El sonido de los tacones de Bey golpeando el suelo consiguió que su nerviosismo fuera compartido. Caminaba de un lado a otro de la habitación estrujando sus dedos como efecto de la desesperación que intentaba retener.
-Tranquilízate, Bey.
-No puedo, tía. Aiden está a punto de llegar -mordió el esmalte negro de sus uñas que yo misma pinté-. ¿Cómo estoy? ¿Bien?
-La perfección hecha carne -bromeé.Dio un salto y se acercó a la puerta a toda velocidad cuando esta sonó. Puso la mano en el pomo y antes de girarlo me miró con ojos temerosos.
-No puedo hacerlo.
Respondí con un suspiro y un giro de ojos a su cobardía. Yo no tenía ningún problema en encontrarme a Aiden cara a cara, ya lo había hecho antes. Así que me levanté y abrí la puerta con desgano esperando encontrar su irritante sonrisa juguetona. No supe como reaccionar ante unos inesperados ojos miel que me miraban desde arriba con cierto anhelo. No me dio tiempo a pensar en qué decir cuando me abrazó fuertemente en silencio. Por un momento se me apagó el cuerpo. No sabía qué estaba pasando, ni a qué se debía. Hasta que un suspiro de su boca me devolvió los sentimientos que creí perdidos y sólo pude aferrarme a él. Me miró unos segundos, besó mi frente, mi nariz, y por último mis labios dulce y levemente para no destrozar el perfecto coloreado. Justo lo que necesitaba. Había olvidado lo dulce de sus besos y la paz de su cuerpo. ¿Cómo pude pensar en cambiar eso por la inestabilidad?
-Estás preciosa -susurró y volvió a besarme. No pude hacer otra cosa que sonreír. Analicé un poco más sus gruesas facciones y lo abracé de nuevo quedando mi cabeza justo a la altura de su pecho.
-Te he echado de menos.
-Sólo hace dos días que no nos vemos -aunque no era esa su intención, sus palabras me dieron frío.
-Suficientes.
-Siento irrumpir en el paraíso, chicos. Pero se nos hace un poco tarde.
-Tenemos que esperar a Aiden -aclaré, Jackson hizo un gesto de desagrado.
-Más te vale no montar una escenita, Jack -advirtió Bey.
-Sólo mantenlo lo suficientemente lejos como para que mi puño no llegue a su cara.
-No hará nada que pueda estropearlo.
-Hablas como si le conocieras de toda la vida -dijo Jack con cierto recelo.
-Lo conozco lo suficiente como para saber que lo respetará.Estaba convencida de que Aiden se comportaría por una noche. Él sabía lo importante que Bey era para mí y lo importante que él era para Bey, aunque esto esto último le traía sin cuidado. Creí que si volvió a aparece por casa porque yo se lo pedí -cosa que aún no acababa de entender-, también cumpliría entonces mis deseos. Tan ingenua. Toda esperanza de que pudiera venir fueron desechada cuando el reloj marcó las ocho y media. Recordé que tenía su número y le llamé.
-¿Donde estás?
-Eso mismo me preguntaba yo sobre vosotros.
-Estamos en casa, esperando a que traigas tu culo hasta aquí.
-Llevo una media hora esperandoos en este restaurante de mierda.
-¿Qué problema de comprensión tienes? Quedamos en que saldríamos desde aquí.
-¿De verdad creías que iba a compartir un espacio tan pequeño como es un coche con el retrasado de tu novio?
-No se trata de eso, Aiden. Sólo por cortesía. Ya va una.
-Y no será la única.No sabía a que se refería. Y era uno de sus chistes, no tenía gracia. Fue suficiente su estúpido descuido para arruinarme lo que me quedaba de noche. Esperaba por su bien que no hiciera ninguna otra estupidez. Al menos no si no quería ser un castrati.
Jackson insistió en conducir su coche. Él era el único que se controlaba cuando bebía y el que, a su pesar, tendría que cuidar de nosotras toda la noche. Me senté en el asiento del copiloto indicando el camino hacia nuestra cena. La incomodidad que el error de Aiden provocó hizo el camino extremadamente calmado. Aproveché el silencio abrumador para hacer una rápida lista mental de todo lo que iba a escupirle en la cara hasta aturdirle:
•Eres un maleducado, cruel y poco caballeroso.
•No te mereces que una chica como Bey haya puesto los ojos en ti.
•Vete de aquí y, esta vez, no vuelvas.
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Un ángel caído por amor
Novela JuvenilMe leyó el alma a través de los ojos, intentando entender cada uno de mis sentimientos que ni yo comprendía. Me regaló su dulce sonrisa y me acarició la mejilla. Estábamos en un callejón y era de día. La luz del sol que -se suponía- debía bañar las...