6. El cielo puede esperar (I)

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La consciencia del detective Vincent Hardy iba y venía de forma intermitente

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La consciencia del detective Vincent Hardy iba y venía de forma intermitente. En un principio, solo podía percibir sonidos ahogados, como si provinieran de lo profundo de un pozo, y contornos de sombras que se movían a su alrededor y se difuminaban con igual velocidad. Pasado algún tiempo, empezó a distinguir palabras... algunos términos médicos. A veces, aquellas espectrales sombras que lo rodeaban susurraban su nombre al pasar, para luego perderse en la oscuridad.

Otros sonidos fueron uniéndose a la orquesta poco a poco: pitidos de máquinas, chirridos de camillas, el clic de los lapiceros... su vista también se volvía más nítida con los días. Rostros que se repetían, a veces familiares, a veces extraños. En ocasiones, veía a Rebecca, a Charles... incluso a Tom sentado junto a su camilla. A veces le hablaban, pero en la nebulosa que era su mente, el punto indeciso entre la conciencia y la oscuridad, le resultaba imposible comprenderlos. Intentaba también comunicarse, hacerles saber que seguía allí, pero las fuerzas le fallaban y, en cuestión de segundos, volvía a sumergirse en involuntario sueño.

Y un día, casi sin esperarlo, sus ojos permanecieron abiertos. Por un segundo, dudó de si aquello en realidad estaba pasando, o si se trataba de otro de los vívidos sueños y pesadillas que lo atormentaron en su letargo. Sin embargo, los segundos pasaban, y seguía allí, postrado en la cama del hospital sin nada que pudiera hacer al respecto. Se percató entonces que respiraba por su cuenta, lo que ya era una buena señal, y al intentar mover los dedos de sus pies, pudo hacerlo con normalidad (aunque con algo de dolor), así que, cuanto menos, no se encontraba paralizado, algo milagroso considerando que la hoja de su enemigo lo atravesó de lado a lado. Lo que más lo molestaba en ese momento era su garganta, terriblemente seca.

Buscó con la mirada, y no tardó en detectar una jarra con agua a unos pocos pasos. Intentó incorporarse, pero una oleada de dolor invadió su cuerpo y lo forzó a permanecer acostado. De repente, la sed era el menor de los problemas del detective. Su respiración se volvió agitada, sus pulsaciones aumentaron de forma exagerada y su cabeza parecía que iba a estallar. Aquel mínimo esfuerzo provocó que su cuerpo se cubriera de sudor. Quería gritar, abrió la boca para hacerlo, pero solo un quejido lastimero y seco escapó de ella.

Se forzó a ignorar el dolor y concentrarse en buscar ayuda, así que palpó a su alrededor para buscar algún botón que le permitiera llamar a los enfermeros, pero, al hacerlo, se percató de una presencia en su habitación. Allí, parada en el umbral de la puerta, Karen Turner lo observaba, pálida como una hoja, sujetaba con sus manos temblorosas dos tazas de café. La pobre mujer parecía tan asustada que el detective temió que fuera a soltar las bebidas y hacer un enchastre, sin embargo, ella pronto se recompuso y, con una sonrisa de alivio, se adentró en la habitación; la rubia dejó las tazas en una mesita que se ubicaba entre la camilla y el sillón en el que sus visitantes habían pasado tantas horas observándolo.

Vincent hizo lo mejor que pudo para disimular el dolor que lo corroía por dentro, y trató de sentarse en la cama para recibir a la abogada, que en aquel momento vestía una fina camisa blanca, una pollera de tubo negra elegante, que realzaba su esbelta figura, y unos tacones de aguja del mismo color. Sin embargo, el intento de Vincent fue en vano, y terminó por desplomarse una vez más en la camilla. Un bufido de frustración escapó de sus labios secos, al tiempo que Karen le posaba sus manos con delicadeza sobre su pecho para intentar evitar que se levantara.

Krimson Hill: Ciudad de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora