Capítulo 3.

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El frío era un enemigo constante en mi celda, se colaba a través de las rendijas en las paredes de piedra, mordiendo mi piel, y mi cuerpo temblaba incontrolablemente. El suelo de piedra era implacable y cruel, y cada vez que intentaba acomodarme, el dolor en mis muñecas y rodillas se intensificaba. La oscuridad era tan densa que parecía que podía cortarse con un cuchillo, y el silencio, interrumpido solo por los goteos ocasionales de agua, era ensordecedor.

La última imagen del cuerpo de mi captor, con la cabeza separada del cuerpo, seguía atormentándome. Su muerte había sido rápida, pero para mí, el terror y la incertidumbre eran una constante. El eco de los pasos de los guardianes en el pasillo era un recordatorio de que mi situación podía empeorar en cualquier momento.

De repente, el chirrido de la puerta de mi celda interrumpió el silencio. Dos guardianes entraron con pasos pesados, sus armaduras negras relucían débilmente a la luz de una antorcha que sostenían. Sus rostros estaban ocultos bajo capuchas oscuras, y sus miradas eran frías y calculadoras. La luz de la antorcha proyectaba sombras inquietantes sobre las paredes, creando figuras que parecían danzar y burlarse de mi desesperación.

—Levántate —ordenó uno de los guardianes con una voz áspera y autoritaria—. No tenemos todo el día.

El dolor en mis articulaciones era tan agudo que me costaba moverme, pero supe que si no obedecía, las consecuencias serían aún peores. Me esforcé por levantarme, tambaleándome mientras el dolor se disparaba por mis extremidades.

—¡He dicho que que te levantes! —El guardia me empujó con el pie, y caí de nuevo al suelo, jadeando por el impacto.

Con un esfuerzo casi sobrehumano, me puse de pie, apoyándome en la pared para mantener el equilibrio. La mirada de desdén de los guardianes y el eco de sus pasos resonaban en mi mente, haciéndome sentir aún más vulnerable. El temor se hizo tangible mientras me arrastraba hacia el pasillo, sintiendo el frío penetrante de la piedra bajo mis pies descalzos.

—¿Dónde me llevan? —pregunté, intentando mantener la compostura a pesar de que mi voz temblaba.

—Cállate —gruñó uno de ellos, y me empujó con brusquedad.

El silencio que siguió era más intimidante que cualquier amenaza verbal. La sensación de ser arrastrada a lo desconocido me oprimía el pecho, y mi mente estaba llena de preguntas sin respuesta. 

Finalmente, llegamos a una sala de guardia más amplia, decorada de manera austera con alfombras desgastadas y tapices oscuros. El ambiente estaba cargado de una mezcla de frialdad y hostilidad, y los murmullos de los presentes resonaban en el aire con una crueldad palpable.

—Aquí está la nueva esclava —anunció uno de los guardianes a un grupo de soldados y sirvientes que estaban presentes en la sala—. El príncipe aún no la ha visto, pero mientras tanto, ha sido colocada bajo nuestra vigilancia.

Las miradas inquisitivas y las sonrisas burlonas de los presentes solo aumentaron mi angustia. Me sentía como una pieza de entretenimiento, expuesta a la curiosidad y el desdén de aquellos que estaban en la sala. La sensación de ser observada era opresiva, y el miedo a lo que me esperaba a continuación se apoderó de mí.

Un soldado con una cicatriz que cruzaba su mejilla se acercó con una sonrisa cruel, su rostro parcialmente cubierto por una capucha. Me miró con desdén y levantó un pie, pateándome en el costado con fuerza. El dolor fue agudo, y caí de lado, temblando por el impacto.

—¡Vamos, arrástrate! —ordenó el soldado con un tono burlón—. ¿Pensaste que te tratarían como a una dama aquí?

El dolor en mi costado era intenso, pero me esforcé por levantarme. Sentía las miradas de todos clavadas en mí, expectantes, hambrientas de ver más sufrimiento. El soldado se acercó de nuevo, y esta vez me agarró del cabello, tirando de él con brutalidad. Cada tirón era una tortura, y luché por no gritar mientras me arrastraba hacia el centro de la sala.

—¡Súbete a esa silla! —ordenó, empujándome hacia una silla en el centro del espacio.

Con un esfuerzo doloroso, me subí a la silla. Sentí la mirada de todos los presentes sobre mí, como si estuvieran esperando el espectáculo que estaba a punto de comenzar. Uno de los guardias se acercó y me lanzó una piedra, que me golpeó en la frente. La sangre comenzó a gotear por mi rostro, y los presentes rieron con crueldad.

—¡Mírala! ¡Ni siquiera sabe defenderse! —exclamó alguien en la multitud, y otra piedra me golpeó en el brazo.

Los impactos seguían cayendo, y cada uno me hundía más en la desesperación. Intenté cubrirme con las manos, pero era inútil. El dolor era constante, un recordatorio de mi impotencia y de la crueldad de aquellos que me rodeaban. Cada risa, cada comentario mordaz, era una daga que se clavaba más profundamente en mi alma.

Finalmente, los guardias se retiraron, dejándome sola con los presentes en la sala. Los murmullos y las risas burlonas continuaron mientras me quedaba en ese rincón, el frío y el dolor eran una constante mientras el castillo seguía su curso en la penumbra. Me preguntaba cuándo, y si, sería llevada ante el príncipe, y cuál sería el destino que me aguardaba en este oscuro y temido lugar.

El tiempo parecía arrastrarse mientras permanecía en ese rincón, mi mente en un torbellino de confusión y miedo. Cada ruido y cada movimiento me mantenían en un estado constante de alerta, esperando el próximo giro en esta pesadilla. Las sombras del castillo parecían envolverme, y la sensación de ser observada por fuerzas invisibles hacía que el terror y la incertidumbre fueran aún más agudos.

Finalmente, uno de los guardias se acercó de nuevo, su expresión era fría y dura.

—Pronto serás llevada ante él. —dijo, y el tono de su voz me hizo estremecer.

Me levanté con dificultad, mi cuerpo estaba cubierto de moretones y cortes, y el dolor era constante. Seguí al guardia por los oscuros pasillos del castillo, preguntándome si ese encuentro sería el fin de mi sufrimiento, o solo el comienzo de algo aún peor.

Cautiva del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora