XVIII Fear

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El olor de heno me encanta, provocando en mi una leve sonrisa cuando reúno el valor para caminar por el pasillo con las cabezas de los caballos curiosos resaltando sobre su espacio individual limitado.

Como son animales que han sido criados entre humanos, conozco que están completamente domesticados y que es poco probable que reaccionen mal ante una caricia, pero, aún sabiendo eso, mantengo las manos a mis lados presionando la tela blanca de los pantalones, solo con una mirada curiosa.

—Esta es tu yegua, ¿no? —. Dejo de prestarle atención a un corcel que relincha para mover los ojos a la dirección del capitán. Él, definitivamente, no le tiene miedo al reaccionar de los cuadrúpedos ante su tacto, supongo que por el tiempo que lleva tratando con ellos, pues acaricia la frente de mi compañera con confianza.

—Sí—. Asiento, dirigiéndome a él. Preguntándome si lo que estamos haciendo está bien, si él debería estar aquí conmigo, justamente.

Para quitar la tensión que estoy formando en el ambiente intento relajar los hombros, moviéndolos en lentos círculos, crujiendo. La escasa iluminación de las pequeñas ventanas hechas de madera me da la visión de un caballo varios tonos más oscuros que recuerdo, lo que me daría a entender que no estamos frente a mi bella amiga, pero sus ojos, sus ojos brillosos conocidos me aclaran la imagen. Levi deja caer su mano a su cuerpo cuando yo acerco la mía. Me trato de estúpida, pensando en el tacto que tendría su dorso.

Cuando las yemas de los dedos logran tocar los finos cabellos castaños y nuestros ojos se encuentran, me maravillo hasta el punto en que el corazón se me hincha cuando relincha. Me habría asustado si no fuese porque ella acerca su rostro a mi mano, receptiva.

—Me reconoce—. Giro, emocionada como una niña pequeña, hacia mi capitán, solo por unos segundos, pues me vuelvo a centrar en mi bella señora Caballa.

—¿La tienes desde que llegaste? —. Su pregunta no es directa, pero sé que se refiere al hecho si es la primera vez que tengo un caballo a mi nombre, si el otro no tuvo ningún final trágico. Asiento, perpleja. —Sin ellos no habría misiones exitosas—. Cambia de tema, algo que agradezco mentalmente. El solo hecho de imaginar que mi compañera no vuelva conmigo de las misiones me desconcierta, es una posibilidad que no había pensado. —¿Quieres salir un momento con el caballo, para que estire las piernas? —. Su cuestión me toma por sorpresa. —No hay panoramas previstos, todos se han suspendido—. Se apresura a continuar, eliminando excusas a su paso.

La emoción de demostrar que estoy completamente sanada me sobrepasa, pasando a alistar el equipo que está dentro la cerca de mi yegua.

—Hey, no necesitas la silla, no te subirás—. Me frena, moviendo su cabeza en reproche, cruzándose de brazos, estirando la camisa blanca. — Acabas de salir de enfermería, ¿estás loca? —. Miro a mi caballo que ahora no tiene nombre, tocando su lomo, extrañando la sensación de trote. Termino aceptando solo colocarle las riendas para que no se escape, sin rechistar sobre el tema.

—Le diré al comendado a cuidar los establos que limpien este lugar, huele a podrido, o que por lo menos saquen a los caballos una vez al día unas horas—. Reclama, respingando la nariz en una mueca de repulsión que me causa gracia. Si es verdad que el olor, fuera del ya mencionado heno, está un inconfundible hedor ácido.

La paz que se vive y que me golpea el rostro cuando salimos, nuevamente, de los establos, pero ahora en mano la correa que incita a la yegua. El cielo está despejado y alumbra un cómodo sol con rayos serenos, en paz con el viento que baila entre nosotros, sin ser una real molestia.

—Este lugar es magnífico—. Se me escapa una divagación cuando observo el terreno amplio, tan vivo, tan virgen.

—Los que escupen sobre "magnífico" son las personas—. Como él se ha puesto al otro lado de mi bebé, no puedo ver su rostro, solo siento la suela de sus zapatos pisar el pasto verdoso.

Uno para el otro (Levi Ackerman)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora