29. Recaída

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Alessandra había retomado la suficiente conciencia como para volver al hotel. No recordaba cuanto tiempo había estado fuera ni cuando había estado durmiendo en el parque hasta que Viktor y Allison la encontraron.

Estaba comiendo, o eso hacían sus hermanos, ya que ella no tenía hambre de nada.

—¿Qué estás murmurando? —se quejó Allison hacia Diego.

—Lila —respondió él—. Me dejó a Stan después de tantos años. Eso no está bien.

—Escucha, si hiciste tu parte no la culpes por las consecuencias —dijo Viktor, tomando de su trago.

—Ese no es el punto.

—¿Y cuál es?

—Me arruina el estilo. Necesito reaccionar ante el peligro apenas no percibo. ¿Cómo se supone que haga eso si soy niñero de un niño de doce años?

—¡Eres su padre!

—Supuesto padre.

—Bueno, al menos tienes un hijo —Allison se puso de pie para buscar otro trago.

—Y a la persona que amas —Alessandra imitó a Allison, solo que ella fue del otro lado de la barra, pues seguro que le quitarían la bebida si la vieran.

—¡Juntense todos! —gritó Cinco, mientras corría hacia la mesa donde estaban sus hermanos. Klaus tras él.

Alessandra tomó una botella y caminó con sus hermanos.

A pensar de todo seguía haciendo caso a Cinco.

—¿Dónde está...? ¿Y Luther?

—¿Quien sabe? —respondió Alessandra, a lado de Cinco.

—¡Ale, por favor!

Alessandra hizo una mueca, le hizo una mala seña a Cinco y bebió de su botella. Claro que su hermano sabía que estaba molesta con él por lo del maletín, pero estaban pasando cosas más importantes.

—Ya, no importa —suspiró Cinco, tratando de dar orden a todo en su cabeza—. Tenemos temas mucho más importantes que atender.

—¿Cómo cuáles?

—Esto —Cinco abrió una libreta, mostrando recortes de noticias sobre mujeres muertas sin explicación.

—¿Quienes son? —preguntó Viktor.

—Nuestras madres. Todas están muertas, y todas murieron el mismo día. El primero de octubre de 1989.

—El día en que nacimos —observó Allison.

—Ya no, no lo es.

—Es absurdo. —dijo Diego—. Si no nacimos, ¿cómo existimos?

—Exacto.

—¿Qué quiere decir? —dudó Viktor.

—Digo que al llegar aquí creamos una paradoja. Y no cualquier paradoja, es la paradoja del abuelo.

—¿Qué carajos es una paradoja del abuelo? —preguntó Klaus.

—Oigan —Llamó Alessandra, sintiendo sus manos palpitar—. Yo si nací.

Cinco dió una explicación sobre lo que era la paradoja del abuelo, y luego hicieron que Alessandra bebiera mucha agua para que les explicara cómo sabía que ella si había nacido ahí. Ella tuvo que contarles lo que había pasado en el cementerio, cosa que obviamente había terminado con Alessandra llorando de nuevo.

Todos tomaron un momento para asimilarlo. Las preguntas sobre sus no nacimientos y el nacimiento de Alessandra estaban ahí, pero sabían que nadie tenía las respuestas, así que no tenía caso decirlas en voz alta.

La ocho de los HargreevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora