Una sombra del pasado. Una nueva amenaza. Un héroe roto.
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Tras los eventos ocurridos en su enfrentamiento contra la Sociedad Oscura, y culpándose p...
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Ellie y Mia subieron las escaleras del lugar corriendo. El edificio abandonado era enorme, y Ellie lo conocía casi a la perfección lo que, de momento, les había permitido eludir a sus perseguidores metiéndose en cuanto escondite encontraban, o poniendo diversos obstáculos en su camino. Pero la suerte se les acabaría tarde o temprano, y el lugar donde solía jugar con su hermano a las escondidas podía convertirse en la tumba de ella y su amiga. Pasaron ya unos cuantos minutos desde que llamó a Tom, no podía decir cuánto y se maldecía internamente por haber dejado caer el teléfono en una de sus escapadas, pero sabía que ya había pasado un rato, y mientras lo esperaban, pudieron comprobar que sus perseguidores, los lunáticos enmascarados, dejaron un guardia en la puerta principal, y que la puerta trasera del edificio estaba bloqueada desde afuera. No tenían escapatoria, solo les restaba rezar y esperar que su hermano llegara a tiempo, o bien que los enmascarados se cansaran de buscarlas y se alejaran, pero sabían que eso no iba a pasar.
Tratando de ser lo más silenciosas posible, las quinceañeras se adentraron en lo que alguna vez habría sido la oficina del dueño. El lugar apestaba a humedad y encierro, pero ese era el menor de sus problemas, pues podían sentir el rechinar de los escalones cediendo bajo el peso de uno de sus perseguidores. Con delicadeza, Ellie empujó la puerta y esta se cerró con un pequeño chasquido, rezó que no alertara a la siniestra figura que estaba tras ellas.
—Quiero irme a casa, Ellie, por favor... solo quiero irme a casa —murmuró Mia, aferrándose al brazo de su amiga; las lágrimas ardiendo en sus ojos.
—Lo sé, lo sé —replicó Ellie, acariciando la oscura cabellera de Mia—. Lo haremos, te lo prometo... solo tenemos que aguantar un poco más, ¿sí?
—Ya no... ya no lo soporto... quiero que esto termine de una vez, solo quiero que termine... —Los ojos de Mia brillaron en la oscuridad y se encontraron con los de Ellie—. Me quieren a mí, lo sé, los otros chicos en The Shelter intentaron advertirme que la calle era peligrosa estos días, que mejor debía quedarme adentro, pero no hice caso, y te puse a ti también en el peligro... Hh, Dios. Perdóname, El, te juro que no quería... te juro que...
—Shhh, está bien, ¿sí? Está bien, saldremos de esto juntas. Saldremos de esta y...
Antes de que la pelirroja pudiera terminar la frase, parte de la madera vieja y podrida estalló en mil pedazos, y una mano grande y tosca empezó a tantear el interior de la habitación, logrando tomar a Mia del pelo. La chiquilla soltó un alarido de terror y dolor mientras se sacudía en un desesperado intento por liberarse de su captor, y Ellie miraba alrededor en búsqueda de algo que le permitiera ayudar a su amiga.
—¡Las tengo! ¡Encontré a las pequeñas zorras! —gritó el hombre al otro lado de la puerta, tratando de advertir a sus amigos— ¡Quédate quieta, rata asquerosa, o te juro que...! ¡HIJA DE PUTA!
Ellie había tomado una vieja lapicera que reposaba sobre el escritorio del lugar y, sin dudarlo un segundo, la clavó con toda su fuerza en el brazo del atacante, que chilló y profirió obscenidades que ninguna de las dos chicas había escuchado en su vida. Mia logró escapar del agarre en aquel momento, no sin antes perder un mechón de su lacio pelo negro, y Ellie se apresuró a tomarla de la mano para ayudarla a ponerse de pie.