Capítulo 2

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El frío de la celda parecía intensificarse a medida que las horas avanzaban, y el silencio se hacía aún más penetrante en mi mente atormentada. La oscuridad envolvía cada rincón, y las sombras parecían tomar formas inquietantes. Me acurruqué contra la pared, intentando encontrar un poco de calor en medio de la desesperación y el dolor.

Pero entonces, un recuerdo comenzó a invadir mis pensamientos, llevándome de vuelta a una noche que parecía tan lejana como la eternidad, pero tan vívida como si hubiera sido ayer.

Era una noche oscura y tormentosa, cuando el cielo se cubría de nubes negras que reflejaban el terror de lo que estaba por suceder. Mi familia y yo nos encontrábamos en nuestra casa, una modesta villa en las afueras del reino, junto con el resto de alquimistas que se habían reunido con mis padres para una discusión crucial. Estábamos sentados alrededor de la mesa, disfrutando de una cena tranquila, ajenos a la oscuridad que se avecinaba. Mi hermana pequeña, apenas una niña, jugaba a mi lado, su risa inocente llenando la habitación.

Recuerdo el sonido ensordecedor de los truenos y el viento que golpeaba contra las ventanas, pero lo que realmente quedó grabado en mi memoria fue el grito desgarrador que rompió la tranquilidad. La puerta de nuestra casa se desplomó con un estruendo, y una figura apareció en el umbral, envuelta en una sombra oscura. Sus ojos, uno rojo como la sangre y el otro negro como la noche, brillaban con una intensidad inhumana. La cicatriz que cruzaba su rostro, desde la ceja hasta la mejilla sobre el ojo demoníaco, era una marca de una maldad antigua y poderosa.

Era un demonio con apariencia de hombre. Su presencia era aterradora, un ser de crueldad y violencia que parecía absorber toda la luz a su alrededor. En un instante, su furia se desató sobre nosotros. Las llamas danzaban en la chimenea, reflejando el caos que se desataba en cada rincón de la casa.

Los gritos de los alquimistas resonaban en la pequeña villa mientras intentaban, en vano, proteger a sus familias. Yo trataba desesperadamente mantener a salvo a mi hermana pequeña, sus diminutas manos aferradas a las mías con la fuerza de una niña aterrorizada. Recuerdo los desesperados hechizos, el sonido de los frascos rompiéndose al caer al suelo, mezclándose con la sangre y el polvo. Todo era un caos de horror y desesperación. 

Entre el caos, arrastré a mi hermana hacia un rincón oscuro, pero ella gritaba por nuestros padres, por la seguridad que ya no existía. Mi corazón latía con una velocidad frenética mientras intentaba encontrar una manera de escapar. Mi mente estaba llena de terror y desesperación.

De repente, mi madre me empujó hacia la esquina de la habitación, su rostro pálido y surcado de lágrimas. En sus ojos vi algo que nunca había visto antes: el pánico absoluto.

—¡Huye, Ilyana! —gritó con una voz rasgada por el miedo—. ¡Corre! ¡No mires atrás!

Me aferré con más fuerza a mi hermana, pero entonces vi a mi madre soltar los frascos que sostenía, agarrando a la pequeña y alejándola de mí con un gesto desesperado. Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver el terror en su rostro, pero supe que no había tiempo para dudar.

—¡Él te quiere a ti! —exclamó, su voz quebrándose mientras sujetaba a mi hermana, que ahora gritaba por mí—. ¡Solo a ti, Ilyana! ¡Corre, por favor, corre!

El dolor en su voz me rompió el corazón, y en ese instante, con cada fibra de mi ser gritando por quedarme, corrí. Corrí con todo lo que tenía, mis pasos resonando en el caos que dejaba atrás, las súplicas de mi hermana y los gritos de mi madre persiguiéndome como una condena.

El demonio se movía con una rapidez y brutalidad inhumana. Sus cuchillos y espadas se encontraron con carne y hueso, y la sangre se mezcló con el polvo del suelo. La escena era un torbellino de desesperación y muerte.

Mientras todos a mi alrededor caían bajo la furia del demonio, logré encontrar una pequeña ventana rota en la parte trasera de la casa. Me escabullí por ella, con el frío de la noche golpeando mi piel expuesta. 

Correr a través del bosque oscuro y tormentoso fue una experiencia aterradora, y aún más cuando lo hacía sola, dejando atrás a todos los que había amado. Las ramas rasgaban mi piel, y el suelo parecía tratar de atraparme con cada paso. 

Durante meses, vagué sin rumbo fijo, buscando refugio y seguridad. Las noches estaban llenas de terrores y los días eran una lucha constante por encontrar alimento y agua. La desesperanza era mi compañera constante, y el recuerdo de la masacre me perseguía en cada sueño y en cada pensamiento.

Finalmente, cuando creí que había encontrado un lugar seguro en una pequeña aldea al borde del reino, el destino se volvió aún más cruel.

Un esclavista, atraído por mi aparente vulnerabilidad, me encontró y me atrapó. A pesar de mi resistencia y desesperación por escapar, mis esfuerzos fueron en vano. Me vendería como esclava, y mi vida pasó de una interminable lucha por la supervivencia a una condena en la que sería tratada como propiedad.

El recuerdo de esa noche y los meses de vagabundeo seguían siendo una herida abierta en mi corazón. Cada vez que cerraba los ojos, podía ver las llamas, escuchar los gritos, y sentir el peso de la culpa por no haber podido salvar a mi familia, a mi hermana. Ahora, en la celda de Aldebris, el ciclo de sufrimiento parecía estar completado, y me preguntaba si alguna vez encontraría una forma de redimir mi dolor o si simplemente me vería consumida por la oscuridad que había marcado mi vida desde aquella noche fatídica.

Cautiva del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora