XXXIV Inferno

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(...)

El aliento caliente que sale de mi boca cada vez que exhalo es lo único con lo que puedo despejar mi mente en tales momentos tensos, donde cada pestañeo se siente como las campanadas del infierno.

Apenas el sol cayó sumiéndonos en una siniestra oscuridad, la mente perversa de algunos hizo que la cordura descendiera. Ciertas voces exclamaban por el terror cuando un insecto acariciaba sus propias alas con inocencia en mitad de las sombras.

Y lo pude entender luego de varias horas, con una de las manos aferrada a la cuerda de la montura y la otra sosteniendo una antorcha que alumbraba los alrededores.

El susurro de los pocos árboles no hizo más que ponerme los pelos de punta, acostumbrada ya a los sonidos de pisadas como para integrar otro al juego.

Era un hecho que titanes habían cruzado la muralla, que teníamos a seres listos para devorarnos a nuestro lado, así que de repente sentir algo fuera de la normalidad encendían cada alarma instalada en el cerebro para la supervivencia.

Con ese sentido, no pude evitar casi caer de Nix cuando, al frente,y empezando con un leve movimiento entre la oscuridad, surgieron flameantes llamas.

El rostro de Ymir e Krista aparecieron ante mí, con muecas iguales de sorprendidas que la que seguramente tengo. Siluetas humanas, de un tamaño tranquilizador, nos enfrentan con pálidos rostros.

—¿Ustedes también siguieron la muralla? —. La incógnita no se deja esperar, siendo pronunciada por el rubio de extravagante cabello alzado que fungió de líder en el trayecto.

Esperaba un no como respuesta, pero la quijada amenaza con caer al suelo cuando una afirmación es lo que sale de Nanaba, la mujer de cabellos claros, señalando también la falta de agujero en la muralla.

Esas habrían sido buenas noticias.

Pero no cuando los titanes no eran ilusiones.

Sufrir esto otra vez, con gente muriendo gracias a tales seres sin hallar la respuesta.

Porque en la misión que tanto quiero esquivar por el peso en las espaldas es un recuerdo latente, porque en los papeles que narraban lo sucedido no hubo jamás una aclaración, solo teorías de boca en boca.

¿Acaso los titanes ahora podían volar?

Pienso en los lazos que me unen a la tierra, las amistades que he forjado a punta de tiempo y confianza, fungiendo estos de pilares que sostienen la estabilidad.

La luna se alza como la vencedora en el cielo estrellado, orgullosa de su iluminación a nuestros rostros agotados y ansiosos, intentando comprender la situación que nos ha introducido a posas lodosas y peligrosas, donde, a pesar de conocer el riesgo, seguimos metiéndonos como si de aguas cristalinas se tratase.

El sudor frío cae desde mi frente hasta mi mandíbula, perdiéndose en el borde de la camisa que llevo puesta.

Los ojos me pesan en agonía, exigiendo unos instantes de descanso. Por ello la aparición de un castillo a medio demoler a la lejanía es una noticia que enciende una llama de energía que poco sabía que existía todavía.

La arquitectura es cómoda y hasta cierto punto nostálgica, pero por el uso de materiales y la poca capacitación para albergar vida humana, el ambiente se nubla de frialdad, haciéndome temblar apenas termino de atar a Nix en unas pobres caballerizas y me digno a subir las escaleras hacia donde serán las habitaciones conjuntas.

Este es el castillo de Utgard.

—No es un mal refugio—. Suelta Ymir, con un brazo reposando alrededor del cuello de Krista Lenz, que solo hace un puchero, sin molestarle en realidad el confianzudo tacto. Alzo los hombros, indiferente.

Uno para el otro (Levi Ackerman)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora