Capítulo 1

81 10 4
                                    

El viento gélido se arremolinaba a mi alrededor mientras avanzaba a través del bosque sombrío. La niebla densa y la penumbra parecían tragarse cada rastro de luz, sumergiéndome en una oscuridad casi tangible. Cada paso que daba resonaba con un eco sordo en el suelo cubierto de musgo, un recordatorio constante de mi soledad en este desolado camino.

Mi cuerpo estaba dolorido por el viaje y las duras condiciones. Las cadenas que me habían esposado se movían pesadamente contra mis muñecas, y cada movimiento me hacía sentir un tirón doloroso en los hombros. La frialdad penetraba mis ropas rasgadas, y el aire estaba cargado de un hedor a humedad y decadencia que se hacía cada vez más intenso.

Finalmente, llegamos a la entrada del castillo de Aldebris, una fortaleza que se alzaba ante mí como una pesadilla encarnada. Sus muros de piedra oscura y torres puntiagudas parecían amenazantes, y el gran arco de piedra que servía de entrada parecía una boca de lobo esperando para devorarme.

Dos guardianes vestidos con armaduras negras, con sus rostros semiocultos bajo capuchas oscuras, me esperaban. Sus miradas eran frías y despectivas, sus ojos, con destellos rojos y apenas visibles estaban llenos de un desdén palpable.

El hombre que me había traído, se acercó a ellos. Su voz era áspera y cargada de satisfacción maliciosa.

– Aquí tenéis, – dijo, empujándome hacia la entrada con una brusquedad calculada. – Ahora pagarme lo que me debéis.

Uno de los guardianes asintió y, sin una palabra, hizo un gesto hacia el otro. En un movimiento rápido y preciso, el segundo guardián desenvainó su espada con un brillo mortal. Sin titubear, le cortó la cabeza a mi captor, el cuerpo de este cayó al suelo con un golpe sordo. Su cabeza rodó, deteniéndose a unos centímetros de mis pies.

El primer guardián sacó una bolsa de monedas de su armadura y se la entregó al asesino con una indiferencia glacial.

Mientras el captor yacía inerte, yo, temblando y sintiendo el peso de las cadenas, me encontré a merced de aquellos que me recibirían en este nuevo y aterrador capítulo de mi vida.. Sin una palabra de bienvenida, uno de ellos me empujó hacia adelante, y el otro me sujetó con firmeza.

—Muévete —ordenó el guardia con un tono brutal—. No tenemos todo el día.

El empujón fue inesperado y violento, enviándome tambaleando hacia el interior del castillo. Sentí una punzada de dolor en el costado cuando tropecé y caí de rodillas sobre el suelo de piedra fría. El guardia que me empujó se rió con burla, un sonido cruel que resonó en las paredes oscuras.

—Parece que habrá que enseñarte a comportarte —dijo con una sonrisa amarga.

Luché por levantarme, pero el dolor en mis muñecas y rodillas era punzante. A pesar del sufrimiento, me obligué a mantener la cabeza en alto. No podía permitir que me vieran quebrarme.

—Levántate, esclava —dijo el otro guardia, su voz tan dura como el acero—. El príncipe no tolera las debilidades.

Me arrastré hasta ponerme de pie, mi cuerpo temblando por el frío y el dolor. Me empujaron hacia un pasillo oscuro, las paredes estaban cubiertas de tapices viejos y ennegrecidos que parecían absorber la escasa luz de las antorchas. Cada paso que daba resonaba en el silencio opresivo, y la sensación de ser observada por sombras invisibles me hacía sentir aún más vulnerable.

El pasillo desembocó en una gran sala que parecía una cámara de tortura de otro tiempo... o incluso de este. El suelo estaba manchado y los muros adornados con armas y herramientas antiguas. Mi corazón latía con fuerza mientras me empujaban hacia una celda en el extremo de la sala.

—Aquí es donde te quedarás hasta que el príncipe decida qué hacer contigo —dijo con una sonrisa cruel—. No esperes ser tratada con amabilidad aquí, y menos por él.

La puerta de la celda se cerró con un estruendo metálico, y me quedé sola en la oscuridad. El frío y el dolor me envolvieron, y me desplomé contra la pared, tratando de encontrar una posición cómoda sobre el suelo de piedra. Sentí una oleada de desesperación mientras el silencio de la celda se hacía aún más profundo. Las paredes parecían cerrar el espacio a mi alrededor, y el aire estaba cargado con una sensación de opresión que casi me ahogaba.

Las horas pasaron lentas y tortuosas. Cada crujido en el castillo me hacía saltar, el temor a lo desconocido y la incertidumbre sobre lo que me esperaba a continuación me mantenían en un estado constante de alerta. La oscuridad de la celda era total, y me encontraba sola con mis pensamientos y miedos.

Cautiva del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora