Capítulo 4.

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La risa cruel de los guardias resonaba en mis oídos mientras me dejaban tirada en el rincón de otra sala. El dolor en mi costado, resultado de la patada del soldado, aún pulsaba intensamente, pero la humillación era aún más difícil de soportar. Me quedé allí, acurrucada sobre el suelo helado, intentando mantenerme lo más pequeña posible mientras las miradas burlonas de los presentes me perforaban.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, uno de los guardias se acercó de nuevo, me tomó por el brazo y me arrastró hacia la salida de la sala. No ofrecí resistencia; estaba demasiado exhausta y demasiado aterrorizada para hacerlo. Me llevaron casi a rastras por los pasillos fríos y oscuros del castillo, mis pies descalzos resbalaban sobre las piedras húmedas mientras intentaba mantener el ritmo de sus pasos pesados.

—Pensé que durarías menos—se burló uno de los guardias, sus palabras impregnadas de un veneno suave que me hacía encogerse aún más—. Aún así, parece que la sangre de esclava corre más rápido de lo que pensábamos.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, me arrojaron de nuevo a la celda. La puerta se cerró con un chirrido, el sonido del metal chocando me recordó la realidad de mi situación. Me quedé tirada en el suelo de piedra, temblando tanto por el frío como por el miedo que me atenazaba el corazón. La oscuridad me envolvía, un manto espeso y sofocante que parecía absorber todo mi ser.

Intenté moverme para acomodarme, pero el dolor en mi costado y la fatiga en mis músculos me lo impedían. Las imágenes del castillo, de las miradas crueles y las risas despectivas, seguían asaltando mi mente. Cada vez que cerraba los ojos, revivía la brutalidad con la que había sido tratada, y el terror de lo que aún estaba por venir me llenaba de una desesperación que casi me hacía perder la razón.

El frío penetraba mis huesos, la piedra debajo de mí era implacable y la sensación de abandono se intensificaba con cada minuto que pasaba en esa oscuridad. No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que me habían devuelto a la celda, pero cada segundo se estiraba como una eternidad.

Mis pensamientos eran un caos de dolor y miedo, mi cuerpo estremeciéndose involuntariamente con cada recuerdo que pasaba por mi mente. Pero no había escapatoria, no había lugar al que huir en la prisión que se había convertido en mi vida. La única opción era sobrevivir, aunque cada día se hacía más difícil encontrar la fuerza para hacerlo.

El tiempo parecía detenerse, y la penumbra de la celda se tornaba más opresiva con cada momento. La tortura psicológica del silencio y la soledad se sumaba al sufrimiento físico, erosionando lo poco que quedaba de mi resistencia. Mis ojos se cerraban de vez en cuando, pero el descanso era imposible; el terror estaba siempre presente, acechando en cada esquina de mi mente.

De repente, el sonido familiar del chirrido de la puerta interrumpió la insoportable quietud. El eco de los pasos de los guardianes retumbaba en el pasillo, acercándose lentamente. Cada pisada era un recordatorio de mi impotencia, del abismo en el que me encontraba atrapada.

Los guardianes llegaron con una expresión que sugería que algo importante estaba a punto de suceder. Sus rostros permanecían ocultos bajo capuchas oscuras, pero la tensión en sus movimientos era palpable. Esta vez, había una seriedad en sus gestos que hizo que el miedo en mi interior se intensificara aún más.

—¡Levántate! —ordenó uno de ellos con un tono severo. Mis piernas temblaban cuando intenté levantarme, y al no poder, uno de los guardias me tomó con brusquedad del brazo, arrastrándome fuera de la celda. El dolor en mis muñecas y en mi cuerpo dolorido me hizo gemir, pero no me atreví a protestar.

El pasillo parecía aún más frío que de costumbre, el eco de nuestros pasos se sumaba a los sonidos de los goteos ocasionales y susurros inquietantes. Mi mente estaba en un torbellino de confusión y ansiedad, preguntándome qué podría estar planeado para mí.

Finalmente, llegamos a un área que parecía una especie de sala de preparación. El suelo estaba cubierto con tablones de madera, y un par de cubos grandes estaban alineados junto a un barril de agua. El lugar estaba iluminado por unas pocas antorchas, proyectando sombras danzantes que hacían que el ambiente pareciera aún más siniestro.

—Quítale las cadenas y ponla en el suelo —ordenó uno de los guardianes. El otro obedeció, y mis muñecas se liberaron de las cadenas con un sonido metálico. Sentí un alivio momentáneo, aunque el dolor de estar en esa posición y la incertidumbre de lo que me esperaba a continuación me mantenían tensa.

Me empujaron hacia el suelo, donde el frío de la madera se hizo notar de inmediato. El suelo estaba manchado y sucio, y el olor a humedad y descomposición era fuerte. Mi corazón latía con rapidez mientras intentaba entender lo que estaba sucediendo.

Uno de los guardianes tomó un cubo de agua helada y lo volcó sobre mí sin previo aviso. El agua fría me sorprendió, haciendo que mi cuerpo se estremeciera violentamente. El líquido helado se mezcló con la mugre y el sudor, formando charcos sucios a mi alrededor. Temblaba incontrolablemente, tratando de no dejar escapar el grito que se formaba en mi garganta.

—¡Otra vez! —ordenó el guardia, y otro cubo de agua fría fue arrojado sobre mí. Cada golpe de agua era como una puñalada helada, y el dolor era tan intenso que me hacía arquear el cuerpo involuntariamente. Sentí cómo la mugre se deslizaba de mi piel, y los cubos de agua se vaciaban repetidamente, limpiando poco a poco la suciedad acumulada.

—No te gusta, ¿verdad? —El guardia se inclinó hacia mí, sus ojos brillando con malicia—. Pues espera, esto solo es el comienzo.

Mientras el agua helada seguía cayendo, el polvo y la mugre finalmente se despejaron de mi piel y mi cabello. El frío se hizo aún más agudo, y mi piel estaba enrojecida y visiblemente afectada por el abuso. Los guardianes, al ver el resultado, se quedaron en silencio, sus miradas fijas en mí con una mezcla de incredulidad y horror.

—No puede ser... —murmuró uno de ellos, su voz temblando de asombro—. ¿Es ella? ¿La joven que el príncipe ha buscado durante tanto tiempo?

El otro guardia, con los ojos abiertos de par en par y el rostro pálido, observó mi cabello rojo, el verdadero color ahora revelado.

—Esto no tiene sentido. Se suponía que estaba muerta.

El primero asintió, con una expresión de creciente consternación.

—Si ella es la que ha estado buscando... sabes lo que eso significa.

Ambos guardianes se quedaron paralizados por la incredulidad, el asombro y la preocupación visible en sus rostros. La realidad de la situación se asentó sobre ellos como un peso opresivo, haciendo que su sorpresa se mezclara con el temor a las posibles consecuencias.

Mis piernas temblaban, no solo por el frío, sino también por el terror que me invadía. El comentario de los guardianes sobre la posibilidad de mi muerte inminente aumentó mi desesperación. La idea de enfrentarme al príncipe en mi estado actual era aterradora, pero la perspectiva de ser ejecutada sin haber tenido oportunidad alguna para defenderme era aún más aterradora.

—Vamos a ver qué dice él —dijo el guardia que había hablado primero.

Me arrastraron hacia un pasillo cercano, sus empujones eran crueles y despectivos. Cada movimiento me hacía sentir el frío penetrante de mis ropas empapadas y la pesadez de la mugre que había sido despojada de mi cuerpo. La sensación de ser arrastrada a lo desconocido mientras los guardianes conversaban sobre mi posible destino me mantenía en un estado de ansiedad paralizante.

—No te esfuerces por resistir —susurró uno de los guardias, su aliento caliente en mi oído contrastando con el frío de mi piel—. No tienes ningún control aquí.

El pasillo parecía interminable, y cada paso hacia la cámara del príncipe se sentía como una condena a muerte. Mi mente corría a mil por hora, tratando de preparar alguna forma de enfrentar lo que me esperaba. La angustia y el miedo eran casi insoportables, y el terror de lo que podría suceder a continuación me mantenía en un estado constante de tensión.

Finalmente, llegamos ante unas grandes puertas de madera tallada, adornadas con símbolos oscuros y misteriosos. Los guardianes se detuvieron, y uno de ellos golpeó las puertas con fuerza. El sonido resonó a lo largo del pasillo, y la espera se hizo eterna mientras el eco de los golpes se desvanecía en la distancia.

—Si supieras lo que te espera detrás de esas puertas... —murmuró uno de los guardianes, casi con una sonrisa en su voz—. Pero es mejor que lo descubras por ti misma.

Cautiva del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora