13. El regreso (II)

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Casi una hora después, la comandante se encontraba en la puerta de la vieja fábrica abandonada en Silent Side, que escondía la guarida de Vigilante en sus entrañas

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Casi una hora después, la comandante se encontraba en la puerta de la vieja fábrica abandonada en Silent Side, que escondía la guarida de Vigilante en sus entrañas. El frío afuera cortaba, y el viento aullaba como una manada de lobos, aun así, Rebecca no estaba del todo segura de si deseaba entrar. Pasó tanto tiempo, y estuvo tan feliz de que Vincent decidiera dejar aquella vida atrás, que el mero hecho de poner un pie en el lugar se sentía como una traición. No es que pudiera hacer algo para evitar que Vincent volviera a vestir el traje, ya era demasiado tarde para ello. En la última semana los hospitales se llenaron de delincuentes con lesiones menores (y otras no tanto) que relataban encuentros con el héroe desaparecido, y en las calles cada día crecía más el murmullo entre la gente de que su campeón estaba de regreso. Vigilante protegía de nuevo a Krimson Hill, de eso no cabía ninguna duda, pero, hasta ese momento, se las arregló para mantenerla al margen de la situación.

Con una curiosidad creciente, y también culpa para acompañarla, Rebecca se adentró en el tétrico edificio y recorrió ese camino que siguió tantas veces.

Desde que Vincent se fue, solo visitó el lugar un par de veces; la primera vez para asegurarse de que su compañero no se recluía allí tras varios días desaparecido, y la segunda, un par de meses después para recuperar algunos archivos policiales que Vincent pidió prestados para alguna investigación que ya no recordaba. El sitio permaneció a la intemperie. La humedad se filtraba por el techo, las ratas y cucarachas corrían por las paredes y el sistema eléctrico no funcionaba bien. Recordó con náuseas el olor a encierro y a podredumbre que percibió en aquella ocasión cuando entró, y temió por su liviana cena mientras movía el ladrillo indicado para abrir la entrada secreta.

Sin embargo, y para su sorpresa, el único olor que llegó a su nariz al adentrarse en el sótano fue el del café. El lugar tuvo mejores días, de eso no cabía duda, pero Vincent se encargó de ponerlo en mejores condiciones de las que lo vio en su última visita, y ahora se sentía relativamente habitable.

Con el paquete de café molido en mano, Rebecca bajó los escalones metálicos y se encaminó hacia Vincent, que se encontraba parado frente a una plétora de pantallas que exhibían diferente información. Bajo las luces y ya con el traje puesto, Rebecca notó algunos cambios en su antiguo compañero. El tiempo fuera de casa le hizo aumentar algo de peso, peso que Vincent se encargó de labrar hasta convertirlo en definidos músculos, de forma que su cuerpo, otrora esbelto y ágil, ahora se veía más morrudo y resistente, aunque igual de ágil que en su momento. Los cambios en su cuerpo obligaron al detective a hacer algunas modificaciones en el traje; ahora vestía la parte del torso con mangas tres cuartos y cubría el resto del brazo con vendajes blancos que contrastaban con los brazales negros que cuidaban los antebrazos; en sus piernas vestía un pantalón cargo negro y botas policiales del mismo color. El antifaz del traje reposaba sobre el escritorio frente a él.

—Más te vale que esto sea bueno —sentenció ella con frialdad, al tiempo que arrojaba el paquete de café hacia él.

Vincent se giró para atajarlo y lo colocó sobre la mesa, junto a la taza vacía de café.

Krimson Hill: Ciudad de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora