Capítulo 12 - Amar lo que nos mata.

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Doce días sin Aiden Miller pareció una eternidad. No tenía consciencia del infinito del tiempo hasta que mis días se convirtieron en veinticuatro horas de preocupación constante. A esas alturas ya había perdido la cuenta de cuantas decenas de llamadas y mensajes en su bandeja de entrada me harían parecer una histérica, aunque todas parecían llegar a ni guna parte. No había aparente receptor. Ninguna respuesta que me asegurase que él estaba bien y sólo se veía movido por su afán incomprensible de desaparecer. Esta vez, además de intentar convencer a Bey, traté de convencerme a mí misma poniendo de ejemplo la vez anterior. Pero todo a lo que podía sujetarme era a la espantosa idea de que quizá Rodriguez estuviese cumpliendo su palabra; quizá le había hecho daño buscando su ansiada venganza, y debía admitir que, a mi pesar, esa posibilidad me aterraba. Sorprendentemente Aiden era todo lo que últimamente ocupaba mi cabeza, llegando a límites en los que la competición -donde se enfocaba la mayor parte de mi tiempo- había quedado en un segundo plano. Olvidaba pasos, fallaba en otros y no prestaba ni la más mínima atención a ninguna de las sugerencias de mis compañeros. Me era imposible entregarme al cien por cien, y aunque lo intentaba, sentía que los defraudaba.

-Aish, ¿va todo bien? -Nathan abandonó su fila y se acercó a mí.
Todos pararon aún con la música sonando. Acababa de equivocarme en uno de los pasos esenciales.
-Sí, sí. -Llevé la mano a mi frente-. Es sólo que no he desayunado bien esta mañana. -Forcé una sonrisa que no convenció al verde preocupado de sus ojos.
-Vamos a sentarnos. Vosotros seguid. -Ordenó a la multitud curiosa.
Con la mano en mi espalda, me guió hasta los bancos donde reposaban amontonadas las mochilas delante de los espejos.
-Ahora dime la verdad. -Se cruzó de brazos.
-No es nada, Nath -mentí. Alzó las cejas en desaprobación, tan gruesas y negras que contrastaba a la perfección con su pelo platino.
-¿Es Jack?
-No, claro que no... -Negué con la cabeza.
-¿El hermano buenorro de Violette? -me interrumpió.
-¿Cómo sabes tú eso? -Entrecerré los ojos con sospecha.
-Jackson nos ha contado su versión de la ruptura.
Acompañé el movimiento rotatorio de mis ojos con un pesado y sobre actuado suspiro. Me pregunté si de verdad era totalmente necesario dar detalles de algo tan personal a nuestros mejores amigos.
-Déjame adivinar: fui yo quien lo dejé porque estoy colada por Aiden y él está destrozado.
-Bingo. Aunque, a juzgar por su actitud, no parece muy afectado.
-¿De qué hablas?
-De Jackson y Violette.
Mi entrecejo se juntó en una expresión de incredulidad. ¿De qué demonios estaba hablando?
-Cariño, debes ser la única que no se ha dado cuenta.
-Eso es una estupidez. Jackson no soporta a Aiden y viceversa. ¿Por qué iba a intentar algo precisamente con su hermana? -Reí con ironía.
-¿Estás segura?
Con ambas manos en mi cara, giró mi cabeza hasta un punto fijo. Jackson y Violette estaban apartados del grupo, ensayando uno de los pasos en pareja de la coreografía que en un principio -y según se ma tenía- íbamos a bailar él y yo juntos. Uno que, casualmente, implicaba demasiada proximidad. Los observé con descaro al comprobar la teoría de Nathan; uno: porque me había sustituido como compañera de baile; y dos: porque estaba segura de que tramaba algún tipo de venganza en mi contra. Podría parecer mi paranoia, pero era innegable la casualidad de que, habiendo tantos peces en el mar, tuviera que elegir al único que compartía sangre con Aiden Miller y por el que podría perder un par de sus bonitos dientes. La indignación comenzó a aparecer cuando la hizo girar y la inclinó hacia atrás sobre su brazo. Ese paso no formaba parte de la coreografía. Levantó la vista y la apartó instantáneamente al encontrar la mía. Maldito cobarde que a penas era capaz de sostenerme la mirada. Violette siguió la dirección de sus ojos entre risas, y juraría que ni siquiera el mismísimo flash hubiese sido capaz de incorporarse tan rápido al percatarse de mi análisis.
-Es... -No encontraba palabras para describir la repulsión que me provocaba.
-¿Sorprendente? ¿Penoso?
-Patético.
-Sí, eso también. Pero oye, olvídate de eso. Quiero saber qué te está pasando.
-Es el estrés por conseguir un número perfecto.
En realidad no mentí del todo. La competición me estaba consumiendo, igual que cuando estás de acompañante con un familiar hospitalizado. De alguna manera se te evapora el alma. Podría sonar un poco exagerada, pero eso era la única razon por la que yo seguía en funcionamiento. Y si no lo conseguía... Si no lo conseguía, no sé.
-Se te nota a kilómetros de distancia que estás mintiendo, cielo. Prefieres no contármelo, de acuerdo. Pero, Aish, -puso la mano en mi hombro- eres el principal cerebro de este grupo. No quiero que te sientas presionada, pero no puedes permitirte tener la mente en otro lado a menos de dos meses de la competición más importante de nuestras vidas.
-Sí, lo sé... -suspiré. Demasiada carga para dos hombros tan escuálidos.
-Termina la clase. -Se puso en pie-. Tú y yo, querida, vamos a hablar de lo que te perturba.
Avanzó unos pasos, paró en seco y se volvió hacia mí.
-¿Café? -propuso apuntándome con el dedo.
-Con nata -añadí imitando su gesto.
-¿Y helado? -Asentí en aprobación-. ¡Seh! -alzó el puño al aire. Como cualquier glotón compulsivo que se precie, debía celebrar que iba a tomar su café favorito. El que no engordara y mantuviera su envidiable figura (incluso para mí) seguía siendo un misterio, pues el plan de despeje de Nathan normalmente consistía en ir a mi cafetería favorita "coeur sucré" (un nombre demasiado cursi para mi gusto) y gozar de sus deliciosos dulces y su exquisito e inigualable batido de frutos secos.
Le vi marcharse con una sonrisa. Gracias a su ayuda lo que quedó de clase se hizo a menos. Supongo que me animó el que alguien más que Bey se diese cuenta de que no estaba bien. Ni siquiera Maddie o Mel lo notaron, aunque estaba segura de no equivocarme si pensaba que me estaban evitando.

Un ángel caído por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora