pataditas y promesas.

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Desperté despacito, sintiendo el peso suave de Mateo acomodado sobre mi pecho

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Desperté despacito, sintiendo el peso suave de Mateo acomodado sobre mi pecho. Lo miré, estaba tan tranquilo que parecía un pibe durmiendo la siesta, con sus rulos despeinados, esos mismos rulos que yo le había pedido que se dejara porque le quedaban de diez. Acaricié su cabeza despacio, jugando con cada uno de esos rulos que tanto me gustaban. Mientras lo hacía, sentí un movimiento en mi panza. Sonreí para mí misma, sabía exactamente lo que estaba pasando, pero no quise decir nada.

Mateo se movió un poco y de repente levantó la cabeza, mirando mi estómago con una preocupación inocente en los ojos.

— Ey, ¿estás bien? ¿No es muy temprano para romper fuente o algo así? —me preguntó, con esa mezcla de pánico y ternura que siempre me hacía reír.

Solté una carcajada suave y le tomé la mano para tranquilizarlo.

— No, amor, está pateando. Es la bebé, nada más —le expliqué, mientras sus ojos se agrandaban de la sorpresa.

— ¿Puedo tocar? —preguntó, casi como un nene pidiendo permiso para tocar algo frágil.

Asentí y puse su mano sobre mi panza. Las pataditas de nuestra hija seguían, y Mateo se quedó en silencio, sintiendo cada uno de esos pequeños movimientos con una sonrisa enorme en la cara. Me miró, con un brillo en los ojos que jamás había visto antes.

— Es increíble... —murmuró, sus dedos acariciando despacito mi vientre.

Mientras él seguía asombrado, mi mente voló hacia todo lo que habíamos pasado en estos últimos cinco meses. Los recuerdos empezaron a surgir como una película lenta, con flashbacks de cada momento.

Primer mes

— Maia —dijo él, acercándose rápido, con esa mezcla de preocupación y ternura que siempre me hacía bajar las defensas—. ¿Qué te pasa, amor? ¿Estás bien? ¿Te pasó algo?

Lo miré, y en cuanto vi su cara, todo lo que venía tratando de mantener firme se derrumbó. Él se agachó frente a mí, agarrándome las manos, sintiendo cómo me temblaban.

— Ey, mirame. Estoy acá. ¿Qué te pasa? —me preguntó, buscando mi mirada con esa preocupación que me atravesaba.

Quise decirle algo, pero no me salían las palabras. Estaba atrapada en una mezcla de miedo y desesperación, y las lágrimas empezaron a correr sin que pudiera frenarlas. Mateo, al verme así, se acercó más y me abrazó fuerte, como si con eso pudiera protegerme de todo lo que me estaba atormentando. Esa calidez, ese abrazo que siempre había sido mi refugio, me hizo sentir segura, pero al mismo tiempo me rompía más, porque sabía lo que venía. Sabía lo que tenía que decirle.

— No... no sé cómo decírtelo —murmuré, con la voz rota, enterrándome más en sus brazos.

Él me sostuvo con fuerza, acariciándome el pelo, diciéndome que estaba ahí, que todo iba a estar bien, pero yo no podía parar de llorar. Tenía las palabras atascadas en la garganta, y el miedo a su reacción me estaba consumiendo.

Meddle About, TruenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora