Capítulo 1 - Un tío peligroso.

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Estaba atrapada entre cientos de cuerpos que se movían torpe y descontroladamente en éxtasis. Empezaba a sentir mi piel humedecerse y el vestido amarillo ceñido convertirse en mi segunda piel. La colisión de cuerpos y el volumen extremadamente elevado de la música comenzaban a aturdirme. Me deshice del cerdo buscapolvos que me había sacado a bailar, y me abrí paso a codazos desesperados entre la multitud. Había perdido a Bey hacía una media hora y no tenía ni idea de su paradero. Aunque no lo pretendía, empezaba a preocuparme por ella, además de que estaba segura de que se encontraba pasándolo bien medio sobria en el asiento del coche de algún tío. Podía decirse que era una mujer que vivía literalmente sin pensar en qué pasaría mañana. Habían pasado más chicos por su entrepierna, que bragas. Todos y cada uno de ellos con cuerpos y caras angelicales. Claramente comprensible viniendo de una tía asiática alta, delgada y deportista de belleza envidiable. Yo siempre le decía que era una maldita zorra con suerte -con sinceridad y desde el cariño-, y ella lo aceptaba y se regocijaba del título que se le había otorgado. Era un maldito grano en el culo, pero esa idiota era como mi hermana de distinta sangre.

Mi boca pastosa y reseca pedía a gritos algo frío con lo que llenarse. Me dirigí a la barra del local y me apoyé sobre mis codos en el mostrador para que la camarera de curvas escandalosas me oyera mejor.

-¿Qué puedo ofrecerte, guapa? -dijo con una sonrisa rebosante de erotismo.
Aunque intentaba ser amable para impresionarme, sus ojos azules que devoraban mi escote delataban su mente perversa.
-Una fanta de limón, por favor -respondí con la misma amabilidad fingida.
Me miró en confusión.
-Soy la pringada que conduce y no puedo beber -aclaré.
-Entiendo. Eres la amiga a la que invitan por conveniencia.
-Sólo intento que mi mejor amiga no acabe con nuestras vidas al intentar conducir ella. Podría beber y hacerlo yo, pero no me gusta el protagonismo -dije con aire divertido.

La chica sonrió y se encaminó a por mi refresco. Mientras tanto, observé el panorama rápidamente. Babosos y pederastas cincuentones que se me pegarían toda la noche, cerdos que intentarían meterme mano, chicas buscando algo cilíndrico sobre lo que sentarse. Todo un sin fin de motivos por los que pegarme unas risas o sentir pena.
Mientras me sumía en mis pensamientos, mis ojos se pararon involuntariamente en una figura que me miraba fijamente desde el final de la sala. Un chico rodeado de mujeres ligeras de ropa y otros hombres con cara de no hacer muchos amigos me observaba desde la parte reservada. Tenía una copa en la mano y a una de las chicas en la otra. Su rostro no era totalmente visible debido a la tenue luz, pero en lo poco que pude distinguir vi una mirada oscura, fría y calculadora. Por un momento su brazo completamente tatuado captó mi total atención en una hipnosis de fascinación, pero rápidamente me giré sobre mis talones al sentir su mirada más intensa.

-Aiden Miller, ¿eh? -la camarera de ojos azules me extendió el vaso de tubo y el envase del refresco.
-¿Como?
-No eres la primera a la que se le moja las bragas con ese tío.
-Sólo observaba su brazo tatuado.
-Claro -bufó-. No sé cómo lo hace. Es un hijo de puta, pero las tías se le tiran encima -había rastro de celos en su voz.
-Quizás sea su fachada de chico malo. A las chicas nos gusta eso, ¿no?
-Habla por ti, guapa, a mi me gustan las niñas buenas -se apoyó sobre sus codos y recorrió mi cuerpo con sus ojos. Mordió su labio inferior al pararse en los míos-. Y, creeme, no es una fachada. Al parecer, Aiden Miller no es un tío al que le puedas tocar las narices. Es famoso por la cantidad de gente que ha mandado al hospital en estado crítico.
-El típico tío inmaduro y problemático que no sabe controlar su ira y tiene complejo de Hércules. Sí, me suena esa historia -rodé mis ojos y di un sorbo a mi bebida con despreocupación.
-Me gusta cómo piensas, pero no bromeo, guapa. Esos tíos de su alrededor son gente problemática: traficantes de drogas y expresos. Tendrías que andarte con cuidado -miró detrás de mí-, parece que Aiden Miller te ha echado el ojo. Y creeme, ese tío consigue todo lo que se propone.

Miré a hurtadillas sobre mi hombro. Ese tal Aiden Miller seguía mirándome, esta vez con el ceño fruncido, como si intentará escuchar nuestra breve conversación que lo involucraba. La mujer sobre la que descansaba su brazo buscó con los ojos hasta encontrar lo que el chico que la sujetaba observaba. Me dedicó una mirada asesina y cargada de un odio incomprensible para mí y volvió a fijar su atención en su acompañante. Un gesto que consideré totalmente absurdo. Ignoré completamente lo que aquella chica acababa de contarme. Genial si era un tío peligroso, camello o un experto en prisiones, yo no iba a tener nada que ver con él.

Los gemidos incesantes de mi amiga taladraron mis tímpanos. Su habitación estaba justo al lado de la mía y las paredes a penas reducía algunos decibelios de ruido. Me fui a casa sin ella. Me dijo que un chico que había conocido la acompañaría, que sería cautelosa, y que no me preocupase por ella, y ahí estaba la prueba de que no, no me había mentido. Maldita Bey. Se estaba tirando a alguien en la habitación de al lado y yo estaba escuchando todas y cada una de sus guarradas y muestras de placer. Y cuando digo todas, eran todas. No era la primera vez que lo hacía, pero ya me cansaba el no poder dormir cuando ella disfrutaba.
Golpeé con el puño cerrado la pared en un intento fallido de que se avergonzaran y bajaran la voz.

-¡Bey, joder! ¡Baja la maldita voz! -golpeé aún más fuerte.

Repentinamente los gemidos y el chirrido de la cama cesaron con un grito ronco. Pasaron cinco minutos y aún no se habían escuchado los ya típicos pasos acelerados hacia la puerta. Ahora era el silencio sepulcral el que no me dejaba dormir. Normalmente los líos de una noche de Bey salían con prisas y no dejaban rastro a la mañana siguiente, pero parecía que esta vez había permitido que alguien más usurpara su espacio vital en su cama de noventa.

Mi vejiga a punto de explotar me obligó a levantarme a la media hora. Abrí la puerta de mi habitación cautelosamente y recorrí de puntillas el oscuro y tenebroso pasillo que me llevaría hasta el servicio. Un grito de terror abandonó mi garganta cuando mi cuerpo colisionó contra algo sólido.

-¿Q-Quién eres? -mi voz temblorosa me delataba.
-¿Quién eres tú? -dijo una tranquila voz grave y ronca.

Una potente luz me azotó los ojos y puse mi mano delante para protegerme. Me estaba alumbrando con la linterna del móvil.

-Anda, pero si eres la morena de la penúltima -dijo el nombre de la discoteca con diversión.
No decía lo de morena por el color de mi pelo -pues lo llevaba teñido de un rubio oscuro- sino por el tono de mi piel. Yo era afroamericana, y claro, eso daba mucho juego.
-Apaga eso, vas a dejarme ciega.

Giró el móvil hacia la pared dejando la luz ver su perfecta media sonrisa compuesta de grandes y bien colocados dientes. Tenía los caninos algo más largos que el resto y eso le hacía parecer un experimentado vampiro extremadamente sexy.
Mi corazón se aceleró en cuestión de segundos y una sensación de vértigo inexplicable comenzó a subirme por el estómago al ver aquellos ojos, rajados, fríos e intensos que hacían juego en color con el aro plateado que atravesaba la aleta izquierda de su nariz. El tío peligroso estaba en mi casa, justo delante de mí. Y todo lo que quería hacer era correr.

Un ángel caído por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora