8. Los lazos que nos unen

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Vincent tenía la mirada perdida, en su mente se arremolinaban ideas, en su pecho las emociones chocaban con la fuerza de titanes y su cuerpo apenas podía expresar lo que sentía

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Vincent tenía la mirada perdida, en su mente se arremolinaban ideas, en su pecho las emociones chocaban con la fuerza de titanes y su cuerpo apenas podía expresar lo que sentía. Sus manos temblaban, hacía frío, pero estaba sudando profusamente, y su corazón se negaba a bajar la velocidad desde que escuchó aquella palabra: hijo.

Se encontraba aturdido, como si una bomba hubiera estallado justo a su lado, y no sabía bien qué hacer. Aquel hombre dijo que su nombre era Joseph Byron, y luego le había pedido una taza de té. Ahora aguardaba en la sala de espera.

No podía ser verdad, ¿cierto? No después de todo ese tiempo, de los años, de las pérdidas. No podía ser verdad. Se trataba de un error y tan pronto como lo hubieran aclarado, el hombre se retiraría de su vida y no volverían a verse las caras.

El sonido de la pava silbando lo arrancó de sus pensamientos y lo trajo de vuelta a la realidad. El agua hervía y salía por el pico de la pava a chorros, haciendo un pequeño charco sobre su cocina. Vincent apagó la hornalla y esperó que hubiera quedado agua suficiente para preparar el té. Tomando uno al azar de su selección, echó el agua en la taza y se preparó para volver con Joseph. Tuvo que darse un segundo para dejar de temblar y así evitar volcar la infusión en el suelo. Vincent tomó una gran bocanada de aire y, armándose de valor, abrió la puerta de la cocina y se dirigió hacia la sala de estar.

Al llegar se encontró con que Joseph observaba con interés y confusión el mapa de evidencia que había confeccionado junto a Charles a lo largo del último mes, pero tan pronto como Vincent entró a la sala, toda la atención del desconocido se posó una vez más en él y volvió a aparecer aquella maldita sonrisa. Esa sonrisa de esperanza que Vincent tendría que destruir.

—Mire, señor Byron...

—Llámame Joseph, por favor.

—Joseph... —dijo Vincent y el nombre pasó por su garganta con la suavidad de una lija; no se sentía cómodo—. Lamento tener que decepcionarlo, pero no soy a quien está buscando. Me imagino que esto debe ser muy difícil para usted y me encantaría poder ayudarlo, pero la verdad es que...

—Eres Vincent Hardy, ¿verdad? Creciste en el orfanato San Francisco de Sales, te graduaste con honores de la secundaria y luego entraste a la academia de policía donde te desempeñaste durante algunos años como oficial y te convertiste en uno de los detectives más jóvenes de la fuerza. —Vincent se quedó helado. Fuera quien fuera, lo había investigado bien, lo que lo llevaba a preguntarse qué más sabía. Y, sin embargo, no halló intenciones de intimidación en su voz, ni malicia en sus palabras. Todo lo contrario, Joseph pronunció cada una de esas palabras con un creciente orgullo y sin dejar de sonreír con felicidad durante un solo segundo—. Lamento si esto te incomoda, Vincent. Tal vez estoy pecando de ansioso, pero solo quiero asegurarte de que eres justamente la persona que estoy buscando... no tengo dudas de ello.

—Pero... ¿cómo? —preguntó Vincent, aturdido y aún confundido por la información que el extraño poseía sobre él—. ¿Cómo puede estar tan seguro?

Krimson Hill: Ciudad de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora