Maia
Desperté con los primeros rayos de sol colándose por la ventana de la habitación. Me quedé en la cama unos minutos más, la cabeza dándome vueltas con pensamientos que no quería enfrentar.
Esteban me había invitado a salir a cenar o a tomar algo, y desde entonces, la idea de compartir un momento con él había desatado una tormenta dentro de mí. Por un lado, sentía que tal vez debería permitirme conocer a alguien nuevo, dejar atrás el caos emocional que me producía Mateo y toda nuestra historia. Pero, al mismo tiempo, sabía que lo amaba con una intensidad que casi me daba miedo. Era como si cada vez que lo veía, mi alma reconociera la suya, como si estuviéramos unidos en todos los universos posibles, destinados a encontrarnos una y otra vez, sin importar cuántas veces la vida nos separara.
Intenté bloquear esos pensamientos. No podía seguir dándome vueltas en la cabeza con lo mismo, no hoy. Tenía planes, y no iba a dejar que mis emociones me dominaran. Me levanté de la cama con determinación, sintiendo la frialdad del suelo bajo mis pies. Sin pensar demasiado, me metí en la ducha, dejando que el agua caliente me despejara un poco. Al salir, me envolví en una toalla y me paré frente al espejo, observando mi reflejo con ojos críticos.
"Hoy es un nuevo día", me dije en voz baja, casi como si intentara convencerme de ello. "Hoy voy a disfrutar, sin importar nada."
María y Emilia ya estaban despiertas cuando salí del baño, con el cabello aún mojado y enredado. Las dos estaban sentadas en la mesa de la habitación, tomando café y charlando sobre algo que no alcancé a escuchar.
—Buen día, Maia —dijo Emilia, sonriendo mientras me ofrecía una taza de café—. ¿Cómo dormiste?
—Más o menos —respondí, aceptando la taza con una sonrisa débil—. Tengo demasiadas cosas en la cabeza.
—¿Todavía pensando en Mateo? —preguntó María, sabiendo exactamente a qué me refería.
Suspiré y me dejé caer en una de las sillas, sintiendo el peso de sus miradas sobre mí.
—Es complicado —dije, revolviendo el café sin tomar un sorbo—. Amo a Mateo, lo amo con todo mi ser, pero Esteban me invitó a salir y, no sé, siento que debería permitirme algo nuevo, aunque sea para aclarar mi cabeza. Pero cada vez que lo pienso, termino comparando todo con Mateo.
María y Emilia intercambiaron miradas antes de que Emilia rompiera el silencio.
—Maia, entiendo lo que estás pasando, pero tenés que pensar en vos misma también —comenzó, su voz suave pero firme—. Mateo es importante para vos, nadie lo niega, pero si te aferrás a él y no te permitís explorar otras opciones, nunca vas a saber qué más podría haber para vos.
María asintió, tomando la palabra.
—Además, no tenés que verlo como un reemplazo de Mateo, sino como una oportunidad de disfrutar el momento —agregó—. Esteban parece un buen pibe, y se nota que le interesás. ¿Por qué no le das una chance? No significa que estés traicionando a Mateo ni a tus sentimientos. Solo estás viviendo, y eso no tiene nada de malo.
Me quedé en silencio, procesando lo que decían. Sabía que tenían razón, pero había algo que me impedía soltar completamente. Ver a Mateo en cada esquina de mis pensamientos hacía que cualquier otro intento de seguir adelante se sintiera falso, como si estuviera traicionando algo más grande que yo misma.
—Tenés que darte permiso para ser feliz, Maia —continuó Emilia, tocándome suavemente la mano—. No te digo que te olvides de Mateo, pero sí que no te encierres en esa idea de que él es lo único para vos. El amor es complicado, sí, pero no debería ser una prisión.