Una noche el eco de mis respiraciones agitadas era la única compañía en la celda, mientras la oscuridad me envolvía como un sudario. El dolor en mis extremidades y el agotamiento comenzaba a apoderarse de mí. No sabía cuántos días llevaba ahí, había perdido la noción del tiempo en este lugar, y cada segundo parecía alargarse en una eternidad de sufrimiento.
De repente, un sonido perturbó el silencio. La puerta de la celda se abrió con un chirrido agudo, y una figura oscura se deslizó al interior. Al principio, pensé que era uno de los guardias, pero cuando levanté la vista, supe que me enfrentaba a algo mucho más siniestro.
Era un hombre de aspecto imponente, con la piel morena marcada por tatuajes que parecían ondular en su cuerpo como si tuvieran vida propia. Sus ojos, rojos como brasas ardientes, brillaban con una malevolencia que me puso la piel de gallina, era otro demonio. Su sonrisa, retorcida en un gesto que mezclaba deseo y crueldad, me heló la sangre.
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo, su voz un ronroneo que destilaba peligro—. Qué bocadito más apetecible han traído esta vez al castillo.
Mi corazón se aceleró cuando se acercó. Cada movimiento suyo estaba cargado de una amenaza implícita, y su mirada me recorrió de una manera que hizo que mi estómago se revolviera. Sabía que no estaba ante un simple guardián. Este ser era algo mucho peor, un demonio que disfrutaba del sufrimiento ajeno.
—Mira qué piel tan suave... —murmuró, su mano alzándose lentamente, como si ya estuviera reclamando su derecho sobre mí—. Será un placer romperte poco a poco.
Mi mente corría en busca de una salida, pero el miedo me paralizaba. Sentí su aliento caliente contra mi cuello cuando se inclinó, sus labios apenas rozando mi piel mientras inhalaba profundamente, deleitándose con mi aroma.
—Te saborearé lentamente... —susurró, su voz un murmullo cargado de lujuria oscura.
Pero en ese momento, algo dentro de mí se rompió. Tal vez fue el miedo acumulado, la desesperación de semanas atrapada en este lugar, o simplemente el odio que sentía por todo lo que estos seres representaban. Antes de que pudiera pensar en las consecuencias, mi puño se alzó y golpeó su rostro con toda la fuerza que pude reunir.
El impacto fue más de lo que esperaba. Sentí el crujido de sus labios al abrirse y la calidez de su sangre salpicó mi mano. El demonio retrocedió un paso, sorprendido, su lengua rozando la herida con un gesto casi lascivo.
—Así que eres una pequeña sanguinaria... —dijo, con una sonrisa que solo se hizo más peligrosa por el hilo de sangre que goteaba de su boca—. Me gusta.
Antes de que pudiera reaccionar, otra presencia llenó la celda. Una sombra que parecía apagar aún más la escasa luz que había. Morian, con su imponente figura, se materializó en el umbral, sus ojos oscuros clavándose en el otro demonio con una intensidad que hizo que la temperatura de la celda bajara varios grados.
—Azaroth, Aléjate de ella —ordenó, su voz como un trueno contenido.
El demonio se volvió lentamente, su expresión oscilando entre la sorpresa y la diversión.
—¿Y por qué debería hacerlo? Es una simple esclava. Nunca antes te había importado compartirlas. ¿Qué tiene esta de especial?
Morian no respondió de inmediato. Se movió hacia el otro con una amenaza silenciosa en cada paso, hasta que estuvo frente a él, sus ojos centelleando con una furia contenida.
—Ella no es como las demás. Mírala bien.
Azaroth me miró con más atención, sus ojos rojos moviéndose con avidez por mi rostro y mi cabello. Una comprensión lenta pero inevitable se dibujó en su expresión, y una sonrisa perversa curvó sus labios ensangrentados.
—Vaya, vaya... Entonces parece que seremos familia, pequeña —dijo con una satisfacción maliciosa, su voz rezumando veneno.
—¿Familia? —pregunté, mi voz apenas un susurro, pero cargada de repulsión y miedo.
Él rió, un sonido gutural y escalofriante que llenó la celda.
—Oh, sí. Pero no te preocupes, pequeña. Haré que disfrutes cada momento.
—No es asunto tuyo —dijo Morian, cortando la conversación con una frialdad que hizo que incluso Azaroth detuviera su risa.
Lo miró con sus ojos rojos entrecerrados, midiendo la seriedad de Morian. Durante un largo momento, el aire entre ellos pareció cargarse de una tensión que amenazaba con explotar en cualquier instante.
Finalmente, soltó un bufido de burla y retrocedió, levantando las manos en un gesto de fingida rendición.
—Como quieras, hermano. Pero recuerda, todos tenemos nuestros propios deseos —dijo con una sonrisa torcida antes de desaparecer en la oscuridad del pasillo.
Morian lo observó hasta que se desvaneció por completo, y solo entonces volvió su mirada hacia mí. En sus ojos había una mezcla de emociones que no pude descifrar, pero la más predominante era una sombra de algo que parecía pesar en su conciencia.
Por supuesto, aquí tienes la versión revisada con ese intercambio:
—No volverá a molestarte —dijo finalmente Morian, su tono más suave pero aún cargado con una amenaza latente. – Eres solo mía —dijo, su voz cargada de una posesión oscura y definitiva.
—¿Qué quieres decir con que soy tuya? —pregunté, el temor haciéndose eco en cada palabra. —¿Y lo de ser familia? ¿Qué significa eso?
Morian sonrió, una mueca enigmática que no ofrecía respuestas, solo un brillo peligroso en sus ojos.
—Eso ahora no importa —respondió, su voz baja y firme— No hay espacio para más explicaciones. Eres mía, y eso es lo único que cuenta en este instante.
Sus palabras eran un grillete invisible que me mantenía atada a él, y la revelación de su posesión me sumía en una mezcla de terror y una inquietante sensación de estar atrapada en su mundo oscuro.
Y con esas palabras, se dio la vuelta y desapareció en la misma oscuridad que había engullido a Azaroth, dejándome sola con el eco de su declaración y el frío temor de lo que significaba.
Ay no, otro demonio más... ¿Qué creéis que pasará con la pobre Ilyana?
Leo todas sus opiniones!!!!
-Os quiere, Raquel Riveaux 🧡
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Cautiva del Abismo
FantasyElla, es la última de su linaje de alquimistas, vendida como esclava y obligada a casarse con el príncipe demoníaco que mató a toda su familia. Debe luchar no solo contra su peor enemigo, sino también contra el deseo que amenaza con destruirla. Él...