interno. Si ya de por si es difícil para los médicos sanarlo como lo hicieron conmigo, en el campo de batalla que es ahora la ciudad dudo mucho que lleguen pronto a socorrerlo.

No ayuda el pensamiento que el dolor que debe estar sintiendo debe ser estratosférico.

Las manos me tiemblan, volviendo a guardar en el cinturón el revolver, pequeño y letal.

Me acerco a paso lento, aun así, lejos no está, y agarro su escopeta convenientemente sujeta a su equipo tridimensional, compruebo las balas, hallando que queda una.

Inhalo, calmando los nervios.

Apunto esta vez a su cabeza, preocupándome de que mi mano no tiemble al punto de fallar en el punto vital. El corazón parece querer salirme del pecho y las lágrimas amenazan con romper la barrera de mi garganta y salir.

Sus ojos se enfocan, temblorosos y rojos de sangre hasta el momento en que el sonido del escopetazo me pierde unos segundos, provocando un pitido en mis oídos.

Todo queda en blanco a mi alrededor, su cabeza choca con la arena, haciendose un charco de sangre bajo ésta.

Evito mirar, pero sé que definitivamente está muerto.

Por fin me centro en mí y, como si eso fuese un desencadenante, cada extremidad se contrae.

Alarmada por el dolor agudo, me cercioro de, fuera de unos futuros moretones y heridas leves, ninguna pólvora está dentro de mi cuerpo.

El chico ha fallado el tiro solo por centímetros.

Escucho gritos alarmados y ahí aterrizo, recordando todo de sopetón.

—Eren...—. Susurro, a la vez que el bullicioso llamado de Mikasa entra por mis oídos.

Reviso el equipo, percatándome que está algo magullado, pero nada que me impida avanzar.

Al trotar para impulsarme, mis piernas tiemblan, agotadas por la exigencia que les he impartido, además de la energía que recurrí para salvar mi vida.

Vuelo, casi a ras de suelo para no llamar más la atención, tratando de recordar la dirección donde se dirigía la carreta, teniendo en mente el mapa que tanto estudié, pero mi cabeza está perdida en el cuerpo lánguido de tan hombre.

Veo a mi la pelinegra ahí, mirando perdida la entrada, junto a Levi, impidiéndole el paso. Aquello, más que emocionarme al ver que están bien, me ocasiona un dolor, porque eso significa que hemos perdido, por lo menos esta misión, desencadenando el secuestro de Eren e Historia.

Uno para el otro (Levi Ackerman)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora