Capítulo 6.

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El frío de la celda era implacable cuando los guardianes vinieron a buscarme al amanecer. Me arrastraron con brusquedad hacia el pasillo, el sonido de mis pasos resonando en el vacío mientras mi cuerpo intentaba mantenerse en pie. El eco de mis cadenas y el constante crujido del suelo de piedra amplificaban mi ansiedad. La noche en la celda había sido interminable, y el miedo a lo que me esperaba se aferraba a cada rincón de mi mente.

Finalmente, llegamos a una puerta de madera tallada, adornada con símbolos oscuros que parecían casi vivos en la penumbra. Los guardianes me empujaron hacia el umbral, y el peso de la situación se sintió más intenso al cruzar la puerta.

– Espera aquí esclava, el príncipe vendrá ahora. – Dijo mordazmente uno de los guardianes.

Entré en la habitación con una mezcla de desesperación y determinación, con la esperanza de que pudiera aprovechar el breve tiempo que tenía antes de que él llegara.

La habitación estaba decorada con un lujo inquietante. Cortinas pesadas de terciopelo negro colgaban de las ventanas, y muebles de madera oscura se alineaban en las paredes. El aire estaba cargado con una quietud opresiva, y la luz tenue de las antorchas proyectaba sombras que parecían danzar en las paredes. Al centro de la habitación había una mesa cubierta con una variedad de frascos, botellas y utensilios de alquimia. La presencia de esos materiales me hizo recordar los días en que mi madre me enseñaba la alquimia. Los recuerdos de su taller y las horas que pasábamos juntas preparando pociones y elixires se arremolinaban en mi mente.

No había tiempo que perder. Mi plan era sencillo pero arriesgado: crear un veneno potente y utilizarlo contra él antes de que pudiera acercarse a mí. Aunque el miedo seguía en cada rincón de mi mente, una chispa de determinación me empujaba hacia adelante. Me dirigí a la mesa con movimientos rápidos y precisos, tratando de ignorar el dolor que se irradiaba por todo mi cuerpo.

Rápidamente comencé a seleccionar los ingredientes necesarios. Los frascos estaban llenos de polvos oscuros, líquidos de apariencia siniestra y extractos de plantas venenosas. Cada uno de ellos tenía su propio olor fuerte y penetrante, que se mezclaba en el aire con una toxicidad que me hacía recordar lo que estaba en juego. Mis manos temblaban mientras abría los frascos y comenzaba a mezclar los ingredientes con precisión.

El proceso era meticuloso. Añadí extractos concentrados, mezclando con cuidado cada componente para asegurarme de que el veneno fuera lo más potente posible. La sustancia que estaba creando se volvió viscosa y de un verde amenazador, casi como si pulsara con una energía propia. Cada movimiento que hacía estaba lleno de una desesperación frenética. Sabía que debía actuar con rapidez; Morian podría llegar en cualquier momento.

El ruido de la puerta se abrió con un chirrido sordo, y mi corazón se detuvo en seco. Me giré rápidamente hacia la entrada, mi cuerpo helado por la sorpresa. En la penumbra, la figura de Morian se perfiló en el umbral. Su presencia era como una sombra que se extendía por la habitación, y sus ojos, uno negro y el otro rojo, brillaban con una intensidad que me hizo sentir como si estuviera al borde de un precipicio.

Avanzó con una calma inquietante hacia la mesa. Sus ojos se posaron en los frascos y utensilios de alquimia con una expresión de curiosidad sombría. El pánico se apoderó de mí al darme cuenta de que el veneno aún estaba sobre la mesa. Intenté ocultarlo rápidamente, pero una pequeña cantidad de la sustancia verde se derramó y formó un charco en la superficie.

Luego se detuvo al lado de la mesa, y sus ojos se fijaron en el frasco con el veneno. La furia y el desdén se reflejaron en su rostro mientras lo examinaba. Mi respiración era entrecortada y el miedo se hacía palpable en cada fibra de mi ser.

—¿Qué tenemos aquí? —su voz resonó con un tono helado que cortó el silencio—. ¿Pensabas intentar matarme?

El veneno en el frasco parecía una manifestación tangible de mi desesperación. Intenté encontrar palabras para defenderme, pero el terror me mantenía en silencio. Morian se volvió hacia mí, sus ojos destellando con una intensidad que me hacía sentir expuesta y vulnerable.

—¿Creías que podrías escapar tan fácilmente de tu destino? —dijo con una voz que parecía resonar con un eco ominoso—. Esta pequeña traición solo demuestra tu falta de comprensión sobre lo que te espera aquí.

El veneno, que había sido mi última esperanza, ahora parecía ser el origen de mi condena. Morian se acercó con una mirada que combinaba curiosidad y crueldad. Sus labios se curvaron en una sonrisa fría y cruel mientras examinaba la sustancia verde.

—Llevadla de vuelta a su celda —ordenó con un tono que no admitía discusión—. Pero aseguraros de que reciba un castigo apropiado por su atrevimiento. Quiero que entienda lo que significa desafiarme.

Los guardianes, que habían estado observando en silencio, se acercaron rápidamente. Me sujetaron con una fuerza cruel y me arrastraron hacia la puerta, el dolor de sus manos en mi piel intensificando mi desesperación. Cada paso hacia los calabozos se sentía como una condena, y el miedo de lo que me esperaba en ese lugar oscuro y desconocido me mantenía en un estado constante de terror.

La puerta de la celda se cerró con un golpe retumbante detrás de mí. La oscuridad y el frío eran abrumadores, y el silencio se sentía como una presión constante sobre mi pecho. Me desplomé en el suelo de piedra, sintiendo el peso de mi fracaso y la crueldad de Morian envolviéndome. La angustia y el miedo me rodeaban, y el tiempo parecía arrastrarse mientras esperaba el próximo golpe de la tortura que me esperaba.

En la penumbra, la desesperanza y el dolor se mezclaban con el frío, y me preguntaba si alguna vez encontraría una forma de escapar de este tormento. La lucha por sobrevivir en el oscuro y cruel castillo de Aldebris apenas había comenzado, y el peso de mi fracaso me aplastaba en la oscuridad de la celda.

Mi intento de matarle había fracasado, y el castigo que él había prometido se cernía sobre mí como una sombra ominosa. El tiempo parecía dilatarse en la oscuridad, y el silencio de la celda solo era roto por el eco de mis pensamientos aterrorizados.

El castigo llegó en forma de tortura física y psicológica. Los guardianes, obedeciendo las órdenes del príncipe, se presentaron con herramientas y métodos diseñados para infligir dolor. Mi corazón latía con desesperación cuando los oí acercarse, sabiendo que no había escapatoria.

Primero, me colocaron en una posición incómoda sobre una mesa de tortura, con las piernas y los brazos inmovilizados por cadenas de hierro frías y pesadas. El dolor inmediato de las restricciones hizo que mi respiración se acelerara, y mis ojos buscaban cualquier signo de compasión en los rostros de los guardianes, pero solo encontré una crueldad implacable.

Uno de ellos, con una sonrisa cruel, comenzó a aplicar calor intenso a mi piel expuesta con una lámpara de aceite. La sensación era como si mi piel estuviera siendo quemada lentamente, cada toque del calor se sentía como una llameante tortura. Me retorcí y grité, pero el eco de mis gritos solo parecía intensificar el silencio opresivo que rodeaba el lugar.

Luego vinieron los látigos. Cada golpe de la cuerda sobre mi piel era una mezcla de dolor agudo y ardor, y el impacto resonaba en mi cuerpo con una intensidad que me hacía desear que el tormento terminara. Mi piel se volvió roja e inflamada, y cada latigazo me dejaba sin aliento, el dolor se intensificaba con cada segundo que pasaba.

La tortura no solo era física; también era psicológica. Los guardianes susurraban palabras crueles, burlándose de mi desesperación y mi fracaso. Cada palabra parecía penetrar más allá de la piel, destilando en mi mente un veneno de desesperanza y humillación.

—Nunca debiste desafiar al príncipe —dijo uno de los guardianes con un tono cruel—. Ahora estás pagando el precio de tu osadía.

Me sentía como una marioneta atrapada en un cruel espectáculo de sufrimiento. El tiempo parecía arrastrarse lentamente, cada minuto una eternidad de agonía y desesperación. En medio de la tortura, me preguntaba si en algún momento el dolor cesaría o si pronto me desmayaría.

Finalmente, el tormento cesó, y los guardianes se retiraron. Me dejaron tirada en el suelo, mi cuerpo exhausto y cubierto de sudor y sangre. El frío del calabozo volvió a envolverme, y la oscuridad se sintió aún más densa mientras la agonía me consumía.

En el silencio que siguió, el peso del sufrimiento y la desesperanza me aplastaban. Me arrastré hasta la pared más cercana, sintiendo el dolor en cada movimiento. 


¿Qué os está pareciendo la historia, amores?

Os leo!!


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