Capitulo 28

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Akihiro Fujiwara

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Akihiro Fujiwara.

Mi alma se sentía cansada después de lo ocurrido, como si el agujero negro dentro de mí se hubiera oscurecido aún más. Haber perdido la única persona que mi corazón y mente reconocían a la perfección fue el evento que me dejó perdido en este mundo.

Ya no existía una razón para volver a Japón, ni para creer en esta maldita humanidad.

La pérdida de mi padre y las palabras que había dejado en aquella carta no hacían más que reforzar la sensación de vacío y desesperanza que me consumía. Todo lo que alguna vez había dado sentido a mi vida parecía desvanecerse, dejándome con la amarga realización de que la oscuridad que me rodeaba era también la que me habitaba. Cada conexión humana, cada vínculo, se sentía frágil e insignificante ante la magnitud del dolor y la corrupción que veía a mi alrededor. La esperanza de encontrar redención o un propósito se había esfumado, dejando solo un abismo sin fin.

Pasé mis manos por mi rostro, una acción que repito sin fin desde hace ya un par de horas. ¿Las botellas alcohólicas eran mi compañía desde un principio, dejándome saborear ese maldito sabor de la bebida?

Me sentía perdido, agobiado, solo en medio de mi propia oscuridad.

—Ten, te traje esto, lo envían los jefes—aquella voz latina se volvió a hacer presente en la habitación, pero mi mente seguía perdida entre mis pensamientos.

Nada en mí se movía, todo parecía estar paralizado, todo parecía estar sumergido en mis pensamientos dolorosos.

Japón se veía a la perfección ante mis ojos, más gracias a la oscuridad de la habitación que la amenazaba desde hace ya un par de semanas.

—Ya te dije que no quiero comer— decidí responder después de un tiempo lleno de silencio.

Él dejó el plato lleno de comida, pero mis ganas de comer habían desaparecido desde aquel día. Me alimentaba a base de alcohol y estupideces que veía por mi habitación.

—Marica, llevas días sin comer, qué digo ¡semanas!— grita sus estupideces de nuevo.

El dolor de cabeza en mi mente parecía haber dominado mi ser por completo. Me sentía incapaz de escuchar voces, como si el ruido del mundo exterior se hubiera vuelto insoportable. Todo lo que deseaba era un silencio absoluto, un espacio donde pudiera desentrañar esos pensamientos que me atormentaban.

—Solo lárgate por favor, no quiero escuchar las estupideces de nadie—

esas palabras expresaban a la perfección lo que sentía y quería. El suspiro de su parte no tardó en salir expulsado de su cuerpo, para después, sin tener ninguna solución más ante mí, salir de la habitación dejándome por completo a solas.

Mis manos se posaban sobre mi rostro expresando aquella desesperación que me comía por dentro. El silencio era abrumador, pero incluso si esto era lo que sería, esas sensaciones que me mataban no dejaban mi alma ni medio segundo.

El Capo y su DamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora