Zóe.

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Keana no podía deducir por cuanto tiempo quedó aferrada a la chaqueta de aquel desconocido, ni por cuánto tiempo quedaron mirándose a los ojos. Sólo podía pensar en que esos eran los ojos más únicos y cautivos que había visto en toda su vida.

Juró que podía haberse quedado por horas y horas admirando aquellos asombrosos ojos, antes de apartarse ya que aquellas mareas grises comenzaron a mirarla con un eje de irritación.

—Y-yo lo siento —Le dijo Keana con un pequeño rubor en sus mejillas. A pesar de sólo bastarle sus ojos para ponerla nerviosa (reparó), pudo fijarse en su potente apariencia:

Silueta delgada con músculos perfectos para sus brazos, con un metro ochenta de altura, piel pálida como la nieve que contrasta perfectamente con sus cabellos negros como la noche, que caían alrededor de toda su cabeza; cara perfectamente enmarcada como si fuera un muñeco con un letrero en el pecho diciendo perfección y sobre todo con aquellas mareas grises que la adornaban.

—Descuida, no fue tu culpa —Keana apenas pudo prestarle atención a lo que dijo, ya que esa profunda voz le pareció la más excitante que había escuchado.

Al parecer éste chico no dejará de darme sorpresas, pensó.

De todas formas, no todos los días se puede ver a alguien ser golpeado por una puerta —Dijo con tono burlesco. Pero a pesar de eso no podía dejar su fachada de frialdad, lo cual, lo hacía ver mucho más atractivo de lo que era.

—Mmmh... Soy Keana —Dijo la latina dispuesta a hacerle cambiar de tema para olvidar aquel episodio vergonzoso. Pero que secretamente le daba gracias a ello, ya que la hizo ver de la forma más cerca (quizás) aquellos potentes ojos grises.

—Matthew —Volvió a decir y se quedó mirándola largamente en silencio por uno segundos.

No es que Keana haya tenido muchas experiencias con los chicos, (ha tenido cero de hecho), Pero eso no la ha detenido a no ponerse nerviosa contra ninguno; por más que le gustara. Es que a pesar de ya tener sus dieciocho años, no había encontrado aún alguno que le hiciera sentir al menos una pizca de lo que este chico Matthew le estaba haciendo sentir en tan solo unos minutos. Y es que a pesar de su potente y elegante apariencia, de su perfecto físico, y sobre todo de esas hermosas mareas grises, había algo de él que la hacía poner más nerviosa que aquella vez que casi muere.

Adiós, Keana —Dijo Matthew pronunciando lentamente su nombre, aún teniendo ese tono burlesco.

Keana apenas había reaccionado cuando sintió la puerta cerrarse anunciando la salida de aquel chico que le sería difícil sacarse de su cabeza al menos por semanas.

"Que va, por años" pensó con un deje de gracia.

Y más sabia que sería así por el simple hecho de que ahora ella viviría en su territorio.

Dejó de pensar en el dueño de esos impresionantes ojos, para subir hasta lo que sería su nueva habitación.

Subió hasta su piso exhalando por la boca, dejando ver la poca actividad física que había tenido (o quizás era el hecho de tener que subir esos pisos con esa pesada maleta).

—A-33, A-34, ¡A-35¡ —Exclamó con alegría pensando en que ya podría descansar de lo agotada que la habían dejando esos escalones.

Introdujo su llave en el hueco de la puerta y la abrió suavemente, viendo en la habitación una silueta de frente a la ventana y dándole la espalda algo parecido a ella.

Cuerpo delgado, más pequeño, mismos cabellos negros (un poco más largo), le era demasiado familiar.

Estuvo a punto de presentarse cuando la silueta se dio la vuelta, haciéndola abrir los ojos y haciendo que su mandíbula llegue casi al piso de la impresión.

—¡Sorpresa! —Gritó en español con emoción aquella chica que al parecer, era latina igual que Keana.

—No-puede-ser.

Ojos grises Donde viven las historias. Descúbrelo ahora