Capítulo 5.

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La puerta se abrió lentamente, revelando un salón oscuro y opulento. Una luz tenue emanaba de candelabros antiguos, proyectando sombras que se movían de manera inquietante sobre las paredes de piedra y los tapices gastados que colgaban de ellas. El aire estaba cargado con un aroma a incienso y algo más, un olor metálico que se mezclaba con la pesadez del ambiente, haciendo que mi estómago se revolviera.

Mis piernas temblaban mientras me empujaban hacia adelante. Sentía los ojos de los guardias clavados en mi espalda, expectantes, como si se deleitaran con mi miedo. La alfombra bajo mis pies amortiguaba mis pasos, pero el peso en mi pecho era cada vez más insoportable. Sabía que cada paso me acercaba a mi perdición.

Allí, en el centro de la sala, se encontraba el príncipe. Su imponente figura era la encarnación de las pesadillas que me habían atormentado durante meses. Un demonio corpulento, de hombros anchos y músculos que se marcaban bajo sus ropas oscuras. Su piel gris pálido contrastaba con la cicatriz que le atravesaba el rostro, comenzando sobre su ceja izquierda y descendiendo hasta la mejilla, rozando su ojo derecho, que brillaba con un rojo sanguíneo. El otro ojo, de un negro profundo, parecía devorar la luz, proyectando una oscuridad inquietante a su alrededor. No era solo su apariencia lo que me paralizaba; era el reconocimiento de ese rostro, el monstruo que había aniquilado a mi familia. Era él, el demonio que se hacía llamar Príncipe Morian.

Los guardias se retiraron, dejándome sola frente a él. La sala quedó sumida en un silencio aterrador, roto solo por el sonido irregular de mi respiración. Sentía el latido de mi corazón como un tambor en mis oídos, cada pulsación una cuenta regresiva hacia mi final.

—Así que,—dijo Morian con una voz que era como un rugido contenido, resonando en la sala vacía—. Después de tanto tiempo... Al final no moriste tras escapar de mi aquella noche, Ilyana.

Su tono era bajo, cargado de una amenaza implícita. No me atreví a responder. Mis labios temblaban, y cualquier palabra parecía quedar atrapada en mi garganta, sofocada por el miedo que me consumía. Morian dio un paso hacia adelante, y su figura demoníaca pareció crecer, dominando la habitación con su presencia. El aire en la sala se volvió aún más denso y opresivo.

—¿Por qué estás tan callada? —continuó, inclinando la cabeza mientras sus ojos se estrechaban—. ¿Es que no tienes nada que decir, después de todos estos meses?

El pánico me consumía. No solo porque él sabía mi nombre, sino porque, detrás de esa máscara de crueldad, había algo más, algo que no lograba comprender del todo pero que me hacía sentir como si estuviera al borde de un abismo. Morian soltó una risa baja, desprovista de humor.

—Siempre supe que eras especial —dijo, su tono volviéndose más frío—. Por eso te he estado buscando. Pero ahora que te tengo aquí... parece que solo eres una niña temblorosa.

Se acercó más, hasta que pude sentir su aliento caliente y sofocante en mi rostro. La distancia entre nosotros se redujo a apenas unos centímetros, y sentí un escalofrío recorrer mi columna cuando su mano se levantó, rozando mi mejilla con dedos largos y fríos. Quise apartarme, pero el miedo me mantenía paralizada, incapaz de moverme o de gritar.

—Mira ese cabello —murmuró, enredando un mechón de mi cabello rojo entre sus dedos—. Recordaba el fuego en el pelo de tu linaje más... impresionante. Pero ahora que te tengo aquí, me pregunto si eres realmente a quien buscaba.

Su mano se cerró en un puño alrededor de mi cabello, tirando de él con una fuerza brutal que me hizo inclinar la cabeza hacia atrás, exponiendo mi cuello. La sonrisa que apareció en su rostro era cruel, despiadada.

—Dime, Ilyana —dijo, su voz apenas un susurro cargado de veneno—. ¿Qué crees que me impide matarte aquí y ahora, como hice con tu familia?

Mis ojos se llenaron de lágrimas. El miedo y el dolor se entrelazaban, impidiéndome pensar con claridad. Sabía que él estaba disfrutando de mi sufrimiento, que cada temblor de mi cuerpo le proporcionaba un retorcido placer.

—P-por favor... —logré balbucear, mi voz apenas un hilo—. No me mates...

Morian soltó una carcajada que resonó en la sala como un trueno.

—¿Eso es todo? ¿Eso es lo mejor que puedes ofrecer? —dijo, soltando mi cabello con un gesto despectivo—. No eres más que una decepción, igual que todos los demás. Pero al menos ellos no llevaban en sus venas la sangre de aquella que me maldijo.

Su tono se volvió más peligroso, su voz un susurro helado que me atravesó como una daga.

—Deberías estar agradecida, Ilyana. Si te matara ahora, sería un acto de misericordia. Pero no lo haré. No, aún no. Porque tú tienes un propósito... aunque todavía no lo entiendas.

El pánico me invadió de nuevo. Había algo en sus palabras, una insinuación de un destino peor que la muerte, algo que no podía comprender, pero que sabía que significaba un sufrimiento interminable.

—Llévala de vuelta a su celda —ordenó Morian, girándose hacia los guardias que esperaban en la sombra—. Asegúrate de que no olvide quién tiene el control aquí.

Uno de los guardias avanzó, y mientras me arrastraban de regreso, Morian se inclinó hacia mí una vez más, su ojo rojo brilló con una intensidad que me hizo estremecer.

—Recuerda esto, Ilyana —susurró—. Tu vida no te pertenece. Te he esperado durante más de doscientos años, y ahora que te tengo, no te dejaré escapar tan fácilmente. Eres mía, y harás lo que yo quiera... o te arrepentirás.

El terror y la desesperación se apoderaron de mí mientras los guardias me llevaban de vuelta al frío y oscuro pasillo. Sentía el peso de su mirada incluso después de que las puertas se cerraron tras de mí, y su risa cruel seguía resonando en mi mente. Sabía que estaba atrapada en un juego cruel, uno del que no veía una salida, y que mi sufrimiento apenas había comenzado.

Cautiva del AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora