Dos palabras: Absolutamente asombrada. Es increíble sentir al fin que tu vida podría ir en el rumbo que deseas; disfrutarla, poder tomar tus propias decisiones y luchar por todo lo que tus padres han querido para ti. Eso pensaba Keana, cuando estaba situada frente aquellas enormes puertas que daban la entrada a la universidad, y en ella, la vista al gran mundo que era esa fraternidad.
Era un deleite ver ese mundo absolutamente diferente. Solo pensaba en que ninguna escuela o universidad de su país podría asemejarse a Seattle Central College, situada en aquella preciosa ciudad de Seattle. Pasó de posar sus ojos a los alrededores, a posarlos en los cientos de estudiantes que pasaban por su lado; y observando a cada uno de ellos se preguntó si podría encontrar a aquellos amigos que tanto anhelaba. Si al menos podría encontrar cabida en algún grupo y sentirse segura de que no le soltarían comentarios maliciosos y ofensivos solamente por el hecho de ser Latina.
—De todos modos no dudaría poner a alguien en su puesto si tengo que hacerlo —Susurró para sí misma cómicamente.
—Keana —Su madre llegó hasta ella, abrazándola melancólicamente y apretándola hasta hacerla reír.
—¡Mamá! Matarás a tu hija por asfixia el primer día de clases —le dijo Keana con dramatismo entre risas mientras su madre hacía quejidos de no querer soltarla.
—Pues, si no me dejas abrazarte lo suficiente estaría dispuesta a meterte en el baúl del auto y llevarte devuelta a casa —le advirtió seriamente a su hija.
—¡Mamá! –Le reclamó una vez más haciendo negando y ambas comenzaron a reír. Segundos después se detuvieron mirándose melancólicamente.
—No puedo creer que mi hija éste dando un paso tan grande como éste, en un país desconocido para ella —Explicó con lágrimas en los ojos —. Pero sé que sin duda es algo que deseabas, y hacértelo cumplir, es algo que me hace inmensamente feliz cariño —Lágrimas de dulzura amenazaban con salir de sus ojos marrones.
—Basta madre, me harás llorar —le respondió Keana mientras acariciaba la mejilla de una de las personas que más ama, y siempre amará de este mundo.
—Bueno bueno, solo quiero que recuerdes: Al menos una llamada una vez al día en lo que te vas acostumbrando, y desde que sean vacaciones en diciembre vendrás directo para el que será tu nuevo hogar.
–De acuerdo... Sabes que no desperdiciaría pasar hermosos momento juntos a mis más grandes tesoros —Terminó de decir con su más sincera sonrisa. Su madre, la observo con ojos de admiración y de cariño.
—Y sabes que tu padre lo sabe aunque no esté aquí cariño, y sé que en estos meses estará impaciente porque llegues para pasar todo el tiempo perdido contigo.
—Lo sé mama..... Te amo.
—Te amo Keana —Raquel le daba su último abrazo. Para ella no era raro que su hija estuviera nerviosa, al contrario. Podía sentirlo por más fuerte que se mostrara y con el hecho de que no lo mencionara; pero la conocía lo suficiente para saber que era así, y que a pesar de eso, no se le quitaría ni un poquito la valentía y deseos de vivir aires nuevos. Su madre le dio una última mirada sonriendo, antes de dar marcha a su auto.
—Adiós mamá, te amo —Le repitió en voz alta mientras su madre caminaba hasta su auto, y río a continuación cuando Raquel la miró y le hizo señas de teléfono con la mano, con un ceño desafiante.
Termino de ver cómo su auto se perdía entre las calles, para agarrar su maleta dar vuelta y ir a lo que sería recepción.
Después de ser atendida por aquella amable señora, y de haber obtenido su matrícula para las clases, mapa del campus, hoja con muchas reglas, horario de clase de su primer cuatrimestre y menos importante, la llave de lo que sería su habitación (el cual, compartiría con una compañera) fue caminando buscando su edificio.
Mientras caminaba, perdía sus ojos en los alrededores, pero aún así estaba consciente de las miradas que alumnos (los cuales serían sus compañeros) le daban curiosamente. Ya estaba segura de que los tendría, Keana era una adolescente muy bonita, su belleza no era igual que a lo de esos jóvenes, pero aún así podía destacar por su tamaño normal, silueta delgada (que tenía de adorno ese trasero heredado de su madre) y unos bonitos pequeños ojos marrones, nariz no lo suficientemente pequeña, pero sí una coqueta que ni siquiera llegaba un poquito a la palabra "grande". Labios pequeños corazones y aquella larga caballera negra, que siempre le recordaba melancólicamente a su prima, bastante parecida, y con el mismo cabello.
No poseía ojos azules o verdes, o cabellera rubia, pero obvio que destacaba con su apariencia de latina.
Cuando estuvo frente a su edificio, le echó un vistazo al número de su llave que decía: A-35. Y luego recordó lo que la recepcionista le había dicho:
"Los edificios están por orden del alfabeto, y los pisos están por orden numérico. Ejemplo: el primer piso está compuesto por puertas del 10 al 20, el segundo del 20 al 30, el tercer piso del 30 al 40, y así sucesivamente. Como verás tu habitación está en el tercer piso, y no tenemos ascensores por lo que tendrás que subir hasta tu piso por las escaleras. ¡Bienvenida a Seattle Central College!".
Cuando se dispuso a abrir la pesada puerta de cristal (una puerta que abre hacia afuera en vez de abrir hacía dentro), paró en seco cuando sintió su maleta caer. Agachándose a recogerla, no contaba con que la puerta se devolvería con todas sus fuerzas.
No fue consciente de cuando fue golpeada fuertemente desde atrás, tampoco lo fue cuando sentía que caería de hocico hacia el piso. Sólo pudo volver a la realidad cuando cayó en unos firmes brazos, y al levantar la mirada, se hipnotizó con aquellos potentes ojos grises.
"Y Keana nunca pensó tener un aterrizaje tan asombroso, cuando levantó la mirada y se topó con los ojos más hermosos".
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Ojos grises
Teen FictionKeana nunca pensó que podría vivir en Estados Unidos, igual como ir a una universidad en donde hospedan a sus estudiantes con residencias de la misma. Encontrarse con su prima favorita; y revivir las locuras que hablaban y hacían. Pero lo que menos...