6. El cielo puede esperar (II)

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Durante los días siguientes, el departamento de Vincent se convirtió poco a poco en su nueva oficina

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Durante los días siguientes, el departamento de Vincent se convirtió poco a poco en su nueva oficina. Las esquinas del living pasaron de acumular polvo por todo el tiempo de ausencia del detective a llenarse de informes pobremente ordenados del caso; las mesas fueron cubiertas por marcas de tazas de café caliente, que mantenían a Vincent y Charles despiertos hasta largas horas de la noche; el silencio general del apartamento fue reemplazado por el constante ruido proveniente de la radio policial que Vincent hizo instalar, a la espera de que alguien reportara algún movimiento sospechoso que encajara con la descripción de su enemigo; y, finalmente, la pared que despejó, se fue pobló de fotografías, nombres, hilos que unían la vida de todas las personas, y en el centro del todo... él: el doctor de la peste.

El trabajo avanzó con rapidez al principio. Los nombres y fotografías de todas las presuntas víctimas (o al menos de las que tenían fotografías) fueron a parar a la pared, luego se les sumó una fotografía del puerto y de todos los corruptos empresarios de Krimson Hill que Vincent sabía que hacían negocios allí. Sin embargo, intentar buscar relaciones entre esas personas y los chicos desaparecidos se asemejaba bastante a una tarea imposible, sobre todo considerando que Vincent se encontraba confinado a su departamento.

Durante el día, Charles salía a las calles de Krimson Hill, hacía preguntas, intentaba sacar algo de sentido de toda aquella locura, encontrar un hilo del que pudieran tirar. Durante la noche, reunían cuanta información podían recabar y permanecían durante horas allí, discutiendo acaloradamente teorías y mirando la pared en sepulcral silencio en partes iguales.

Los días pasaban, la poca información que acumularon era repasada, pero los avances eran escasos (por no decir nulos) y, sin embargo, día a día, los detectives se reunían para llevar adelante su labor. Rebecca sabía que Charles llevaba copias de informes al departamento de su excompañero, el muchacho había intentado mentirle, pero su rostro lo delató al instante. Sin embargo, la comandante permitió esa indiscreción, en tanto no hubiera ninguna noticia de algún demente que saltara por los tejados y apaleara criminales, se daba por satisfecha; suponía que, hasta estar sanado, mantener la mente ocupada en el caso evitaría que Vincent cometiera una de sus típicas tonterías.

Lo que Rebecca ignoraba era que, mientras el cuerpo de Vincent Hardy se fortalecía... su mente se debilitaba.

Desde que llegó a su departamento, el detective no volvió a salir a la calle. No era que no lo hubiera intentando, puesto que, tan pronto como pudo salir de la cama sin que todo su cuerpo se quejara por el esfuerzo, se lanzó hacia las escaleras y se dirigió a la salida. Sin embargo, cuando su mano encontró el frío tacto de la manilla, sus pies parecieron congelarse, sus pulsaciones aumentaron y su respiración se volvió entrecortada. Allí permaneció, con manos temblorosas y perlas de sudor cubriendo su frente, durante unos minutos, incapaz de realizar movimiento alguno, hasta que su mente sucumbió y, tan pronto como bajó, volvió a subir a la seguridad de su apartamento y a enterrarse entre los cientos de archivos que ahora poblaban la sala. Una vez allí, los bizarros síntomas desaparecieron, y Vincent no volvió a acercarse más a la salida.

Krimson Hill: Ciudad de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora