Conducía a toda velocidad por las estrechas calles de la ciudad. Ya eran las cinco menos cuarto de la tarde, lo que suponía que llevaba quince minutos de retraso.
Aparqué en el primer estacionamiento libre que encontré y salí disparada hacia el edificio de danza que me esperaba a dos manzanas.
Entré a la habitación de los espejos con la respiración entrecortada por la carrera casi involuntaria. Mis alumnos y compañeros -la mayoría de mi edad- me esperaban calentando y hablando entre ellos. Aplaudieron y festejaron mi llegada irónicamente cuando fui visible ante ellos.—Lo siento, chicos, he tenido un... pequeño percance —dije mientras saludaba uno a uno chocando manos y hombros.
El motivo de mi impuntualidad, por supuesto, fue Aiden Miller. Mi amiga se empeñó en que la ayudara a limpiar un poco la casa, ya que aprovecharía mi ausencia para invitarlo y pasar un rato juntos.
Él se había convertido en la mayoría de mis problemas últimamente.
Había pasado dos semanas desde que desgraciadamente ese mujeriego entró en la vida de Bey. Dos semanas en las que lo vi o escuché cada maldito día sin excepción. Siempre de noche, por supuesto. Dos semanas de tortura nocturna sin poder dormir.
Cada día que pasaba, Bey estaba más enamorada. Llegó a tal punto en el que comenzó a llamarlo "mi novio nocturno". Yo como siempre, intenté sacarle ideas estúpidas de la cabeza. Aiden no mostraba el más mínimo sentimiento de amor hacia ella, pero su físico divino la cegaba y, claro, no atendía a razones.
Encendí el equipo de música y me coloqué delante de la pared de espejos.
—Vamos, chicos —alcé la voz y di un par de palmas para llamar su atención.
Todos se colocaron a mis espaldas y se dejaron envolver por la melodía siguiendo mis pasos en cuanto Lolly de Maejor ali comenzó a sonar.
Esa era la que yo consideraba la mejor parte de mi trabajo: compartir con otras personas esta pasión y forma de vida a la que llamaban baile; por, para y del cual yo vivía.
La satisfacción de que otros disfrutasen de tus coreografías, de la sutileza de tus movimientos, de tu imaginación.—¡Eso es! —les felicité tras haber acabado la canción—. Estoy muy orgullosa de vosotros, chicos. Es notable lo mucho que habéis trabajado —todos festejaron con silbidos y choques de palmas—. Ya sabéis que la décimo tercera competición nacional de baile está a la vuelta de la esquina. ¡Y sabéis que va a ser nuestra! —todos asintieron confiados—. Y para ello, tenemos que preparar algo grande —les miré uno a uno, insistiendo en los nuevos, dejándoles claro que ninguno sería excluido—. Para que os hagáis una mínima idea de lo que hablo, os enseñaremos una pequeña parte de lo que se os viene encima. ¿Podreis seguir el ritmo? —arqueé una de mis cejas en un gesto retante—. Mel, Jackson, Maddie, Nathan, al centro —ordené—. Demostrad cómo se hace.
Dicho esto, sus cuerpos comenzaron a dejarse llevar extasiados por la música en remix que habían preparado. Ellos cuatro eran mis mejores bailarines y mi mano derecha a la hora de montar coreografías y elegir música. Éramos muy cercanos tanto dentro, como fuera del trabajo. Sobre todo Jackson. Ese tío negro, alto y musculoso de sonrisa radiante y ojos miel, me llevaba soportando desde hacía ya un año y medio, cuando decidí darle una oportunidad a su insistencia. Últimamente las cosas entre nosotros no estaban yendo especialmente bien. Nuestro carácter era muy parecido. Éramos el mismo polo y a veces -más de las que me gustaría- nos repelíamos.
Todos se marcharon cuando dieron las siete y media y hube dejado claro las tareas que debían hacer en casa: preparar una coreografía de un minuto por parejas.
Recogí mis cosas y me dispuse a salir.
Como último recurso y ahogada en desesperación, me vi obligada a rezar por que Aiden no estuviera aún en casa.
Mi cuerpo me pedía a sudor y pesadez una ducha y una cama, o cualquier otra cosa donde pudiera echar una cabezada.
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Un ángel caído por amor
Roman pour AdolescentsMe leyó el alma a través de los ojos, intentando entender cada uno de mis sentimientos que ni yo comprendía. Me regaló su dulce sonrisa y me acarició la mejilla. Estábamos en un callejón y era de día. La luz del sol que -se suponía- debía bañar las...