Capitulo 33

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Akihiro Fujiwara

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Akihiro Fujiwara

Habían pasado varias semanas desde mi llegada a Italia. Me había instalado en el corazón de este país, teniendo entre manos el control absoluto de todo en este maldito mundo.

Era como un loco moviendo los hilos del submundo, manipulando a cada jefe y soldado en la búsqueda de mi Dama. Tenía el poder de hacer temblar ciudades enteras, y no dudaba en usarlo. Desde el tráfico de armas hasta las rutas más oscuras del narcotráfico, todo estaba bajo mi dominio.

Italia se había convertido en mi centro de operaciones, el lugar desde donde controlaba todo en mi búsqueda incansable de mi Dama.

Cada operación, cada mafia, cada territorio respondía a mis órdenes, y todo por una única razón: encontrarla a ella, mi Tekubi. La gente decía que me había vuelto implacable, que no quedaba ni rastro de piedad en mi alma.

Pero no me importaba.

Solo me importaba ella, y hasta que la tuviera de nuevo a mi lado, seguiría moviendo el mundo como un titiritero, arrastrando a cualquiera que se interpusiera en mi camino.

No había rincón en el que no tuviera ojos ni calle que no estuviera bajo mi dominio. Y sin embargo, cada día que pasaba sentía que me acercaba un poco más, aunque el vacío de su ausencia me consumiera lentamente.

Jugaba con mis anillos esperando oír algo más de aquel ruso hospitalizado. Por lo visto, los malditos italianos fueron atacados horas atrás, y entre varios muertos y heridos se encontraba aquel ruso, quien tuvo que proteger a una mujer italiana.

—Solo admítelo, di que me extrañaste —dijo con su estúpida voz irritante.

Este hombre sacaba todos los nervios que tenía en mi alma, y aun así, bajo una hospitalización grave, el hombre seguía sonriendo y hablando como si nada.

—Me hubiera gustado verte muerto —respondí poniéndome de pie en su habitación.

Había decidido venir a verlo después de haber estado un par de días aquí en Italia. El maldito estaba a dos dedos de morir, pero por lo visto ya está en recuperación.

—¡Ay, no digas eso! No te mientas a ti mismo —siguió hablando—. Querido amargado, ya me vas a contar qué es lo que pasó en mi ausencia —preguntó.

Lo miré en silencio, sintiendo el peso de su pregunta en mi pecho.

No estaba listo para revivir ese maldito momento con palabras, no ahora, tal vez nunca. Apretando la mandíbula, desvié la mirada hacia la ventana, donde la luz del atardecer teñía el horizonte de un color que me recordaba demasiado a ella. Pero solo veía la ventana, evitando todos esos recuerdos que me venían a la mente.

—Ella se fue, eso es todo —murmuré, una frase llena de mentiras, con la voz tan baja que apenas parecía mía.

Las heridas seguían abiertas, y exponerlas me haría perder el control que apenas conseguía mantener.

El Capo y su DamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora