Capítulo 14

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El silencio en la habitación se rompió de repente con un suave crujido en la puerta. Me desperté sobresaltada, el camisón de encaje ceñido a mi cuerpo se adhería a mi piel, húmeda por el sudor frío que había empapado mis sueños intranquilos. Mis ojos se entrecerraron en la penumbra, intentando descifrar la figura que se materializaba lentamente en el umbral.

Azaroth. 

El nombre resonó en mi mente como un eco maldito. El demonio que siempre acechaba en la sombra, el que me vigilaba con una paciencia infinita y retorcida, ahora se presentaba ante mí con una elegancia que solo aumentaba su aura siniestra. La opresión en el aire se intensificó, como si cada respiración me acercara más a la oscuridad que lo envolvía. Sus ojos, vacíos como el abismo, se posaron en mí con un desdén que hizo que un escalofrío recorriera mi espina dorsal. Una sonrisa cruel, llena de burla y malicia, se extendió por su rostro, revelando dientes afilados como cuchillas.

—Vaya, veo que te ha gustado mi regalo —dijo Azaroth, su voz resonando en la habitación con un tono que goteaba sarcasmo y desprecio mientras señalaba el camisón que llevaba puesto. Cada palabra parecía envenenar el aire, llenándolo de una tensión palpable que me apretaba el pecho.

La confusión me inundó. Había creído que había sido un gesto de Morian, una burla retorcida en su cruel juego. Pero la presencia de Azaroth lo cambiaba todo, transformando ese simple regalo en algo mucho más oscuro y perverso. Me recosté en la cama con el corazón latiendo con fuerza, la furia y el miedo combatiendo por el control dentro de mí.

—¿Qué demonios haces aquí? —exigí, mi voz temblando a pesar del esfuerzo por mantenerme firme—. ¿Cómo te atreves a entrar así en mi habitación?

Azaroth se acercó lentamente, sus pasos resonando en el suelo como golpes de tambor, cada uno de ellos pareciendo marcar el tiempo de mi condena. Su mirada recorrió mi cuerpo con una lascivia evidente, deleitándose en mi vulnerabilidad. Su presencia era sofocante, el aire se volvía más espeso, casi imposible de respirar, y cada paso suyo era una sentencia que se aproximaba.

—¿De verdad pensaste que Morian se molestaría en hacer algo tan... considerado? —se burló, sus palabras impregnadas de veneno—. No, Ilyana. Este regalo es mío. Y me complace ver lo exquisito que te queda puesto.

El terror me atenazó cuando Azaroth acortó la distancia entre nosotros, su figura alta y esbelta proyectando una sombra larga y distorsionada que parecía envolverme. Sentí su aliento, frío y cortante como una noche sin luna, rozar mi piel mientras sus labios se aproximaban a los míos, cargados de una intención que me revolvía el estómago.

—Aléjate de mí —gruñí, aunque mi voz apenas era un susurro asfixiado por el miedo.

Azaroth no se detuvo. Su mano se cerró alrededor de mi cuello con una lentitud deliberada, disfrutando cada segundo en que su control sobre mí aumentaba. Sus dedos eran como garras, fríos y despiadados, y su presión sobre mi garganta creció hasta que me fue difícil respirar. El pánico se apoderó de mí cuando su risa baja, gutural, llenó la habitación, resonando en mis oídos como un presagio de lo que estaba por venir.

—No te hagas la valiente. Sabes que no puedes escapar de mí.

Mi mente luchaba por encontrar una salida, cualquier cosa que pudiera detener lo que estaba a punto de suceder. Y entonces, como un rayo de esperanza en la oscuridad, recordé la daga escondida bajo la almohada. Mis pensamientos se volvieron fríos y calculadores mientras trataba de disimular mi intención, mi mano deslizándose lentamente hacia la almohada, apenas levantando el borde para encontrar el mango de la daga.

—Azaroth, por favor... —susurré, tratando de distraerlo con mi aparente rendición mientras mis dedos rodeaban la empuñadura de la daga.

Él se inclinó más cerca, su sonrisa expandiéndose, oscura y peligrosa.

Cautiva del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora