21. De nuevo

78 7 0
                                    

—¿Y ahora qué? —se animó a preguntar Luther.

—¡Ahora nada, Luther! ¿¡Bien!? —gritó Cinco. Seguía sin entender cómo era posible que sus hermanos no hayan llegado a tiempo y eso lo estaba volviendo loco— ¡Pídele perdón a dios!

—¿Qué? ¿Y qué hay de Allison y Vanya?

—¡Me importa un carajo! Deberían haber estado aquí.

—¿Dónde está Diego? —murmuró Klaus, aún en el suelo—. Siempre fue un joven muy responsable...

—Seguramente les pasó algo —sugirió Alessandra, nerviosa. Sus hermanos no habían aparecido, su oportunidad de irse se había ido, y ahora había que encontrar a sus hermanos.

—¡Eso! —Apoyó Luther, señalandola.

—¡Al carajo Diego! ¡Al carajo con todos! Estaba mejor en mi propio apocalipsis.

—¡Cinco! —Alessandra tomó al pequeño por los hombros— Ya cálmate. ¿Si? Por favor... Te necesitamos.

—No, no, no... —Cinco se soltó— ¿Saben qué? Ahora cada hermano se cuidará solo. ¿Que les parece? —Cinco se fue.

—Maledetto bambino egocentrico! —gritó Alessandra, golpeando el aire.

—Klaus, Ale, vallan a ver a Allison. Yo traeré a los demás y los veré aquí —dijo Luther. Alessandra, asintió, tratando de respirar y calmarse—. Convenceré a Cinco.

—¡Suerte! —se despidió Alessandra. Luego, se volteó hacia Klaus y cruzó los brazos— No pienses que te ayudaré a levantarte. Vamos a cambiarte de ropa.

—Si, si... —Murmuró Klaus. Ya que Alessandra sabía de Ben, no veía problema en ir con ella. Se puso de pie y miró a Ben, quien, para sorpresa de Alessandra, parecía que estaba en el suelo— Y tú... Tú, perdiste tu permiso de posesión. ¡Mantente fuera de mi!

Klaus empezó a caminar, siendo seguido por Alessandra.

«—»

Mientras más caminaban, más se oscurecia. Hacía mucho tiempo que Alessandra no sentía un poco de paz. Le encantaba sentir el fresco aire de la tarde. Si, habían perdido su oportunidad de volver, pero encontrarían otra. Debían encontrar otra.

—¿Ben sigue aquí? —preguntó Alessandra, sin dejar de mirar al frente.

—Si...

Ben caminaba a lado de Alessandra. Cómo si de verdad se pudieran tocar.

—Aún quiero golpearte por no habernos dicho que él está aquí —regañó Alessandra, haciendo reír un poco a Klaus.

—Si... Él también.

Klaus siempre supo de Alessandra y Ben. No como los demás sabían. Él sabía lo que de verdad tenían. Sabían que tenían sus propios festejos, aniversarios de cuando habían hecho algo juntos, noches de pláticas de las que se había enterado porque él les había ayudado a salir en silencio.

Sabía que de grandes ellos dos harían una hermosa pareja.

Al menos, así debió ser.

—¿Qué tanto hicieron en su tiempo aquí? —preguntó Alessandra.

—Oh, ya sabes. Un poco de esto, algo de aquello. Viajes por aquí y por allá. Lo sorprendente fue ver a tantas personas dispuestas a estar en mi secta.

—Para que lo digas tú de verdad debe ser sorprendente.

—Ben se comportó.

Klaus evitó soltar una carcajada al ver que los contrarios habían puesto la misma cara: sorpresa y vergüenza.

La ocho de los HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora