Jack Sparrow era un pirata y, como tal, tenía claro que su corazón debía pertenecer al mar. Era, además, del tipo de personas que no solían medir las consecuencias de sus actos, por lo que no era extraño encontrarle en medio de situaciones complicad...
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ELIZABETH NUNCA HABÍA SIDO UNA PERSONA ESPECIALMENTE EXIGENTE CON SU ASPECTO. Tenía la autoestima suficiente como para no dudar de su belleza y era consciente de que contaba con facilidades económicas para realzarla con accesorios de alta calidad. Sin embargo, aquella mañana había permitido que doncella deshiciera su peinado una docena de veces para que pudiera rozar la perfección.
El patio que tantas veces había recorrido de pequeña —su preferido porque, gracias a su altura, podía atisbarse el horizonte desde él— también estaba irreconocible, aunque esto último había sido cortesía de su padre. Dos largas hileras de bancos recién barnizados, reservados para los invitados, flanqueaban el infinito pasillo que la conduciría hasta el altar. En realidad, no era tan largo, pero Elizabeth estaba tan nerviosa que juraba que la distancia desde el punto de inicio hasta la tarima donde pronunciaría sus votos aumentaba un kilómetro más a cada minuto que pasaba. Por suerte, alguien se había tomado la molestia de recubrir las baldosas de piedra con una gruesa alfombra, ya que de lo contrario, probablemente tropezaría con sus tacones de aguja.
El gobernador parecía haber pensado en cada detalle y había usado su influencia para encargarse de que todo saliera perfecto. Parecía más emocionado que los propios novios, lo cual era un alivio para Elizabeth, ya que era consciente de lo mucho que le había costado a Weatherby encajar la noticia de que su única hija se desposaría con un herrero.
La chica no podía juzgarle y Will tampoco lo había hecho. Al fin y al cabo, el muchacho había pasado años tratando de reprimir sus sentimientos para evitar el dolor de saber que alguien con el estatus social de Elizabeth jamás podría acabar su vida junto a él. Era el primero que jamás había esperado que su sueño se convirtiera en realidad. Y la rubia, por supuesto, no se había quedado atrás. Es cierto que durante sus primeros años de vida sus expectativas sobre el futuro fueron más amplias que las de cualquier niña de su edad, ya que soñaba con construir un barco y adentrarse en el mar junto a Selina. No obstante, el tiempo le había obligado a madurar.